El mundo de los festivales de cine tiene sus linajes y prestigios, fundados a partir del balance entre su calidad de programación y su historia, ecuación de la que surge el reconocimiento. Dentro de esta genealogía, un grupo importante lo conforman aquellos festivales a los que se puede considerar ancestrales, los que integran las primeras generaciones de este tipo de eventos que en el continente americano comenzaron a realizarse de manera regular a partir de la década de 1950. Por aquellos años nacieron los de Punta del Este (Uruguay, 1951) o Mar del Plata (1954), decanos de los festivales de cine en América Latina. Aunque hoy ambos gozan de buena salud, también es cierto que han sufrido reiteradas interrupciones a lo largo de su historia que han afectado su continuidad. Pero hay otros que siendo más jóvenes sin embargo han conseguido cultivar el don de la constancia. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, el Festival de Cine de Gramado, en Brasil, que se realiza de forma ininterrumpida desde el año 1973 y que en la actualidad va por su 45º edición. Nada menos.
El Festival de Gramado se realiza en la pintoresca ciudad homónima ubicada en Rio Grande do Sul, el estado gaúcho que limita con las provincias de Corrientes y Misiones. A diferencia de las ciudades más populares y turísticas del Brasil, que se alzan sobre la costa atlántica, Gramado es una localidad serrana cuya arquitectura de típico estilo alpino le confiere un aire de familia con la ciudad de Villa General Belgrano, aunque el paisaje de la sierra cordobesa es mucho más seco y pedregoso que el de la serra gaúcha, donde la vegetación tupida se vuelve casi selvática. Ese es marco en el que el día de ayer comenzó la edición número 45 del festival, que tendrá lugar hasta el 26 de agosto, ofreciendo una programación pequeña pero potente que podrá verse distribuida en once sedes. Dicha programación se encuentra ordenada en torno de sus dos competencias principales, una dedicada al cine latinoamericano y la otra a la producción local. Las actividades se completan con otras dos competencias de cortometrajes, una de carácter nacional y la otra integrada por trabajos procedentes del estado sureño, cuya capital es la populosa Porto Alegre.
Las actividades comenzaron con la proyección del film de apertura, João, o maestro, del director paulista Mauro Lima. De sinopsis clásica, por no decir reiterada, se trata de la vieja historia de superación personal y éxito, esta vez basada en la vida del célebre músico brasilero João Carlos Martins. Prodigioso ejecutante de piano especializado en la obra de Bach, Martins sufre en diferentes etapas de su vida dos accidentes que van limitando su vínculo con el instrumento. Sin embargo, apelando a una combinación de tenacidad y obsesión consigue siempre sobreponerse al peor de los destinos: perder lo que más ama, la música. Apelando sobre todo a una paleta de recursos emotivos y de prolija factura industrial, João, o maestro se propone emocionar y muchas veces lo consigue.
Tras la apertura pudo verse otro film local, O matador, un violento western ambientado en el sertao nordestino durante las primeras décadas del siglo XX, dirigido por el carioca Marcelo Galvão. La misma se proyectó en una versión con sistema de audiodescripción, especial para público no vidente. Una iniciativa infrecuente dentro de las actividades regulares de un festival de cine, pero que habla a las claras del carácter inclusivo y el lugar social que el de Gramado pretende ocupar al interior de su comunidad. O matador es adenás la primera película producida por Netflix en Brasil, confirmando la intención global de la exitosa plataforma de cine on demand de establecerse de forma definitiva también en el área de producción.
Dentro de la Competencia Internacional que, como se dijo, está orientada a la producción latinoamericana y en especial a la original del Mercosur, el cine nacional tiene un lugar de privilegio ya que dos de las siete películas seccionadas son argentinas. En primer lugar debe mencionarse a Pinamar, primer trabajo en solitario del director Federico Godfrid. De extenso y exitoso recorrido por festivales de todo el mundo, incluyendo los de Mar del Plata y Punta del Este, Pinamar ya tuvo su estreno comercial en la Argentina durante el mes de Mayo. El film aborda el vínculo delicado entre dos hermanos jóvenes que transitan el duelo por la muerte de su madre. Ambos viajan a la ciudad balnearia del título para vender el departamento familiar en el que pasaron todos sus veranos. Pero una vez ahí se encontrarán con una amiga de la infancia, una figura luminosa que sin proponérselo les permitirá ver el presente desde una nueva perspectiva. Cálida y sensible, la película de Godfrid tiene bien ganados los elogios recibidos hasta ahora y sin duda volverá a cosecharlos acá en Gramado.
El otro film argentino de la competencia es Sinfonía para Ana, de Virna Molina y Ernesto Ardito, todavía inédita en los cines argentinos. Como en La mirada invisible (2010), de Diego Lerman basada en la novela Ciencias Morales del escritor Martín Kohan, el Colegio Nacional Buenos Aires vuelve a ser el escenario de una historia cercana al golpe de estado de 1976. Como aquella, Sinfonía para Ana también tiene un origen literario, en este caso la novela de culto homónima de la escritora Gaby Meik. El film narra el encuentro amoroso de dos adolescentes a los que la violenta llegada al poder de los militares les cambiará radicalmente la vida, obligándolos a enfrentarse a situaciones tan impensadas como irreversibles. Sinfonía para Ana, que viene de ser premiada por el jurado de la crítica en el Festival de Cine de Moscú, donde también resultó una de las favoritas del público, representa además el debut en la ficción para Molina y Ardito, quienes comparten una extensa filmografía orientada al cine documental.
La competencia internacional también incluye dos películas uruguayas, un documental y una ficción. El sereno, de Jaoquín Mauad y Oscar Estévez, está protagonizada por Gastón Pauls y el uruguayo César Troncoso, y cuenta la historia de un hombre encargado de custodiar durante la noche un laberíntico depósito en el que tienen lugar situaciones inesperadas. Cercana al cine de género, en especial a la estética del terror, El sereno se juega a crear una atmósfera de tensión angustiante, subrayada por un efectivo trabajo fotográfico. Por su parte el documental Mirando al cielo, de Guzmán García, retrata a los integrantes de la tropue de teatro comunitario Ateneos, atendiendo sobre todo al particular amateurismo con que abordan sus actividades y el carácter de refugio que para ellos representa dicho espacio.
La sección se completa con la película peruana La última tarde, de Joel Calero; el documental Los niños, de la chilena Maite Alberdi, que viene precedido por cierta controversia por la forma en que registra la vida de un grupo de adultos con síndrome de down; y X500, coproducción entre Colombia, Canadá y México dirigida por Juan Andrés Arango, que compitió en el Festival de Rotterdam y que cruza desde la ficción tres historias de migrantes en distintas partes del mundo. Por su parte la competencia brasilera incluye, además de O matador, filmes como A fera na selva, un drama de pareja basado en el cuento “La bestia en la jungla” de Henry James. O Las dos Irenes, otro drama, esta vez adolescente, que compitió por Mejor Opera Prima en la última edición de la Berlinale. Otra que pasó por ese festival es Como nossos país, también drama, que compitió por el Teddy, premio al cine con temática de género. También forma parte de esta competencia Por la ventana, de reciente estreno en Argentina.
Artículo incluido originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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