El estreno de Toda esta sangre en el monte, del director debutante Martín Céspedes, le suma un granito de arena al extenso vínculo entre el género documental y el mundo del campo, al que el cine nunca ha dejado de observar con atención. La película de Céspedes retrata las actividades del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase) y a través de registrar su lucha por el derecho a la tierra de los pequeños productores que la organización nuclea, vuelve a revelar la puja de fuerzas sociales que tienen lugar en torno de la producción agropecuaria.
El Mocase es una organización cooperativa con casi 30 años de historia, a la que pertenecen unas nueve mil familias campesinas de Santiago del Estero. La misma fue fundada el 4 de agosto de 1990. Su objetivo: luchar contra los desalojos y la ocupación ilegal de la que eran víctimas los habitantes de los territorios rurales a manos de empresarios y terratenientes, siempre a partir de operaciones fraudulentas y títulos de propiedad fraguados. Aunque ahí se encuentran los motivos legales de la lucha del Mocase, hay razones más profundas para justificar la existencia de esta organización y sus luchas: la dignidad de los históricos propietarios de la tierra resistiéndose a ser despojados, a ser convertidos de dueños de su trabajo en descastados peones rurales, uno de los sectores más maltratados de la estructura económica de la Argentina.
El relato de Céspedes arranca de forma brutal, con imágenes del cortejo fúnebre y el entierro de Miguel Galván, miembro del Mocase asesinado por un sicario tras denunciar algunos días antes haber recibido amenazas de muerte. El drama sorprendió al director en pleno rodaje y no dudó en retener dentro de su cámara el dolor y la furia, la resignación y desesperación de los familiares, compañeros y vecinos de la víctima. El registro no necesita más que simplemente mostrar, sin recurrir a golpes de efecto ni acentuar nada a través del montaje. Simplemente la tragedia humana teniendo lugar frente a los ojos del espectador. Esa es la realidad a la que están expuestos de forma cotidiana quienes integran el Mocase.
Porque no se trata de un acontecimiento aislado. De hecho uno de los núcleos en torno de los cuales se articula Toda esta sangre en el monte es el juicio contra Javier Juárez y el empresario rural José Ciccioli, acusados de causar la muerte de Cristian Ferreyra, otro miembro del Mocase asesinado en 2011, un año antes de Galván. Mientras las jornadas del juicio se suceden (cuatro años después Juárez será condenado y Ciccioli, su supuesto instigador, quedará en libertad), Céspedes va dejando constancia de distintas situaciones propias de la vida campesina de estos hombres y mujeres que defienden el derecho ancestral a poseer la tierra que habitan y el derecho humano de trabajarla.
En su relato, el director no se priva de de utilizar algunas de estas viñetas para generar analogías que potencian los distintos hechos que conforman el relato. De ese modo un cabrito degollado se convierte por un rato en víctima: aunque entre su muerte y la de Galván haya un abismo ético que las separa, el recurso es cinematográfica y poéticamente efectivo. De igual forma un hachero que habla de la territorialidad de las abejas y del modo en que estas se organizan para cuidar su espacio vital, mientras saca la miel de un panal oculto dentro de un tronco, resulta una analogía perfecta para representar a la comunidad del Mocase y el despojo constante del cual son objeto.
Céspedes también retrata el recelo dialéctico de algunos miembros del Mocase frente la mirada de estudiantes o sociólogos que se interesan en la comunidad para realizar sus trabajos de campo, reduciéndolos a la categoría fría de meros objetos de estudio, y “después no vuelven más”. Están convencidos que los que vienen de afuera llegan cargados de prejuicios y conocimientos muy limitados de lo qué es y cómo funciona esa realidad para ellos cotidiana. Del mismo modo sienten que su capacidad de producción como campesinos es subestimada. Curiosamente, un documental como este también representa una mirada externa. La diferencia podría radicar en el respeto con que Céspedes ha realizado su trabajo, cuyo resultado es esta película que no cae en los extremos de lo aséptico ni de lo panfletario, aunque sin dejar dudas de dónde se encuentra ubicado el punto de vista.
Espacio de enorme complejidad e importante valor simbólico para el imaginario cultural argentino, al campo se le exige, entre otras cosas, ser el salvador de la economía del país, un arcón de riquezas interminables, capaz de alimentar a cada habitante de la nación, y además paliar el hambre del mundo. Lejos de las fantasías reduccionistas, desde que la Argentina es Argentina el campo también ha sido el escenario en el que las fuerzas sociales han combatido por sus intereses y derechos. Ese conflicto en particular es sobre el que los documentalistas vuelven a poner el ojo de su cámara una y otra vez. En Toda esta sangre en el monte Céspedes consigue hacerlo con potencia y de modo cinematográficamente eficaz.
Pero no es la única película estrenada durante 2018 en registrar los conflictos y tragedias ocurridas en el corazón del universo rural. En febrero de este año, durante la última edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, tuvo su premiere mundial Viaje a los pueblos fumigados, documental en el que Fernando Pino Solanas aborda el inquietante tema del uso indiscriminado de agrotóxicos en la producción agrícola y las consecuencias directas o indirectas que estos tienen sobre la salud humana. En el conflictivo contexto sociopolítico actual no parece probable que los cineastas dejen de mirar hacia el desierto verde en busca de nuevos temas que les permitan retratar la identidad cultural argentina en su faceta más esencial.
Artículo publicado originalmente en el portal de noticias www.tiempoar.com.ar
No hay comentarios.:
Publicar un comentario