Como en una escena de teatro minimalista o una película de
bajo presupuesto, todo ocurre en un único escenario. Tal vez un par de escenas
aisladas tengan lugar en exteriores, pero nada más. Es un furgón de tren en
hora pico, saliendo de la estación cabecera: el relato irá avanzando a medida
que la formación ferroviaria vaya completando su recorrido, yendo de una
estación a la otra. Dentro del furgón los personajes se aprietan en una
intimidad forzada a la que parecen resignados pero que no los incomoda.
Como ocurría en “La autopista del sur”, el cuento que marca
el comienzo del libro Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar, es el atasco
lo que le va dando lugar a vínculos y relaciones que nunca hubieran surgido de
no mediar esa proximidad compulsiva que se produce dentro del espacio más
popular del más popular de los medios de transporte. Como si se conocieran de toda la vida –y en
algunos casos realmente es así, porque hay gente que se pasa una vida entera
viajando en tren-, las personas comienzan a entablar pequeñas conversaciones,
que pronto se convierten en un tejido dialógico que involucra a todo el mundo.
Son una comunidad cuyo destino común está acentuado por el hecho de que todos
se encuentran encerrados dentro del mismo vagón, compartiendo el mismo e
inalterable sentido. No hay una forma más previsible de viajar que la del
ferrocarril, cuyas vías no permiten apartarse ni un palmo de la ruta por ellas
prevista. ¿O no? ¿Acaso es posible que un tren que viaja hacia el sur de la
ciudad, de golpe y sin aviso haga una parada en una estación distante que se
encuentra hacia al oeste? ¿Qué tipo de curvatura en el espacio y en el tiempo
permitiría que un viaje que debía llegar a Turdera se detenga imprevistamente
en el Cielo y que ahí termine todo?
Escrita durante el año 2009, Furgón (Paisanita Editora) es
la última novela publicada por el argentino Ariel Bermani, un escritor con una
obra copiosa pero transitada por los márgenes de la industria editorial. “No sé
si tardé mucho o poco en publicarla. Creo que fue el tiempo necesario para que
la novela madurara”, dice Bermani acerca de la distancia de cinco años que
separaron el proceso de escritura de la publicación. Y revela que recién pudo
“volver a ella, de a ratos, a lo largo
de los años, para emparejarla, limarle las asperezas”. “De hecho le saqué la
mitad: eso no lo hubiera podido hacer si no hubiera dejado pasar el tiempo. El
texto se volvió ajeno, casi de otro y pude trabajarlo. Escribo rápido, pero
necesito que pasen algunos años para corregir”, revela el autor. Sin embargo
niega, a pesar de los inevitables vínculos que es posible hallar entre ambos
hechos, que la tragedia de Once ocurrida el 22 de febrero de 2012 haya influido
en su percepción de un texto que narra un viaje en tren que termina en un lugar
irreal al que llaman "El Cielo". “Nunca escribo con un referente
histórico condicionándome. La historia y la política se meten con nosotros, por
más que pretendamos, ingenuamente, permanecer al margen. Pero no quiero que eso
me condicione”, dice.
Furgón se presenta como un viaje al corazón de la clase
obrera, pero bien lejos del exploitation o de la construcción que de esa misma
realidad se puede tener cuando sólo se pone el foco en los prejuicios de clase,
en los aspectos atemorizantes o negativos, como ocurre con la literatura (o el
cine) pornosocial. “No tuve que hacer nada especial para meterme en ese mundo
del furgón. Es más, la escribí en un período en que decidí volver a vivir en el conurbano y me reencontré con
el tren. Fue un período corto, pero me sirvió, entre muchas otras cosas, para
escribir esta novela”, confiesa Bermani. La narración de Furgón representa una
mirada cariñosa y humana sobre seres humanos para quienes el mundo tal vez no
sea mucho más grande que la propia red ferroviaria de Buenos Aires. Y Ahí mismo
está su origen. ”Una noche, volviendo a casa en el furgón, un tipo, en cuero y
descalzo, me dijo: ‘capaz me ato un cohete para llegar al cielo’. Enseguida
supe que esa frase sería el comienzo de una novela”, confiesa.
