Playlist, ópera prima de la francesa Nine Antico, comienza con la expresión de un desengaño. En la primera secuencia, que se regodea en la diversidad que caracteriza a los pasajeros que se amuchan en un vagón de subte, el narrador se lamenta. “De niños creíamos que la vida sería un lugar lleno de amor y de encuentros. Había infinitas opciones. ¿Qué importaban los problemas del futuro, si siempre íbamos a poder hacer el amor?” Lejos de buscar una confirmación de la premisa, la pregunta más bien parece negar de forma retórica aquello que se supone espera convalidar. De hecho, el clima amable y melancólico de la escena se interrumpe de forma abrupta cuando un punga, bien vestido y con buena presencia, le rompe la cara de un cabezazo a otro hombre al que acaba de robarle el celular. En efecto, como concluye el narrador justo antes de que el título de la película aparezca en la pantalla, parece que “al final las cosas no son tan sencillas” como se las imaginan desde la infancia.
En el último tramo de aquella secuencia la cámara decide quedarse tomando en primer plano el rostro pensativo y distante de una joven, Sophie, quien enfrascada en sus propias cavilaciones queda conmocionada ante la violenta situación que acaba de vivir. Ella se dirige a una entrevista laboral para ocupar el puesto de encargada de prensa en una editorial de novelas gráficas, que espera le sirva para hacer contactos en el mundo del dibujo y la historieta. Es que su sueño es convertirse en dibujante. ¿O sería mejor decir: “uno de sus sueños”? Porque, igual que la gran mayoría de las personas, Sophie también aspira a enamorarse. El problema es que sus vínculos abundan en hombres superficiales, poco sensibles, inmaduros y egocéntricos, confirmando las reservas que un rato antes manifestara el narrador.
Bajo la máscara de la comedia, Playlist se reparte entre la candidez con la que su protagonista se esfuerza por hallar su lugar en el mundo y una mirada ácida que aparece de forma solapada debajo de una apariencia inocente. No tardará en quedar claro que la película no comparte aquella ingenuidad con su protagonista, empeñándose en ver el mundo de manera más sombría. Por supuesto, el choque entre ambas perspectivas se vuelve inevitable, colocando a la chica en no pocas situaciones incómodas que siempre se resuelven con humor. Y, todavía más importante, sin dejar que el personaje quede librado a su suerte en ese mundo en el que priman los desencuentros y donde el amor termina siendo una construcción de ingeniería más compleja de lo que se suele imaginar.
Filmada en un blanco y negro sin nada especial –aunque la decisión es útil para subrayar el tono desencantado con el que Sophie ve la realidad en sus peores momentos—, Playlist tiene la virtud del optimismo. Incluso cuando parece que algunas situaciones no tienen salida y su protagonista deberá aceptar la derrota de resignarse a no alcanzar sus metas. En algún momento al promediar la película, el narrador vuelve a la carga con sus preguntas, confirmando su rol de virtual voz de la conciencia que tanto puede ser la de Sophie como la del espectador. “¿Y si no podemos confiar en lo que sentimos?”, vuelve a interrogar sin esperar respuesta. Sin embargo, la película responde.
Porque, en efecto, las situaciones en las que se mete Sophie tendrán resultados menos desalentadores mientras menos atenta esté ella a forzar un desenlace hecho a la medida de aquellos sueños, que al promediar la película parecen volverse inalcanzables. Por el contrario, todo será más amable cuando la protagonista se libere del imperativo de hacer que el mundo se ajuste a sus deseos y se permita a sí misma el beneficio de dejarse sorprender. Tal vez sea ese el verdadero desengaño al que saludablemente se debe aspirar.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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