sábado, 7 de julio de 2012

LIBROS - "Una misma noche" y "La locura de Onelli", de Leopoldo Brizuela: Escrito desde la memoria

No es habitual que ocurra que un escritor publique dos novelas casi de manera simultánea. Mucho menos frecuente sería que una de ellas fuera reconocida por uno de los premios editoriales más importantes. Sin embargo todo eso le ocurrió a Leopoldo Brizuela. Ganador del Premio Alfaguara de Novela por Una misma noche, el escritor platense también publicó este año La locura de Onelli, editada a través del sello Bajo la luna. Ambos trabajos comparten esa precisión poética que es propia de la prosa de Brizuela -presente ya en notables trabajos anteriores del autor, como la novela Inglaterra o el libro de relatos Los que llegamos más lejos-, pero también una serie de elementos comunes que es necesario descubrir, yendo más allá de las apariencias formales y las distancias temáticas.
En La locura de Onelli el escritor rescata la figura de Salvatore Onelli -hijo adoptivo de Clemente, famoso director del Zoológico de Buenos Aires; un cargo que él mismo desempeñó en La Plata- y lo sigue en una extraña peregrinación hacia el sur salvaje del país. En ella lo acompañan sus colaboradores más fieles, los animales del zoológico y el cadáver adolescente de una princesa aborigen. Construida de manera fragmentaria, Brizuela se sirve de las formas de relato más excéntricas para hacer avanzar la narración. Desde rumores, declaraciones de testigos y cuentos breves a propósito de los nombres de los animales que integraron aquella caravana, hasta extractos tomados de una libreta de viaje. Todo formato le es útil al autor para montar un collage literario que tanto tiene de onírico como de prosaico. Fragmentos como piezas de un código a partir del cual se intenta entender ese viaje, esa locura de Onelli.
En apariencia afirmada en una realidad más contundente, Una misma noche involucra un proceso histórico que se desdobla entre el presente y un pasado trágico más o menos reciente. En ella, con el caso Papel Prensa como telón de fondo, el protagonista enlaza en su memoria un robo ocurrido en la casa de un vecino, con la incursión de un grupo de tareas en esa misma casa, pero treinta años atrás. A partir superponer ambas noches, la luz del presente ira proyectando diferentes sombras sobre el pasado, hasta convertir a la memoria en una masa elástica, que entre el miedo y la culpa irán extrañando hasta el límite de una locura muy distinta de la de Onelli. “El desafío era, después de años de oír y leer cosas sobre la dictadura, hacer el camino inverso y ver qué recordaba, qué conservaba yo”, dice Brizuela. “Fui trabajando la novela con recuerdos personales, que son mínimos y tienen que ver sobre todo con impresiones sensoriales o anécdotas que me llegaron de primer agua”.

