miércoles, 29 de febrero de 2012
CINE - Amor por siempre (A little bit of heaven), de Nicole Kassell: Cáncer para reir
Marley Corbett (Kate Hudson) es una chica trabajadora, graciosa, buena amiga, divertida, y varios adjetivos más que casi la vuelven perfecta. Su única contra parece ser la repetida falta interés para asumir compromisos sentimentales con los hombres, pecado que en el mundo conservador del status quo hollywoodense es imperdonable. Un detalle no menor, ya que muchos guionistas y directores creen que no hay mejor recurso para redimir a sus personajes que castigarlos por defectos así. En este caso será un cáncer intestinal el que pondrá a Marley en vereda, para que pueda aprender al fin lo que es amar. Esta sería la parte triste del asunto, que tiene (o le encantaría tener) un contrapeso cómico. Porque como Marley es la más positiva de las almas, buscará soportar su enfermedad a través de la buena actitud, camino que de seguro también utilizarán muchas personas que deben lidiar en la realidad con problemas similares. El problema entonces no es ese, sino la abundancia de un ingenio demasiado pedestre, de la incorrección política mal utilizada, y una palpable ausencia de verosímil que pone en evidencia que tanta ligereza tiene como única función subrayar los trazos fatales del cuento. Todo agravado por personajes secundarios de molde y sin gracia (madre sobre protectora; amigo negro y homosexual; la amiga desorientada; la embarazada sensible; ¡un taxi boy enano!). Todos ellos cargan con una falta de sustancia propia de quienes han construido una vida rodeada de vacío. El retrato de un mundo en donde la gente es feliz sólo si, aun al filo de la muerte, tiene un millón de dólares para ir de compras. Y eso tampoco falta.
Dentro de su costado “festivo”, Amor por siempre también tiene una arista new age. En medio de un viaje astral provocado por la anestesia durante una colonoscopia, Marley tiene la suerte mayúscula de ser recibida por Dios, quien le concede tres deseos a la moribunda en ciernes. En tren de ser buena onda, la película no sólo convierte a un hipotético dios occidental en un remedo del genio de la lámpara, sino que le calza la piel, la voz y los berretines simpáticos de Whoopi Goldberg. (Suponiendo que alguien crea que Whoopi Goldberg sigue siendo simpática y buena onda). Pero como la historia transcurre en Nueva Orleáns, la ciudad más africana de la Unión, una diosa negra que concede deseos puede resultar un artificio lógico para una imaginación remolona. Los deseos de Marley por supuesto son tan obvios como -se ha dicho- vacuos: aprender a volar y aquel millón de dólares. Ambos acabarán por cumplirse arbitrariamente. Al tercer deseo, predecible como los anteriores, ella lo irá descubriendo a medida que avance en su odisea. Bastará decir que el coprotagonista es el mexicano Gael García Bernal, atípico galán que interpreta al joven oncólogo que lleva adelante el tratamiento de Marley… Para qué decir más.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos y Cultura de Página/12.
lunes, 27 de febrero de 2012
LIBROS - "Cartas", de Julio Cortázar: La correspondencia sin fin
Todas las hipérboles del párrafo anterior son pertinentes cuando se está frente a la nueva edición corregida y aumentada de la correspondencia del autor de Rayuela. Cinco volúmenes proyectados, de los que ya se han publicado tres, con más de 600 páginas cada uno, que incorporan un millar de cartas que se encontraban ausentes al momento de la publicación original, fechada en el año 2000. Un trabajo monumental al que sin embargo ninguno de sus responsables (Aurora Bernárdez, ex mujer, heredera y albacea universal del escritor, y el curador Carles Álvarez Garriga) se ha atrevido a titular como “Correspondencia completa”. Un escrúpulo que, a la vista de la experiencia previa, parece por completo justificado.
Ante la magnitud del material a compilar, Bernárdez y Álvarez Garriga eligieron organizar las cartas no por destinatario, sino por año. De esta manera se privilegia la línea temporal del relato, por sobre los detalles particulares de cada una de las muchas relaciones que componen la correspondencia de Julio Cortázar. Así,sus Cartas acaban por convertirse en una autobiografía espontánea, en la que sin proponérselo el escritor traza el relato de su vida a partir de la suma de todas sus confidencias. Entre los textos incluidos en esta edición, hay cartas enviadas a su madre y su hermana; una respuesta nunca enviada a su padre, quien abandonó a su madre siendo él muy pequeño; a infinidad de amigos de diferentes etapas de su vida; a escritores como Borges, Vargas Llosa, Pizarnik, Cabrera Infante, Octavio Paz y tantos otros.
