La obra de David Lynch, cineasta tan extraño, ecléctico y siniestro como maravilloso narrador, representa uno de los rincones más incómodos del cine norteamericano. Dueño de una filmografía potente, tanto los universos surrealistas de sus películas más emblemáticas, como Blue Velvet o Mulholland Drive, como las parábolas a la vez dulces y tristes de sus trabajos más accesibles (de El hombre elefante a Una historia sencilla), siempre resultan retratos filosos y precisos de cierta realidad, aunque por lo general su estética retorcida y su estilo narrativo no lineal suelan interpretarse sólo como una búsqueda a rajatabla de lo irreal: no está mal pensar en Lynch como en el equivalente cinematográfico de El Bosco. Sobre él pesan las acusaciones de incomprensible, de aberrante y de hermético; la idea de que su cine es alimento para minorías intelectuales y nunca un espectáculo de masas. En el libro Pesadilla americana – El cine de David Lynch, el crítico de cine Pablo Suárez se sumerge por completo –y con gusto– en el viscoso universo cinematográfico de este director único, en un intento de aportar algunas puertas de entrada (o de salida) a los laberintos lynchianos. Intento exitoso, teniendo en cuenta que el libro, en el que los capítulos se eslabonan atendiendo en orden cronológico a la filmografía completa de Lynch, consigue aportar buena cantidad de ideas sobre cada una de las películas, y con el mosaico ya completo, ofrecer una mirada certera acerca de la obra de este director obsesionado en retratar el lado B del sueño americano.
"El libro surge a partir de que Mariano González, de Cuarto Menguante ediciones, me ofrece escribir sobre su cine, para editar el segundo libro de una colección que comenzó con Encerrados toda la noche, de Matías Orta, sobre el cine de John Carpenter", cuenta Suárez acerca del origen de Pesadilla americana. "Con el mismo formato (es decir una película por capítulo), una combinación de información y análisis, y libertad de estilo, me propuse hacer una exploración detallada de su estética y su narrativa en un registro de ensayos periodísticos especializados, no desde la academia. Y después trabajé asociando, disociando y relacionando forma y contenido", completa el autor, crítico de cine del diario Buenos Aires Herald.
–El escritor Sergio Chejfec dice que "de todo discurso escrito y publicado (o impreso) se espera que sirva para algo. La literatura es de lo único de lo que no se espera y a primera vista no sirve para nada". Desde ahí se puede pensar en el arte como en un objeto inútil en tanto no tiene ninguna aplicación práctica en el mundo real, ni sentido fuera de sí mismo. Sin embargo, no pocos intentan definir la realidad a través de la mirada de los artistas, detectando de qué forma sus metáforas y universos simbólicos pueden ser avatares de la realidad. ¿Cómo es la realidad que proponen las irreales películas de Lynch?
–Depende de quién mire. Los universos lynchianos pueden ser difíciles de "entender" sobre todo para ese espectador que suele ver todo el cine como si fuera cine clásico y de género, donde se explicitan y clausuran los sentidos. Si esperás eso de Lynch te quedás afuera, pero si en vez de "entender" priorizás sentir, si te acercás a los personajes y sus deseos, creo que todo resulta más reconocible. Entre otras cosas, Lynch habla de deseos inconfesables, de misterios, de dualidades y desdoblamientos, de lo siniestro, y de fugas para evadir realidades intolerables. Pero aún con todo lo bizarro, la esencia del drama no es para nada ajena a la experiencia humana, incluso a lo más cotidiano. Creo que la forma puede presentarse como irreal, pero el contenido es realista.
–¿Por qué se considera a Lynch un cineasta de culto? ¿Esa caracterización incide en la forma en que son percibidas sus películas?
–La categoría cine de culto puede ser muy amplia, pero creo que algunas de sus características básicas están presentes en Lynch. Su cine mira a EE UU de una manera crítica, pone en crisis los sueños idealizados de Hollywood y subvierte convenciones narrativas al crear una estética totalmente nueva. Tiene una carga de sexualidad salvaje explorada muy libremente, mira la realidad desde las subjetividades y así enrarece y desplaza al realismo. Pero ser un cineasta de culto puede ser un arma de doble filo. Por un lado si bien el mainstream no lo rechaza por completo, tampoco le da un buen lugar, porque lleva mucha menos gente a las salas que el cine industrial y por eso se le hace muy difícil financiar sus películas dentro de los EE UU.
–¿Pero Lynch es realmente una rara avis dentro de la industria norteamericana o se lo puede considerar parte de algún tipo de movimiento o generación de cineastas con los que tiende puentes estéticos?
–No, no lo veo como parte de ningún movimiento. En cambio, sí veo conexiones con David Cronenberg, que también parece ser una persona muy equilibrada. Ambos examinan lo oculto, los múltiples niveles de realidad, recurren al género del terror para poner en escena sus obsesiones, y exploran distintas dualidades. La sexualidad y el deseo, el erotismo, son elementos muy importantes. Son cines sensoriales, casi físicos.
–En su caso también parece complicado hablar de antecedentes y continuadores. ¿Los tiene Lynch? ¿Quiénes serían sus precursores y sus herederos?
–En primer lugar, hay dos vanguardias, el expresionismo y el surrealismo, que son parte esencial de su cine. Y después los géneros cinematográficos: policial, melodrama, historia romántica, estudiantina, biopic, ciencia ficción, terror, fantástico, telenovela, comedia, el absurdo. Pero no encuentro realizadores particulares como antecedentes. Tampoco se me ocurren herederos. Quizás, en la mirada sobre el pequeño pueblito norteamericano, Sam Mendes en Belleza americana también ensayó una visión paródica, pero no subversiva, más bien conservadora pero disfrazada. O Tim Burton en El joven manos de tijera, también articulada a partir del opuesto la bella y la bestia, y muchos otros opuestos más. Hay algo del absurdo de Twin Peaks en Kingdom Hospital, la remake norteamericana que hace el propio Lars Von Trier de su serie El reino, producida por Stephen King. Ejemplos parciales y aislados siempre hay.
–Existe la idea de que los universos que propone Lynch son expulsivos con el espectador antes que inclusivos. ¿Es posible hacer una lista de tips que le faciliten el ingreso al cinéfilo que siente que se queda afuera de ellos?
–Creo que podés entrar al cine de David observando cómo se mueven sus personajes, cuál es su trayectoria, cómo es su deseo (sexual, amoroso, de tener un lugar, de fuga, de llegar a algún lado), que los hace ir de un lado para otro para, muchas veces, terminar de la peor manera. Si entendés qué mueve a sus personajes, podés entender de qué hablan sus historias. No buscar simbolismos ocultos ni subtextos crípticos, no creo que los tenga. Pero tampoco leer sus películas desde una literalidad estricta ya que hay unas cuantas metáforas que hablan de lo que está por debajo, escondido.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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