No son pocos los que defienden a la conversación como si se tratara de una de las Bellas Artes. Nombres de la talla de Robert L. Stevenson se encuentran entre sus defensores y una buena cantidad de conversadores seriales defienden al género desde la práctica. Basta recordar, que tal vez la mejor obra del Borges crepuscular se encuentre en aquellos registros que recogen los infinitos diálogos que sostuvo con diferentes interlocutores. Un poco de eso se trata La última palabra, Las respuestas más ingeniosas y demoledoras del siglo XX (Asunto Impreso) libro que recopila gran cantidad de breves diálogos o, más bien, el final de ellos, en los que uno de los protagonistas da por concluida la charla con una de esas respuestas que lo dejan al otro sin palabras.
Guido Indij, editor de sellos como Interzona o Marea y responsable de seleccionar esas perlas efímeras, lo explica claramente en el prólogo de su libro. "Cuántas veces nos habrá ocurrido que, tras una fuerte discusión de la que nos desembarazamos tras dar o recibir un portazo, mientras nos alejamos del escenario en que se produjo, se nos aparece la respuesta perfecta, la que tendríamos que haber dado un momento antes. ¡Hubiéramos sido geniales!" Lo que hace Indij es reunir en las páginas de su libro innumerables ejemplos de personas a quienes semejante cosa parecía no ocurrirle, porque tenían el don de la última palabra. Woody Allen, Alfred Hitchcock, Groucho Marx, Bernard Shaw, Maradona, Perón y el propio Borges forman parte del equipo de los grandes conversadores. "No soy un buen conversador", admite Indij, "pero admiro y disfruto de presenciar o participar de conversaciones con aquellos que tienen ese don, que se me hace más de un pasado en el que el tiempo, los medios y la tecnología no conspiraba contra el gentil arte de la charla."
–¿El talento para encontrar la mejor respuesta es un bien escaso?
–La conversación tiene un tiempo de interlocución que no permite pausas extensas sin producir cierta incomodidad. El libro rinde homenaje al don de la réplica que nos deja a los otros con rabia y fuera de lugar cuando ya estando solos damos con la mejor de las respuestas, la que nos hubiera hecho quedar "como duques".
–¿Cuáles fueron las fuentes y rutas de acceso a las citas escogidas?
–Tengo muchas libretas en las que anoto distinto tipos de ideas, donde trato de relevar y clasificar sonidos, palabras, modismos, gestos. En este caso, la necesidad de publicar esta compilación de respuestas brillantes coincidió con que la libreta en las que las apuntaba se estaba quedando sin páginas. Pero sólo con mis notas no alcanzaba para hacer un libro, por eso consulté con amigos lectores. Y con Google. Finalmente, siendo que mi actividad principal es la de editar libros, decidí contratar a un editor externo, Federico Levín, que realizó importantes aportes a la obra.
–¿Cómo se explica que la presencia femenina sea tan limitada en un libro dedicado justamente a la conversación, actividad que durante siglos se quiso atribuir compulsiva y exclusivamente a las mujeres?
–Bueno, es que no sólo hay en el libro un conjunto de réplicas geniales, sino que son escogidas entre hombres y mujeres famosos que habitaron el siglo XX. Y así fue el siglo pasado, fueron más los hombres que las mujeres los que se destacaron en los campos del arte, la literatura y la política.
–¿Tenés material para un segundo volumen de La última palabra?
–Sí, porque, como te decía, cuando armamos el libro preferimos limitarlo al siglo XX y decidimos dejar el convoy de conversadores de otros siglos para otros volúmenes. Debo reconocerte que hicimos algo de trampa con Oscar Wilde, que falleció en 1900.
–Al leer el libro pareciera que el beneficio de la última palabra es a la vez una victoria pero también una responsabiliad.
–¿Por que decís que una responsabilidad? A mí me gusta tener la última palabra. ¿Qué querés que te diga? Pero últimamente aprendí que también funciona imponer el último silencio, o sea, bajarse de la conversación cuando el interlocutor dice algo suficientemente imbécil o fuera de lugar como para dejar su última palabra flotando en el aire. ¡A ver si se escucha!
–Me refería a algo que se desprende de un libro de Schopenhauer, El arte de tener razón: a veces tener la última palabra es un ejercicio en el que sólo importa humillar al interlocutor. ¿Creés que tiene el mismo valor una respuesta ingeniosa y sorprendente, que otra que también lo es pero que además busca deliberadamente ofender, agredir o humillar?
–Me interesa la gimnasia de la réplica como un ejercicio y demostración de inteligencia, rapidez, sentido de la oportunidad. Humillar al adversario, si bien puede tener un buen sabor, no es de caballeros. La agresión no tiene estilo, la ofensa es un retroceso en este arte. Más galante es dejar al interlocutor en offside, hacerlo trastabillar en la conversación, cambiarle el ritmo, dejarlo pensando, sin respuesta, prefiriendo abandonar la partida.
En la Feria del Libro
La editorial Asunto Impreso comparte el stand 314 con Interzona, Marea y La Marca Editora.
Respuestas con genio incluido
En una oportunidad, Winston Churchill, fornido primer ministro inglés, le comentó al delgadísimo dramaturgo George Bernard Shaw:
–Al verlo, todo el mundo pensaría que el hambre reina en Inglaterra.
Y el dramaturgo respondió:
–Al verlo, todo el mundo pensaría que usted es la causa.
En una reunión social parisina, Salvador Dalí fue presentado a la actriz Madelaine Renaud. Ella se atrevió a decirle:
–Creame que lo admiro mucho, señor.
–Yo también, señora.
–¡Ah! ¿Me ha visto actuar?
–No, señora, me refería a que yo también me admiro mucho.
Durante una entrevista realizada a fines de la década de 1960, un periodista le preguntó al Papa Juan XXIII:
–¿Cuántas personas trabajan en el Vaticano?
–Alrededor de la mitad–, respondió el recién santificado padre.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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