Esta semana volvió a celebrarse el Día del Animal, que como los los 29 de abril desde 1908 se conmemora por iniciativa del entonces director del zoológico, Clemente Onelli, y de Ignacio Albarracín, director de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales (SAPA), fundada en 1879 por inspiración del ex presidente de la república Domingo F. Sarmiento, cuyo primer presidente fue el poeta Carlos Guido Spano y que tuvo como miembro a Bartolomé Mitre. Semejante rosario de nombres revela hasta qué punto el desarrollo del proteccionismo de los animales en la Argentina representa un costado poco visitado desde el que es posible rever la historia. Justamente el libro Los perritos bandidos, de la especialista Silvia Urich, ofrece un recorrido detallado por el devenir histórico del proteccionismo, revelando al mismo tiempo facetas poco conocidas de grandes personajes. Para Urich la cosa puede ser vista de un modo más profundo. “Yo ampliaría ese concepto para describirlo como una historia cultural”, dice la autora. “Las consecuencias de las acciones llevadas a cabo por las personalidades que mencionás, además de otras como Juan Domingo Perón, pero también por los integrantes de las instituciones protectoras, hoy se advierten en las prácticas, valores y significados del conjunto de la sociedad. En la Argentina hay una tradición proteccionista diferente a la de otros países.”
Para quienes no conozcan ese perfil de la historia puede ser curioso como esas acciones resignifican o ratifican la idea que se tiene de algunos próceres. El caso de Sarmiento es paradigmático y su obra proteccionista vuelve a marcar sus paradójicas contradicciones. ¿Es posible explicar cómo convivían el amor por los animales con el menosprecio por culturas a las que no dudó en definir como salvajes? No pocas veces se ha intentado minimizar su desprecio por los pueblos nativos, asimilándolo al paradigma de pensamiento imperante en su tiempo. El libro de Urich recoge unas rimas humorísticas publicadas por el semanario El Mosquito, uno de los primeros dedicados al humor político en el país y que tenía a Sarmiento entre sus víctimas favoritas. En ellas utilizan el fervor sarmientino por los animales, para reprocharle su desdén por las culturas originarias: “…Tú proteges a potrillos/ Toros, vacas y carneros/ Carpas, ovejas, corderos/ y novillos/ Pero no a los indiecillos.” Más allá de esa contradicción, Urich destaca la importancia de las políticas llevadas adelante por él y sus compañeros de la SAPA. “En el período de las transformaciones modernizadoras que se inicia a fines del siglo XIX cobra fuerza la idea de que la protección de los animales y la erradicación de los actos de crueldad era una de las ‘instituciones civilizadoras’ que contribuiría al progreso de la sociedad. En ese contexto, hay un fuerte rechazo por ciertas prácticas culturales locales o foráneas como las corridas de toros, que en realidad nunca tuvieron mucho arraigo en el Río de la Plata. Sarmiento tuvo ocasión de frenar algunos intentos por reinstalarlas justo en el período en el que presidió la SAPA”. Como presidente de la entidad impulsó de la Ley 2786, la primera de protección de animales, promulgada tres años después de su muerte y conocida en su honor como Ley Sarmiento.
Diferente es el caso de Perón, a quien puede considerarse en la vereda política opuesta de Sarmiento, pero que sin embargo compartía la pasión animal. “En cuestión de protección de animales hay más coincidencias que diferencias”, confirma Urich. “Sarmiento dejó más testimonios escritos porque durante cuatro años fue presidente de la SAPA. Él organizó la primera –y multitudinaria– marcha a Plaza de Mayo en favor de los animales y reunió firmas para oponerse a un intento por restablecer las corridas de toros. Del mismo modo, Perón, que detestaba el maltrato de animales y los espectáculos crueles, también impulsó leyes para protegerlos. Siendo Presidente envió varios proyectos al Congreso, uno en 1947, otro en 1951 y finalmente el que logró la sanción, en 1954. El gran aporte de esa ley es que se trata de una norma de carácter federal: es la Ley Penal 14.346 que aún está vigente, pero a la que erróneamente también se menciona como… ¡Ley Sarmiento!”
El título del libro de Urich hace referencia al modo familiar en que Perón llamaba a sus mascotas favoritas, una larga dinastía de perritos caniches a los que solía bautizar siempre con los mismos nombres. Perros de un linaje tan notable que motivaron un fantástico comentario por parte de Evita, que el libro reproduce. “Si en lugar de ladrar supieran hablar, me putearían”, bromeaba la primera dama. Otro hecho poco difundido que el libro documenta es la labor como director del zoológico de Buenos Aires realizada por Mario Perón, quien ocupo ese cargo al mismo tiempo que su hermano menor, Juan Domingo, se desempeñaba como presidente de la República.
Para Urich la “historia que mejor ilustra” el amor de Perón por los animales, es su vínculo con sus caniches. “De todos los perros que lo acompañaron en el destierro fue con Canela con el que estableció el vínculo más profundo y al que, según sus propias palabras, quiso como a un ser humano. Cuando el caniche murió, en 1966, Perón tardó varios días en rendirse a la evidencia hasta que al fin lo enterró bajo un algarrobo en el parque de la quinta 17 de Octubre, en España. En su recuerdo hizo tallar el epitafio: Canela. El mejor y más fiel de los amigos. 1955−1966". A diferencia de Sarmiento, las políticas impulsadas por Perón en defensa de los animales no hacen sino reafirmar su trabajo social a favor de los más desprotegidos. Otra coincidencia inesperada y paradójica de la que el libro da cuenta es la del proyecto que buscaba mejorar la Ley Sarmiento, impulsado en mayo de 1948 por el diputado radical Ernesto Sammartino, quien curiosamente un año antes había acuñado la lamentable expresión “Aluvión zoológico” para referirse al ascenso del peronismo, exabrupto que le costó la expulsión del Congreso.
Las iniciativas civiles en la lucha por defender los derechos animales, que en la Argentina surgieron tempranamente, también forman parte del libro de Urich. Ella explica que “estas iniciativas se sucedieron ininterrumpidamente desde fines del siglo XIX cuando se crearon las primeras instituciones”. Y destaca que “aunque la que tuvo más continuidad fue la porteña SAPA (fundada en 1879), a esta la precedió la de Rosario, creada en 1871". "Muchas de estas asociaciones tenían como finalidad proteger a los caballos, terriblemente explotados y víctimas de todo tipo de abusos. Pero pronto sus tareas se diversificaron hacia los problemas de los perros, las aves, los deportes crueles, las diversiones con animales, los zoológicos…” Urich destaca que ninguna ley hubiera sido posible sin la acción civil: “Todas las normas jurídicas y todos los servicios públicos en favor de los animales surgieron (y surgen) por impulso de los proteccionistas, a veces contra la desidia de los funcionarios, pero casi siempre contra los intereses económicos”. Afortunadamente, en la actualidad este tipo de “agrupaciones que se ocupan en todo el país de la problemática animal siguen siendo innumerables”, afirma Urich. “El aspecto negativo es que subsiste un pensamiento ‘anti-político’, y desconocer la política impide identificar a los verdaderos responsables del sufrimiento animal.”
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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