En presencia de estos tres volúmenes, imaginando el tamaño de los dos que en breve completarán la colección, y sumando los gruesos tomos de su obra completa, más la colección de Papeles inesperados, hay preguntas que surgen sin necesidad de pensarlas. ¿Cuándo dormía Cortázar? ¿Tenía tiempo para almorzar? ¿Le quedaba espacio para el amor? Muchas de las cartas incluidas responden estos y otros interrogantes similares, confirmando que dormía, comía y amaba como cualquier otro. Sin embargo, ante el desborde de tanta tinta sobre papel, se puede concluir que en el acto de la escritura Cortázar también se jugaba sus sueños, sus mejores banquetes y sus amores imposibles. Estas Cartas no son sino la prueba de su necesidad de compartirlo todo con aquellos que formaban parte de su mundo privado. Una fiesta a la que hoy somos todos invitados.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
sábado, 25 de febrero de 2012
LA COLUMNA TORCIDA - Al cielo por espejo
Digamos entonces que si tuviera que creer elegiría al viejo y querido panteísmo, el sistema que mejor refleja la esencia del creador a través de la única prueba de su existencia: su creación. Imagino a esos dioses como a un grupo de amigos aburridos, cansados de hacerse bromas pesadas durante toda la eternidad, buscando una excusa para conjurar la peor de las plagas divinas, el hastío. Sólo por cuestiones prácticas aceptemos que esos amigos podrían ser tres, no para hacer la cosa más católica (Dios nos libre), sino porque tres es el número perfecto para una reunión de amigos dispuestos a reírse de todo. Eso mismo es lo que ocurre cuando nos juntamos a cenar con Daniel y con Hernán. Empezamos por someternos a las más crueles burlas intestinas, aprovechando que conocemos mutuamente nuestros miedos y tristezas, nuestras debilidades y puntos vulnerables, información que con inocencia fingida hemos ido confesándonos por turnos. Aquello suele ser una carnicería verbal donde nunca mostramos piedad y siempre es posible acercar al otro al borde del abismo emocional, aunque al final nos aburrimos, como debieron aburrirse ellos. Pero a esa altura ya somos tiburones excitados por el olor de unas gotas de sangre en el agua (nuestra propia sangre) y necesitamos desesperadamente continuar con la matanza. En ese momento es cuando a los dioses debió de ocurrírsele la misma idea: “Precisamos a alguien más”, se habrán dicho, “alguien con quien poder ensañarnos sin culpa ni compasión”. Es lo que hacemos con Hernán y Daniel cuando ya no nos queda un hueso sano, recordamos en ausencia al resto de nuestros conocidos.
Si los dioses, hartos de mirarse en el espejo, nos hicieron a su imagen y semejanza sólo para tener alguien a quien patear en el piso, queda el consuelo de saber que ellos deben ser igual de estúpidos y divertidos. Nuestros mejores amigos (si es que en verdad existen).
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
miércoles, 22 de febrero de 2012
COLUMNA - Los teléfonos sonaron todos juntos
Y así fue, nomás: perdí mi tren por algunos minutos y viajé más apretado en el siguiente, que recién se descomprimió un poco al llegar a Liniers. Ahí pude sacar un libro del bolso, para retomar la lectura que había quedado en suspenso la noche anterior, en el tren de regreso. Es que, desde siempre, los vagones del Sarmiento son como mi sala de lectura: leía Los electrocutados, segunda novela de J. P. Zooey. En eso andaba cuando el tren se detuvo más cerca de Once que de Caballito y entonces, después de unos minutos lastrados por la impaciencia que acostumbro sentir cuando el tren se detiene donde no debe y por un lapso de tiempo siempre difícil de clacular, el aire se detuvo de golpe.
Como si hubieran estado programadas, las melodías y zumbidos de los teléfonos móviles comenzaron a llamar por todas partes. Parecía la coreografía de una comedia absurda, o la escena de una de esas películas de ciencia ficción de atmósfera orwelliana: todos atendían sus teléfonos al mismo tiempo, igual que robots con cara de dormidos. Súbitamente humanizadas, las miradas perdieron ese vacío impersonal que se produce al viajar apretados, cara a cara con desconocidos: pronto todos intercambiaban los retazos de información que recibían desde sus casas.
El arribo a Once demoró más de lo habitual. La dársena 3 de la estación reproducía una escena de guerra. Gritos; gente (mucha gente) tirada en el piso, enroscada entre cables y cámaras de televisión; bomberos corriendo de un lado a otro; camilleros con sus guardapolvos manchados, pidiendo permiso con desesperación. Un cordón de policías calzándose guantes de látex. Las chispas que escupía una enorme sierra eléctrica con la que los bomberos comenzaban a cortar la cabina donde estaba atrapado el maquinista, saltaban y también se apagaban sobre el andén, mientras un montón de imbéciles lo filmaba con sus celulares. Llegar temprano al trabajo dejó de ser importante. En el Hall la gente seguía hablando por teléfono, muchos también corrían o lloraban o todo al mismo tiempo. Yo caminaba despacio, con Los electrocutados todavía en una mano y un lápiz en la otra, sin saber bien qué estaba haciendo ahí o a dónde se supone que debía ir, como si el electrificado fuera yo. Como si ese tren ahora apelmazado hubiera sido el mío, como si no lo hubiera perdido sólo por esto apenas cuarenta minutos antes.