-¿Se puede decir que el cuerpo de Una misma noche está hecho de memoria?
-De la memoria de lo que escuchaba ese chico en esa época. Ese era otro desafío: tratar de meterme en la cabeza de un pibe de esa condición, que es la mía, y ver qué entendía, qué sabía o qué ignoraba. Porque es cierto que no se sabía de los campos de concentración, porque para eso existía el aparato represivo, pero sí había muchas cosas con los cuerpos, con la prudencia, con los miedos, y eso está muy explorado en la novela.
-A pesar de la distancia entre ellas, también hay coincidencias entre tus novelas. De hecho ambas están escritas desde la memoria, de la forma en que ven ó recuerdan determinados hechos las personas que los transitaron.
-Las diferencias las ven los lectores. Para mí es un mismo camino: ambas fueron escritas muy cerca en lo temporal, desde un registro fragmentario y trabajan con qué se hace con los muertos, con la masacre. Con la locura; cómo se cuida uno de ella. Ambas tienen a La Plata como escenario. Es muy fuerte el trazado absolutamente preconcebido de la ciudad, como una especie de utopía a realizar: cada seis cuadras hay una plaza, cada seis metros, un árbol. Parece el entorno humano perfecto y sin embargo, 50 o 100 años después, surge lo siniestro.
-También puede mencionarse el papel que juegan en ellas los animales. Los salvajes domesticados del zoológico en una, y los más brutales animales humanos sueltos en una ciudad que es como una jaula, en la otra.
-Exacto, y hablo de la ciudad como una jaula. En la voluntad narrativa de poner en una misma cuadra esa cantidad de personajes muy distintos, que de hecho no vivieron ahí, hay algo de zoológico. No lo había pensado. Por otra parte veo que otros escritores que escribieron sus novelas en los años posteriores a la crisis de 2001, cuando comencé a trabajar con Onelli, también trataron la animalidad. Hay una novela de Oliverio Coelho que se llama Los invertebrables, y Griselda Gambaro escribió en esa época un cuento que se llamaba Los animales salvajes. Como si ante el derrumbe del orden apareciera una fuerte vivencia de lo animal.
-El recurso de componer el relato en fragmentos tampoco es nuevo en tu obra.
-Es una necesidad mía, un intento por unir y reunir pedazos de algo que se rompió. En Una misma noche me interesa mucho el tránsito que hace protagonista de algo privado a la composición de una historia colectiva, porque si bien no cuento qué pasa en las otras casas, me gusta la idea de que se entienda como en una trama. Uno sabía que pasó esto y aquello en una cuadra o en un barrio. Pero en el 83, cuando se empezaron a saber las cosas, fue muy revelador enterarse que nadie había quedado indemne. La novela también trabaja con ese material, bastante relegado hasta ahora, que son las pequeñas experiencias individuales, que uno mismo callaba por culpa o por pudor, pero ahora empezás a ver que no eran tan pequeñas. Esas cosas que uno no contaba por un motivo que es muy nocivo: el miedo a que te acusen de querer usurpar el lugar de las víctimas. Como si el lugar de víctima fura un privilegio. Trabajé contra esa idea de la víctima como héroe, me cuidé del discurso heroico.
-Una misma noche está recorrida por un sentimiento de culpa de lo que se pudo haber hecho o dicho y aun así, no se dijo ni se hizo, generando un escenario en donde el presente interpela al pasado. ¿Pensaste en la idea de un presente torturando al pasado para saber qué pasó realmente?
-Es lo que le ocurre al protagonista cuando habla por teléfono con su vecina de 30 años atrás, y ella le dice “bueno, dejame de joder”. Además hay un terror muy profundo al interrogatorio en sí mismo. Sin embargo los autores de novelas policiales saben que es la parte más rica de un relato. En mi personaje está la fantasía de lo qué hubiera pasado si lo hubieran llamado a declarar, pero también un gran terror a lo que eso pudiera haber desencadenado.

-Otra cosa atractiva de las novelas es la búsqueda de un lenguaje para intentar descifrar la clave de lo que sucede. En Una misma noche es evidente en el hecho de poner un código como las letras del abecedario para titular cada capítulo. Eso convierte un código familiar en algo extraño.
-Es como aprender un nuevo lenguaje, y él siente que cada experiencia que tiene, incluso la de recordar, equivale a adquirir una nueva letra para completar esa palabra, que finalmente no se completa nunca. Tiene que ver, si querés poner en cuestión las dos novelas, con mi intención de buscar siempre géneros distintos. O combinarlos para encontrar formas nuevas. Lo que más me gusta de Una misma noche es que encontró como una estructura que no se corresponde con ningún género en particular. Y aunque tiene una gran deuda con el policial, no lo es.
-Este alfabeto sobre el cual está vertebrada Una misma noche, concluye con la Z, a la que le corresponde una página negra que parece indicar que el lenguaje nunca alcanza, que de todas formas hay cosas que no pueden ser dichas.
-Es lo que pasa con la literatura, con el lenguaje en general: escribís con la esperanza de poder decirlo todo y cuando lo hiciste, te das cuenta de que algo faltó. Ese negro no es la nada: es lo que no podes mostrar en el lenguaje. Eso es típico de la poesía. Ahora, para el personaje el destino es muy ambiguo y para él puede haber dos finales: o haberse vuelto loco, estar en su mambo y terminar negro. O puede haber llegado a una conclusión y haber visto lo que hasta entonces no había podido ver. En ese sentido lo negro es una conquista, porque puede haber alcanzado la experiencia que el lenguaje no le permitía. Esa zona negra es aquello que Shakespeare, que se supone es el autor que lo contiene todo, no contuvo y que permanece en él no como lenguaje sino como secreto, como ausencia. Entonces, esa última página negra es muy prometedora también: sabés que algo no fue dicho y podés recomenzarlo todo. Otra cosa que tienen en común las dos novelas es que están escritas como cuadernos.
-Un recurso que te deja a mitad de camino entre el cuento y la novela. ¿Te sentís a gusto en esa zona?
-Sí, porque permite llevar la novela al límite de sí misma, donde empieza a contaminarse con los géneros populares, o los menos prestigiosos, como la fábula, el melodrama, las libretas de notas, los diarios.
-O los epitafios. En La locura de Onelli hay uno escrito para una mariposa, que remite a Pardo, donde estaba el campo de Bioy Casares, que también es un destino al que viaja en algún momento el protagonista de Una misma noche.
-¡Tenés razón! Además Silvina escribía muchos epitafios. Sí: las dos novelas van ahí, pero no me había dado cuenta. De pura casualidad, porque el Concurso Adolfo Bioy Casares, al que va el personaje como jurado, existe y se hace ahí. Pero nunca pensé que tuviera que ver. Además ellos son figuras tan ambiguas que está bueno plantearme lo de Bioy…
-¿Plantearte lo de la figura de Bioy Casares como ambigua?
-Mi relación con ellos es muy ambigua. No me gusta Bioy, lo detesto. De su literatura, nada.
-¿Nada?
-Su figura me causa horror, un terrible rechazo. Salvo cuando habla de literatura, que siento que podemos tener puntos de vista parecidos. Claro que está la sombra de Borges sobre todos nosotros, y con más razón en Bioy, y pienso que Una misma noche tiene algo de borgeano. Tal vez la idea de la memoria como un devenir que se repite. Y, mirá qué cosa, ayer me mencionaban La invención de Morel, donde se repite siempre la misma escena.
-Igual es extraño que no te guste ni un cuento de Bioy.
-Sus ideas son buenas, pero para un cuento del siglo XIX. Y además parecen escritos como remándola, como si no tuviera ganas. Mientras escribía esta novela recordaba un cuento suyo en el que hay un médico malo que tiene una clínica en donde saca energía del dolor de los enfermos. Si ese médico saca energía de los enfermos, por supuesto que no les alivia el dolor, sino que se los provoca. Y me preguntaba en qué año lo habría escrito. Me fijé: en el 78. Eso es la literatura.


