En la actualidad la duración media de las películas se ha extendido casi hasta las dos horas, dejando de lado el viejo estándar de los 90 minutos. La mayoría de las veces esa extensión es hija del exceso, de la pretensión o la incapacidad para ir al grano. Por eso suele ser visto como un buen augurio cuando aparece un título que se atiene a la tradición de la hora y media. Jolt, protagonizada por Kate Beckinsale, es una de esas: su duración es de 90 minutos clavados. Sin embargo, esta debe ser la famosa “excepción que confirma la regla”, porque hay muy poco en la película que merezca ser ya no destacado, sino tan siquiera mencionado. Jolt es una de esas a las que es mejor empezar a olvidar con el comienzo de los títulos finales.
La película tiene un punto de partida inverosímil, pero eso no es un problema necesariamente: hay muchas producciones con esas características que proporcionan un moderado disfrute. Media filmografía de Luc Besson pertenece a esta categoría (la otra mitad es tan mala como Jolt). El ejemplo viene al caso, porque una de las influencias en las que parece abrevar este quinto trabajo de la estadounidense Tanya Wexler es el cine del francés. Lindy es una niña con un extraño desorden de conducta: ante una situación en la que se siente agredida es incapaz de reprimir sus impulsos violentos. Da lo mismo si se trata de un compañerito de jardín que le quita la torta en una fiesta o de una agresión más severa: Lindy siempre termina fajando a alguien. Debido a eso, la piba termina siendo objeto de estudios médicos, de colegios estrictos que buscan aplacarla o de instituciones que intentan someterla, siempre sin éxito. Está claro que este será el mito de origen de una heroína, que remite a las que animan varias películas de Besson, como Nikita (1990), Lucy (2014) o Anna: el peligro tiene nombre (2019).
Ya grande, Lindy consigue algo de sosiego gracias a un invento de su psiquiatra: un chaleco que lleva siempre bajo la ropa, con el que ella misma se aplica descargas eléctricas cada vez que le va a dar un ataque. El psiquiatra sugiere que el próximo paso del tratamiento sea que Lindy trate de relacionarse con otras personas y la pide que se consiga una cita con algún chico. Así conoce a un hombre del que se enamora en dos citas. Pero antes de la tercera el tipo aparece muerto en un callejón y Lindy usará todo su desquicio para vengarlo.
Hay en esto algo de remite a la saga John Wick, pero todo lo que allá funciona como un reloj, acá hace agua sin remedio. Ni las actuaciones (un Stanley Tucci desperdiciado, entre otras abominaciones), ni la trama ni las situaciones consiguen generar puntos de interés. Ayuda muy poco el tono canchero que asume el relato, creyendo que cada uno de sus diálogos y gags están llenos de ocurrencias geniales, cuando en realidad no. (Nobleza obliga, hay una escena en una nursery que tiene bastante gracia.) En eso Jolt se parece también a lo peor de otro director europeo sobrevalorado, el británico Guy Ritchie, aunque en su caso lo peor de su obra abarca casi todo lo que ha hecho. Raro, porque Wexler es la directora de Histeria, historia de un deseo (2011), que no estaba mal.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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