Hacer reír no es cualquier cosa. Más aun, la risa es quizá la más humana de las cosas. Cualquiera sabe que hay más de una especie animal que llora, pero ninguna que realmente ría; bueno, tal vez los simios de algún documental sí puedan, aunque nunca sabremos si tales monos son reales o sólo se trata de una nueva changa de Andy Serkis. Ahora bien, el hecho de que sólo las personas tengamos el don de la risa es tan cierto como que no hace falta ser humano para hacer reír. Y hasta es posible que algunos paneles de goma espuma recubiertos de accesorios diversos, sean más efectivos a la hora de causar gracia que varios mamotretos de carne y hueso. Por eso, porque consigue hacer reír de forma legítima y franca, la película de Los Muppets es un regreso con gloria de la troupe de marionetas de esponja, creada por el titiritero Jim Henson en los años 70. Y aunque ese es un gran mérito, hay mucho más.
Siempre da miedo cuando el cine se propone un rescate de las características que tiene esta reaparición de los Muppets, porque no caben dudas de que lo más importante es el negocio que lo sostiene. No hace falta decir que cuando Disney compró la licencia de los personajes en 2004, todo lo demás era cuestión de tiempo. Con todas las desconfianzas que ello implica. Porque, con el cariño que se le puede tener al recuerdo de estos muñecos que alegraron tantas infancias y adolescencias, es sabido que Disney es tan capaz de las más luminosas genialidades como de los despropósitos más prescindibles, y el miedo de acabar odiando a René, Piggy y el oso Figaredo cruzó la imaginación de muchos. Por fortuna, se ha dicho, Disney ha conseguido en los últimos años trabajos exitosos que exceden el límite de lo meramente infantil. Basta recordar de manera nada gratuita esa magnífica comedia que es Encantada (2007), que confirmó a Amy Adams como gran comediante y Chica Disney. Como aquella, que con un notable timming se permitía hacer leña de los clichés de las películas de princesas, Los Muppets pertenece a esa familia en donde el sarcasmo y la auto conciencia paródica son los rasgos más destacados.
Que la historia sea sencilla en este caso no es un demérito: lo simple y bien contado es un logro tanto o más notable que otros, más complejos sólo en apariencia. Walter es un Muppet, pero forma parte de una familia común y ha crecido junto a su inseparable hermano Gary. Sin embargo decir que ha crecido es sólo eso, un decir: mientras Gary se ha convertido en un hombre atrapado en el enorme cuerpo del actor Jason Segel, él sigue siendo el mismo muñequito de siempre. Consciente de las diferencias, como si encontrara mayor familiaridad en el espacio ilusorio de la televisión que en su propia casa (aunque no hace falta ser muñeco para pasar por eso en la infancia), Walter se vuelve fanático de los Muppets. Por eso cuando Gary planea un viaje a Los Ángeles con su prometida Mary (sí: Amy Adams), no puede no invitar a su esponjoso hermano para que pueda conocer el hogar de sus héroes. Pero el tiempo ha pasado y el parque de los Muppets es casi un baldío. Perdido por perdido, Walter consigue entrar sin ser visto a la vieja oficina clausurada de la rana René… perdón: Kermit (por alguna razón, de seguro comercial, se ha prescindido del uso de los nombres locales de los personajes para privilegiar los originales: una decisión invasiva y arbitraria que le quita puntos a este regreso). Allí escucha una conversación que no debía ser oída. Un magnate petrolero (Chris Cooper, efectivo como siempre) acaba de comprar el predio con la excusa de repararlo, pero su verdadero propósito es explotar una veta de crudo hallada bajo las instalaciones. Apoyado por su hermano y su cuñada, Walter tratará de contactar a René (bueno: Kermit) para que vuelva a reunir al equipo y salvar el parque.
Llena de canciones y coreografías ingeniosas, que tanto explotan el recurso del absurdo como la complicidad con la platea, no sería raro encontrar alguna de ellas en la lista de nominadas a los Oscar. Otra virtud de Los Muppets reside en aprovechar la gran paleta de humores que siempre tuvieron sus personajes, de lo más infantil a lo descabellado. Mérito del guión imaginado por el propio Jason Segel en compañía de Nichollas Stoller. Pero más aun del propio Segel como protagonista; de la gran elección de Chris Cooper como villano, y de la notable Amy Adams, que ya merece ser mencionada como heredera del trono que hace años dejó vacante Julie Andrews. Por no hablar de los muñecos: la veleidosa Piggy; Animal, el baterista salvaje; el oso Fozzie (aka. Figaredo); los viejos malhumorados y, claro, Kermit la rana, a quien nadie debería dejar de llamar René.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos y Cultura de Página/12.
2 comentarios:
Amy Adams, ademas de protagonizar Encantada -que dicho sea de paso, la vi como 17 veces- actuo en The Fighter (2010) como actriz dramatica claro. No es solo una chica Disney.
Espero con ansias ir a ver los Muppets segura de tener que verla como minimo una decena de veces mas...
Es verdad lo que decís de Amy Adams, pero mi intención no fue negar su amplio registro, sino destacar puntualmente sus notables y completas dotes de comediante. Es que se suele menospreciar el talento para la comedia, como si hacer reír fuera un logro e segunda.
Y creo que sí: vas a tern que verla varias veces. Por lo pronto yo tengo que volver, ahora con los chicos.
Besos para todos.
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