Tras el paso por la plataforma Netflix de la serie Eda, dirigida por Daniel Burman, pegarle a Juana Viale por su desempeño dramático a cargo del rol principal se volvió deporte en las redes sociales. No es que no hubiera motivos para la crítica, pero el asunto se convirtió casi en meme y por momentos rozó la burla y el ciberbullying. Por eso el estreno de Camino sinuoso, ópera prima de Juan Pablo Kolodziej, que vuelve a tener a la menor del clan Legrand como protagonista, aparecía en el horizonte como la oportunidad perfecta para retomar su lapidación pública en medios y redes. Uno de los peores males del siglo XXI. Sin embargo Viale, aun sin entregar una actuación descollante, no es el principal problema que ofrece este thriller ambientado en escenarios patagónicos, que aspira a ocupar un lugar destacado entre los títulos nacionales más vistos de 2018.
Se trata de la historia de Mía, una ex-atleta cuya carrera y vida personal se vinieron abajo cuando un doping positivo reveló que su padre y entrenador le suministraba drogas prohibidas para mejorar su rendimiento, sin que ella lo supiera. Un punto de partida inusual que dentro de la trama solo sirve para poner en crisis de movida el vínculo paterno filial y, de forma algo forzada, justificar la imposibilidad de Mía de quedar embarazada. De un modo también mecánico, el guión le impone a la protagonista un matrimonio infeliz con un hombre violento que la culpa por su esterilidad. Y además la enfermedad de su padre y un hermano desbordado y de pocas luces, que acaba de enviudar y tiene una deuda impagable con el mafioso del pueblito donde vive la familia. Son muchas cosas las que debe cargar la pobre Mía y lo mismo puede decirse de la película, que mete de todo (y más) en la misma bolsa, para después terminar armando el rompecabezas de manera torpe y con poco timing.
Camino sinuoso incluye una rareza: está musicalizada por Fito Páez, quien construye una banda sonora clásica y sobria, aunque por momentos demasiado presente. En tanto que por el lado de las actuaciones cada quien cumple con lo suyo. Arturo Puig vuelve a demostrar que los personajes secos y torvos le sientan bien en esta etapa de su carrera, manejando con soltura el juego sicótico de las dos caras. Como de costumbre, Geraldine Chaplin actúa en piloto automático y en mayor o menor medida siempre funciona. Antonio Birabent consigue hacer del marido de Mía un ser despreciable, construido al límite de lo caricaturesco. Y Javier Drolas le aporta naturalidad a su personaje de eterno enamorado de la protagonista. A pesar de ello, la gran dificultad del elenco radica en la diferencia entre los registros que maneja cada actor, situación que quizá los excede. En cuanto a Viale, su trabajo luce mejor cuando pone en escena el carácter distante y frío de Mía y sus dificultades para transitar la empatía o entablar vínculos emotivos francos, y no tanto cuando el personaje es atravesado por el torrente emocional.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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