Los personajes de Furgón se vinculan con una naturalidad que
no parece mediada por los tabiques con que se auto seccionan los vínculos
sociales en las clases superiores. Y Bermani los retrata con cariño. “Me gustan
los personajes, sus voces, el modo en que miran, cómo se relacionan entre sí.
Me gusta espiarlos. Siempre los pienso como si fueran personas que conocí y que
quiero mucho. Sin demagogia, ni populismo. Pura curiosidad”, asiente. La idea
construida alrededor del cómo se viaja en el transporte público (apretados,
pegoteados, inevitablemente unidos) y el surgimiento de una inevitable
intimidad, resulta además un juego humorístico muy eficaz. “Todos tenemos
problemas parecidos y eso es lo que trato de explorar. No le busco a eso un
trasfondo social, clasista o político. Por supuesto, ese trasfondo emerge y
cada uno lee en eso lo que quiere. Escribo sobre la intimidad de estos
personajes un poco descentrados, casi sin futuro –a veces heroicos, a
veces patéticos- porque se parecen a la
gente que conozco y conocí y también se parecen a mí.”
La novela mantiene un tono más bien naturalista/ realista
casi hasta su último tercio, pero de pronto realiza un giro fantástico que no
sólo la resignifica, sino que también funciona como una fuerza multiplicadora
del interés. “A mí me interesa el quiebre de la realidad, sobre todo, para ver
qué les pasa a los personajes cuando se encuentran en ese trance. Lo que
llamamos realidad es una estructura tan ambigua y compleja y tan llena de capas
superpuestas que nos permite, a los que nos entretenemos haciendo ficción,
meter a nuestros personajes en un tren que no va a ninguna parte”, reflexiona
el autor. Bermani reconoce el vínculo afectivo que lo liga a sus criaturas.
“Los conozco bien y quiero que sean felices. Y ellos, esta vez, en el furgón,
establecieron un contacto natural entre sí -al menos un puñado de ellos-, y me
gusta verlos así. Furgón es una novela sobre la felicidad del encuentro entre
las personas”, continua. Respecto del
inesperado giro fantástico de la trama, Bermani observa que el furgón es “un
vagón liberado donde la ley opera de otro modo y también en mi novela es así,
pero en otra dirección”. “Necesité ver bien a mis personajes. A pesar de que,
si los miramos desde los prejuicios de las clases medias y las clases altas, no
los vemos bien. Pero creo que esos lazos de solidaridad no estandarizada que se
establecen entre algunos de los del furgón nos humaniza.”
Una de las características más representativas de la obra de
Ariel Bermani es que ha construido una obra publicando sus cuentos y novelas en
editoriales nacionales y extranjeras, pero siempre muy independientes. Incluso
llegó a fundar su propio sello, Conejos, con un grupo de colegas. Entonces,
como ocurre con el viaje suburbano que propone en Furgón, su obra también es un
viaje a la periferia, en este caso del mundo editorial. “No sé si se trata de
una decisión personal, tal vez sí. Escribir me divierte, me hace feliz y ya está”, afirma para sintetizar
la forma en que va construyendo su propia obra, que muy pronto tendrá un nuevo
eslabón, cuando durante el mes de marzo se concrete la edición de Agua, otra
novela corta como Furgón. “¿Qué pasará con lo que escribo? Imposible saberlo.
Lo más probable es que siga pasando lo que pasó hasta ahora. Nada en especial.
¿Por qué publicar en editoriales chiquitas? Porque me gustan. Me gusta cómo
piensan esos editores, esos escritores, que son mis amigos y que se mueven al
margen del gran mercado editorial. De manera casi artesanal. Con ellos viajo en el furgón de los trenes.”
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