El de Romy Schneider era uno de los nombres más famosos del mundo en los ’60 y ‘70. Una de las actrices más importantes del cine europeo, había mantenido un romance intenso con Alain Delon y tanto en Austria (donde había nacido) como en Alemania, donde comenzó su carrera, era venerada por su papel de Sissi, la emperatriz adolescente, en una trilogía que hizo furor a fines de la década de 1950. Pero también despertó el resentimiento de sus fanáticos germano parlantes al radicarse en Francia, donde desarrolló lo mejor de su obra. Trabajó a las órdenes de directores como Otto Preminger, Orson Welles, Luchino Visconti, Henri-George Clouzot, Claude Chabrol y Costa-Gavras entre otros. Y si bien parecía tenerlo todo, Schneider era en realidad una mujer frágil y torturada, a quien la esperaba un destino tristísimo. Sobre los claroscuros de su biografía trabaja la película Tres días en Quiberón, estrenada en la Berlinale 2018 y que retrata a la actriz durante su breve estadía en una clínica de desintoxicación en la Bretaña francesa.
Escrito y dirigido por la cineasta alemana Emily Atef, el film está basado en una extensa entrevista a Schneider que publicó la revista alemana Stern en 1981, justo un año antes de su muerte, realizada durante su estadía en el mencionado centro de salud. La actriz de La piscina (1969) se había recluido ahí para tratar de resolver su mala relación con el alcohol, los fármacos y, sobre todo, para hacerle frente a la tristeza. Estaba a punto de separarse de su segundo marido, con quien tenía una hija pequeña, y su hijo mayor, David, de 14 años, desde el suicidio de su padre prefería vivir con sus abuelos antes que con ella. Para exponer la endeble situación emocional de Schneider la película se vale del vínculo con una vieja amiga, que la visita durante su internación y en quién se apoya para acudir al encuentro con el periodista.
El nudo dramático se desarrolla durante la entrevista, un campo de batalla en donde el entrevistador no duda en manipular a la entrevistada, aprovechándose de sus debilidades. Atef consigue que el tironeo se convierta en un atractivo juego de ajedrez emocional y en un espacio catártico en el que la actriz acaba desbordando, abrumada por los dolorosos acontecimientos de su vida privada. Buena parte de esa efectividad radica en el trabajo de la alemana Marie Bräumer, de notable parecido físico con Schneider, quien interpreta con precisión la personalidad bipolar de la actriz durante esos días. La directora también acierta al escoger para su relato un blanco y negro que también se inspira en las fotos publicadas junto a aquella entrevista, tomadas por un fotógrafo con quién Schneider mantuvo una breve relación. Tres días en Quiberón logra mostrar el lado humano de un mito, pero también le apunta al corazón del espectador, quien sabe que los últimos planos de la película, que muestran a la protagonista feliz y en familia, son engañosos, ya que en la realidad inmediata no la aguardaba el mejor de los desenlaces.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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