Isidoro es uno de los personajes más exitosos de la historieta argentina, de la época en que a nadie se le ocurría hablar de cómics, y como tal su llegada al cine era inevitable. Pero Isidoro es también un clásico arquetipo argentino, muy asociado con la idiosincrasia de la sociedad de los años ´60 o ´70, cuando los militares todavía formaban parte de la aristocracia rica de un país cada vez más encorvado, donde el mito de
Jugador, vago y soltero empedernido, Isidoro vive de fiesta a expensas de su tío el coronel Cañones, hombre de acción y principios, siempre a disposición de la patria, pero que ya no sabe qué hacer para que el sobrino siente cabeza. Desmoralizado, el coronel obliga a Isidoro a elegir entre la seguridad del hogar, o su parte de la herencia y a la calle. Isidoro (o el diablo de su conciencia) elige gastarse todo en un crucero con la barra; cuando no le quede un centavo tampoco le quedarán amigos. Decide volver, pero es tarde: acusado de entregar un invento ultra secreto a manos extranjeras, el coronel es encerrado y sus bienes confiscados. Solo y en la calle, Isidoro cuenta con el único apoyo de Cachorra, su mejor compañera de farras. Sin embargo el capitán Metralla, amigo del coronel, sospecha que hay gato encerrado y confiará en Isidoro para limpiar el honor del tío: deberá viajar al remoto reino de Quindostán y allí desenmascarar al malvado Dagner, que planea quedarse con el trono gracias al invento argentino.
Las adaptaciones son siempre motivo de discordia entre los que defienden el original hasta lo obtuso y quienes creen que toda obra debe mantenerse en movimiento constante, so pena de caer en el olvido u otras formas de la muerte. Apedreado desde ambos flancos está el adaptador, especie de traductor que haga lo que haga soportará la repetida acusación de traición. El paso de Isidoro al cine suma varios logros: el personaje mantiene los vicios y mañas que lo hicieron popular, y Dady Brieva le aporta un tono en general acertado, aunque es Miguel del Sel quien le da al villano Dagner la mejor voz de la película; también es un acierto la breve escena de Pichuco y el Polaco, arrastrando un tango llorón en una esquina; y hasta la trama es afín a las que podían leerse en las páginas de Locuras de Isidoro. Hasta aquí, Isidoro podría ser la excusa ideal para que abuelos y nietos vayan juntos al cine. Tristemente, la buena adaptación se ve opacada y el problema vuelve a ser el guión: de pocos matices, con el humor lavado de las películas de Palito, lleno gags repetidos y pocos momentos de genuina diversión. Como si sus productores, que ya pasaron por algo parecido con Patoruzito 2, le hubieran restado valor al contenido creyendo que la popularidad del personaje per se podría sostener la película. Un detalle que de todas formas no le impedirá competir por el trono de la taquilla nacional.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)
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