Amigos de toda la vida, las parejas que forman Jean y Annie (Bedos y Chaplin), y Jeanne y Albert (Fonda y Richard), más el seductor solterón Claude (Rich), empiezan a sentir que el tiempo finalmente les pasa factura. Ante la sensación de desamparo que algunos de sus amigos comienzan a manifestar, Jean, que es un cascarrabias que extraña los convulsionados pero solidarios años 60, propondrá a todos durante un almuerzo que se muden al caserón familiar que comparten con Annie, para vivir en comunidad. Aunque la pareja está sola hace años y no recibe ni la visita de sus nietos, Annie no verá la idea con buenos ojos. Pero el marcado deterioro físico que el Alzheimer produce en Albert y un accidente cardíaco sufrido por Claude, ayudan a que todos acaben conviviendo bajo el mismo techo. Aunque las situaciones se suceden casi como sketches, la narración se ordena con la aparición de Dirk, un joven estudiante alemán de antropología que decide realizar su tesis de graduación en torno al papel que ocupan los ancianos en la Europa moderna, observando la vida del grupo.
Si la aclamada (y controvertida y premiada) Amour, del austríaco Michael Haneke, realiza una aproximación durísima al tema de la senilidad, ¿Y si vivimos todos juntos? lo intenta desde un registro de comedia que, sin ser ligera, busca al menos no caer en el drama y por cierto lo consigue. En ese sentido esta historia se encuentra mucho más próxima a la mirada que de la vejez tienen títulos como El exótico hotel Marigold y hasta Tres tipos duros, con los que comparte aciertos y pifias. El film de Stéphan Robelin, que es además el guionista, se propone y logra no adentrarse demasiado en los rincones oscuros de los asuntos temidos, como las enfermedades y la muerte, para concentrarse en el empeño con que los personajes se aferran a la vida, incluso los que sin complejos planean el propio final a toda orquesta.
Pero ese éxito no le cuesta poco a la película. El aligeramiento de esos temas provoca también cierta superficialidad que obstaculiza una conexión más profunda y empática con el sufrimiento y las alegrías de esos personajes que, aun cerca del final, demuestran una enorme pasión por seguir adelante. Otro demérito de esta historia otoñal es el uso de algunos lugares comunes para intentar una aproximación desacartonada a los dramas de la tercera edad. Sobre todo en las múltiples referencias sexuales. Aunque ¿Y si vivimos todos juntos? hace equilibrio para mantener su dignidad y mayormente lo consigue, no es justamente al final en donde esto mejor se nota. Sin embargo ver a semejante catálogo de viejos talentos del cine puede llegar a emparejar la ecuación. Todo es cuestión de cómo se perciba un vaso que tiene agua hasta la mitad.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario