foto: Soledad Quiroga
Sucedió en la ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos. Año 2000. Era una mañana clara de abril y, aunque había llovido la noche anterior, todo estaba saliendo según lo planeado. Chelo Lima, Carlos Rodríguez y Patricia Rivero, líderes de uno de los primeros movimientos en comenzar a utilizar los cortes de ruta como herramientas para hacer visibles sus reclamos, habían acordado con los periodistas de Crónica TV fraguar una noticia. Se harían pasar por un comando guerrillero que, encapuchados y reivindicando los combativos años setenta, amenazaría con el regreso de la lucha armada desde la pantalla del canal de noticias con mayor rating. El comando Sabino Navarro nació entonces de la necesidad de llamar la atención sobre la paupérrima situación en la que se encontraba Concordia después de una década de neoliberalismo menemista. Pero la cosa salió muy mal: la farsa se volvió comedia, hasta convertirse en una de las escenas favoritas de los programas que se nutren de los malos pastos que la propia televisión produce. Pero no sólo fue el bochorno: apenas un día después los tres responsables del montaje fueron detenidos y su militancia se hundió en el barro de la propia ineptitud.Aunque no nació allí, Nicolás Herzog vivó toda su infancia en Concordia, y a pesar de que algunos años antes ya se había instalado en Buenos Aires para estudiar Comunicación Social, le bastó ver la transmisión en vivo del canal Crónica para reconocer a los tres activistas de su ciudad y entender que algo raro había detrás de aquella noticia extravagante. Sin saberlo, comenzaba a planear lo que diez años después sería su debut cinematográfico, el documental Orquesta roja, película con la que ganó recientemente el Festival Nacional de Cine y video Río Negro Proyecta y el premio al Mejor Documental en el Festival de Artes Audiovisuales de La Plata. “Me obsesionaba lo que había sucedido el 5 abril de 2000. Los que somos de allá, enseguida vimos el dispositivo montado detrás de eso”, dice Herzog, quien todavía desborda de pasión mientras habla de los hechos sobre los que construyó su primera película. “Me acuerdo de la tapa de Página/12 al otro día titulando “Bananas”, haciendo referencia a la película de Woody Allen. Y después me acuerdo muchas notas de Horacio Verbitsky, descalificadoras acerca del movimiento, sin saber bien qué había sucedido ni quiénes eran los que estaban detrás, pero cargando siempre las tintas con los medios”, completa el director, dejando claro que el cruce entre política y medios de comunicación es la sustancia que sostiene a Orquesta roja.
–La película habla sobre la ética y los principios en los medios, pero también en la política, y además desenmascara la forma utilitaria en que ambas producen su discurso...
–Hay una visión directa de los medios como actores políticos. Si bien podemos separar el discurso mediático del discurso político, inevitablemente están imbricados. Es esa la intención de la película: el cruce entre la idea del sujeto político y el sujeto mediático, y la certeza de que este último nunca deja de ser político. Es una idea que puede pensarse como lógica, pero la realidad es que el común de la gente no discrimina y que un medio de comunicación pueda llegar a ser un actor político. La idea era desnudar ese mecanismo, quería hacer una película narrativa que pudiera llegar a la mayor cantidad de gente. La intención era conseguir abordar de un modo simple un tema tan complejo, y eso fue lo que me costó: construir personajes que luchan por sus principios, con antagonistas y una estructura narrativa más bien clásica.
–Los medios y la política, con intención, buscan distraer la atención del público, no sólo en el sentido de quitar la mirada, sino de orientarla hacia donde quieren...
–Se podría pensar que ese es un recurso de la prensa sensacionalista, sin embargo ese modelo es el que se desarrolló en toda la prensa durante los últimos 100 años y se consolidó en los últimos 20. Sobre todo en televisión: entretener al espectador. Eso mismo, pensado en términos históricos, es lo que puede verse claramente en el menemismo: Orquesta roja siempre está dialogando con la década de 1990, con esta idea de fama y dinero imperando como dinámica cultural a la que se aspira y se debe promover.
–Beatriz Sarlo compara a los medios con la cultura del shopping, como formas sociales que vacían de contenido a lo que las rodea, y recargan un contenido nuevo, como si desde el shopping (o los medios) se planteara la idea de una nueva forma de vida deseable, que es la del consumo, ¿qué pensás?
–Traspolado al caso puntual de Crónica TV, es ese mecanismo el que a nivel popular y social convierte al Comando Sabino Navarro en una parodia casi absurda de una lucha que ya fue. Porque no había que ser demasiado inteligente para saber y entender que el foquismo se había acabado en la década de 1970 y que la aparición de un grupo que intentara recuper esos códigos era imposible. Todo eso habla de un absurdo por parte del propio periodista de sumarse al asunto; y por el lado de Chelo, Carlitos y la Pato, te lleva a preguntar qué se les pasó por la cabeza en ese momento. Siempre pienso en la idea de táctica y estrategia, en los grupos que apelan a ellas como única condición de supervivencia, porque no tienen ni estructura política ni los recursos para llevar adelante un plan de acción acabado. Y más en ese momento en particular, a comienzos de 2000, en que ya se habían visto vaciados de estructura y sólo les quedaba eso: la oportunidad, el momento justo, el aprovechamiento, la mejicaneada… Hay un tramo en la película en que Carlos dice “nosotros hacemos y después reflexionamos” porque de lo contrario, no hacemos nada. Esa idea es muy de la segunda mitad de los ’90, la de ir para adelante y después reflexionar, porque la oportunidad está acá. El ejemplo más extremo y absurdo es el baile del caño de Nina Peloso: es eso mismo lo que la hace desaparecer. Hay algo de eso, del “llegamos hasta ese lugar donde nos ven todos, pero nos comen, porque siempre somos funcionales a otros intereses”. Porque los periodistas son funcionales a los intereses de una empresa, y la empresa periodística también lo es de otros, mucho más densos, con lo cual es una cadena de funcionalidades donde el que pierde siempre es el más débil. Son esas escenas de la vida posmoderna de las que puede hablar Sarlo, más allá de hacia dónde puede estar orientada su mirada política hoy.
–En el libro 120 historias de cine, Alexander Kluge explica por qué se llega a la necesidad de ficcionalizar en el cine después de los primeros años de los hermanos Lumière. Dice que la materia prima de la realidad no cubre la vertiginosa exigencia cinematográfica. ¿Ese argumento es trasladable al medio periodístico?
–En la década de 1990 hubo una gran revolución respecto a eso. En la prensa gráfica fue Página/12 el que llevó adelante esa idea de ir un poco más allá de la realidad, en el sentido de convertirla en una realidad paródica. Creo que en última instancia lo que define a cada medio es el punto de vista político, el lugar en donde se posiciona y, volviendo a la frase de Kluge, que en un punto la realidad ya es grotesca en sí. Es probable que el género o la idea de representación, de incluir la ficción dentro de lo real, nos acerque más a los sectores populares. Yo también tengo esa creencia, quizás por la historia del melodrama, de ciertas formas y estructuras genéricas que son mucho más consumidas por los sectores populares. Yo quise que mi película no fuera consumida sólo por la clase media y que también fuera vista por los sectores populares y por eso tuve que que intentar contar algo de esto. Es ahí donde aparece la idea del policial, un género popular a partir de la segunda mitad del siglo XX; el film noir y esa mezcla entre documental y ficción; por eso aparece la idea del cómic, muy presente como referencia estética, narrativa y política también.
–Comenzaste este proyecto como director de cine. ¿En que te convirtió el camino?
–Me siento mucho más fuerte como director. Fue mucho tiempo el que me involucré con esa historia. Puede parecer increíble, pero sufrí una transformación ideológica muy fuerte también a lo largo del proceso. Me siento muchísimo más cercano de ciertas cosas que antes sentía lejanas, con menos prejuicios. Inevitablemente llega el momento en que uno tiene que ser menos tibio, posicionarse en un lugar y yo siempre bregué, de una u otra manera, por la implementación de una nueva Ley de Medios, por la democratización de la información. Y cuando empecé a hacer la película todavía no se hablaba de eso, y fue muy extraño atravesar todo el proceso de crisis y mediatización del conflicto de los medios.
Ruinas que hablan de la crisis social de un pueblo
–En Orquesta roja hay un rondar lo ruinoso que aparece primero en lo visual, a partir del recorrido por los restos de los palacios abandonados de Concordia, pero también en la ruina social en la que se encontraba la ciudad en los ’90.
–Las ruinas de la Mansión de Pereda y del Castillo de San Carlos son emblemas no sólo de Concordia, sino de una sociedad que ya casi no existe: esa Argentina que miraba a Francia a principios del siglo XX. Ni siquiera queda la preservación cultural de esos espacios abandonados, lo cual también los vuelve interesantes. Si estuvieran imbuidos de la dinámica neoliberal, llenos de luces, no sé si serían tan especiales. Para llegar hasta ahí no sólo tenés que atravesar un cerco, sino que tenés que enfrentar los mitos que se han construido alrededor de ella. Que se realizan ritos satánicos; que allí han ocurrido asesinatos; que es un lugar maldito. En nuestra infancia nadie iba ahí porque estaba lleno de esas historias.
–Entre esos mitos está el del paso accidental de Saint–Exupéry por el lugar, hecho al que además se le atribuye ser fuente de inspiración para El principito. No es casual que ese lugar, asociado al surgimiento del relato mítico, haya sido elegido para llevar adelante la representación del Comando Sabino Navarro.
–Evidentemente hay una correlación de mitos que tienen que ver íntimamente con la historia del pueblo y que están muy centrados en ese paisaje. Hay un dato anecdótico que no deja de ser interesante: durante las décadas de 1970 o 1960, la Mansión Pereda fue ocupada como hotel militar. Y hace poco se la usaba como campo de batalla, donde los chicos jugaban paintball. Es decir, hay una tradición de apropiación de ese espacio e increíblemente Lima y su gente deciden montar la escena en ese mismo lugar. Por comodidad, para no complicar la producción de la noticia. Pero además las ruinas y la selva le dan algo de ambiente al asunto. Es decir que la ocupación de ese espacio en la historia es de cierta manera novelesca.
–Esto ayuda a destacar la potencia de la construcción fragmentaría de Orquesta roja, un Frankenstein que lejos de ser monstruoso, paradójicamente consigue retratar cierta monstruosidad.
–Yo pensé la película como un rompecabezas: tenía tanto material y tan diverso, y sentía que todo era parte necesaria de la historia. El desafío era darle a todo un orden formal, pero también lógico; retratar distintos puntos de vista sin perder el propio de la película. Construir a partir de un montón de universos (incluyendo el documental apócrifo), sin perder una estética clara. Fue un desafío que necesitó mucho tiempo de trabajo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario