A medio camino entre el costumbrismo y la farsa (o entre la inocencia y el absurdo), El plan divino traza un recorrido de comedia por encima de una historia que podría haber sido narrada como drama. Se trata de un nuevo trabajo como director del actor Víctor Laplace, quien debutó en este rol hace 20 años con El mar de Lucas y cuya última ficción fue Puerta de Hierro, el exilio de Perón (2012), donde transitaba los últimos años de proscripción del líder justicialista, personaje que además se encargó de interpretar. Lejos del perfil dramático de dichos antecedentes, acá Laplace se atreve a penetrar en los laberintos de la comedia y para ello ha elegido una historia compleja que representa un auténtico desafío a la hora de abordarlo desde el humor.
Eustaquio y Heriberto son aspirantes a cura que asisten al anciano y maltrecho padre Roberto, párroco a cargo de una iglesia en un pueblito en la provincia de Misiones. Ambos son además ex niños expósitos, huérfanos que fueron criados allí por el propio cura al que ahora deben cuidar. A pesar de esa vida compartida, Heriberto y Eustaquio están lejos de sentir cariño por quien a priori aparece como su benefactor. De hecho acaban de recibir una notificación del obispado en donde se les anuncia que muy pronto serán ordenados sacerdotes, pero en lugar de alegrarlos el anuncio los angustia.
En el caso de Heriberto (Javier Lester) porque su vocación está en crisis, luego de que un sueño húmedo le confirmara que está enamorado de una feligresa y que el sacerdocio no es para él. En el de Eustaquio (Gastón Pauls) porque la ordenación representaría tener que ser trasladado a otra parroquia, ya que mientras el padre Roberto esté con vida ese lugar le pertenece. Si bien la situación los afecta a ambos, Eustaquio es el más conmovido. A tal punto, que poco después aparece diciendo que Dios se le apareció transfigurado en tucán y le dio un mensaje que él interpreta de manera unívoca: deben asesinar al padre Roberto para así poder cumplir cada uno con su sueño./
El tono elegido para desarrollar la historia demanda el corrimiento hacia la sobreactuación como recurso humorístico, rasgo que junto al costumbrismo le dan a El plan divino un aire anacrónico, a contrapelo de buena parte del cine argentino actual. Al mismo tiempo el guión no teme meterse con temas complejos como la pedofilia o el asesinato, pero evitando una gravedad que hubiera representado un golpe mortal para el relato. La película juega a fondo las cartas del humor negro y si bien no siempre obtiene los resultados deseados, aun así la decisión representa una muestra de valor en tiempos donde la corrección política ha causado estragos en el sentido común. Es que lo mejor de El plan divino emerge cuando no teme combinar el gag físico con la sangre o se permite abordar el tabú desde el humor. El recurso vuelve a mostrarse como una herramienta narrativa válida tanto para poner en escena temas incómodos, como para combatir a cierto neopuritanismo imperante que signa el clima de época.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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