El miedo y la culpa

-¿De qué forma apareció en vos el deseo de trabajar sobre la memoria?
-Lo que quería hacer, porque me parece muy interesante el tema todavía, es que no fuera una novela como hay tantas, donde el personaje se vuelve al pasado y se queda ahí contando la historia. Ni siquiera que volviera. Que recordara un poco más o menos, y que el presente le fuera tirando datos como para modificar la idea de su propia memoria, su propio pasado. Esa es una idea fundamental y muy anterior a la idea de la novela, surgida a partir de una anécdota de mi abuela. Ella contaba que cuando su madre murió, la tía le dijo al padre de ella que ponga a todos los nenes en un orfanato. Y eso estructuró un resentimiento con su tía y por toda esa ala de la familia, y ese rencor también estructuró nuestras vidas, o por lo menos la imagen que nos habíamos hecho de esa gente. Pero en los 90 un primo mío que era historiador le dice “pero abuela: eso no era un orfanato, era una guardería de la época, donde los trabajadores que tenían que laburar dejaban a los niños”. Le estaba diciendo que aquello no había sido una incitación al abandono, sino todo lo contrario. La vieja por supuesto no recibió nada de eso, pero yo sí. Me dije, como basta un dato para que la memoria cambie. Y la idea de que el presente te tire cosas para cambiarte todo el tiempo. Y otra, que puede ser muy esperanzadora: que el pasado está ahí, que es así, trágico, inapelable, lo que quieras, pero que la memoria se puede reconstruir.
-Aunque nunca es inocua, porque se trata de un relato de memoria que te obliga a reconstruir el presente.
-Que te afecta, que es una entidad del presente y que te modifica, porque a partir de lo de mi abuela, yo a esa parte de la familia ya no la veo como a un monstruo.
-Este truco de identificar el personaje con el autor ayuda a que esa memoria se traslade a todos. Y que esa culpa con la que se construye deba ser sostenida también por quienes leemos.
-Recién ahora me doy cuenta de cuan cargada de culpa está la novela. Te soy sincero: yo tenía idea de que estaba hablando sobre el miedo, pero ahora veo que es culpa.
-Pero el miedo también es un sentimiento muy presente en la novela.
-El temor que ha mantenido subterráneo. No entiende por qué tiene tanto miedo. Puede ser un sueño que podrías haber olvidado, sin embargo está ahí, y hay que descender a esos lugares.
-Y el miedo a que la memoria sea una ficción, porque te convierte en otra cosa de lo que querés ser.
-Y además hay algo con lo siniestro. Según Freud, dice que lo siniestro es el cruce entre lo más conocido con lo más desconocido, lo cotidiano que se vuelve extraño.
-La idea del propio padre convertido en monstruo.
-O más todavía. El miedo a que la propia casa, el refugio último que tiene uno en la infancia, de pronto ya no te contenga más. La sensación de que todo se puede volver otra cosa. Es un miedo mucho más fuerte que el que le podes tener a un Comisario concreto.

Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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