Salí de la estación. Vi a Pueyrredón como una boca desdentada a la que le faltaban todos los autos y los colectivos. Sólo había gente (mucha gente) deambulando con más aire de perdidos que de encontrados. Unas cuadras más allá, una ambulancia con su trompa enterrada dentro de un kiosco era la síntesis perfecta del sinsentido. Se me escapó pensar en las películas de zombis y tuve que sentarme para digerir la idea de que tal vez no somos más que muertos vivos, con nuestras fechas de defunción ya impresas en los legajos de algún Ministerio. Una idea triste. Pero no tanto como la certeza de que otros ya no llegarán a tiempo al trabajo, ni volverán a viajar de casa a Once y de Once a casa.
Artículo publicado originalmente en la sección Sociedad de Tiempo Argentino.
sábado, 18 de febrero de 2012
LA COLUMNA TORCIDA - Milagros y fantasmas
La noche era preciosa, aunque el sol todavía resbalaba sobre algunas cornisas, demorando en decidirse a por fin cerrar su ojo. El lugar, una estaca de Oriente en el corazón porteño: paredes de papel de arroz, esterillas y almohadones por toda decoración. Y una lamparita desnuda colgando del techo que, es verdad, con su luz amarilla empañaba un poco la ilusión de haber atravesado mil océanos con sólo trasponer un umbral. Era esperable tener que entrar ahí descalzo y pude ver, no sin algo de pudor, como restos de talco imprimían en el suelo el pasado de mis pasos. Tan esperable como que la comida fuera extraña, o bien un poco cruda o demasiado frita. Sin embargo, todo eso no hacía más que avivar una atmósfera con más de sueño que de realidad. Los milagros existen.
Lejos de lo que suele suponerse, que los seres celestes jamás se molestan en atender cuestiones terrenas, lo cierto es que esos encuentros ocurren, aunque son raras las veces. Justamente aquel hueco ignorado de toda mirada era el escenario de una de esas infrecuentes cumbres entre cielo y tierra. Si por curiosidad me preguntaran cómo son ellos, diría que la luz del atardecer permite ver a través de su piel; que son de risa tan generosa como su afecto y, vaya a saber por qué, gustan de comer pescados vivos, igual que la gente del Japón. Será que del mismo modo en que los bebés vienen de París, tal vez ellos tengan residencia en Kyoto o en Okinawa, aunque me consta que algunos también conocen Francia.
En cuanto a sus alas, las esconden, no las muestran, pero es obvio que ahí están. Sólo si se les antoja, con ellas te llevan a dar una vuelta por el aire, su elemento, tan alto que parece que nunca antes hubieras visto el cielo y dan ganas de tragarse la luna de un bocado. Así de cerca, así de azul se siente todo.
El mundo es perfecto en momentos como ese. Pero es ahí, en el aire, como una uña que escarba el pecho por dentro, cuando nos captura la idea de que el único defecto de ese instante pudiera ser uno, tan indigno, tan falible. Tan mortal. Entonces apenas queda el consuelo de sentarse a escribir.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 16 de febrero de 2012
CULTURA - Polemica en España por una escultura: Franco en el freezer
Se trata de una escultura que bajo el sugestivo nombre de Always Franco (Siempre Franco), reproduce a la perfección al general Francisco Franco, de cuerpo completo, metido dentro de una heladera de Coca Cola. Una idea notable que reúne en un mismo espacio al dictador español con uno de los grandes íconos culturales del capitalismo. Hecho que se acentúa con la utilización de la palabra “siempre” en el título, recordada por ser el leitmotiv de una de las más populares campañas de esa gaseosa que se jacta de ser la que refresca mejor. Y la escultura actúa precisamente como un refresco para memorias acaloradas: hay cosas que no cambian y muchas veces los que parecen haberse ido, en realidad están más presentes de lo que parece a simple vista. Ahí está la entrevista que nuestro propio dictador Jorge Rafael Videla le concedió a la revista española Cambio 16, demostrando que los fantasmas siguen vivos. Ahí está Piñera en Chile y su intervención de los manuales escolares, para que los chicos aprendan a llamar “régimen militar” a la dictadura de Pinochet. Ahí está la Fundación Francisco Franco en España, amenazando a Eugenio Merino por meter a Franco en una heladera, por considerar que eso atenta contra "el sentido de la estética y el arte". Y hasta se atreven a decir que los humanos no pueden "caer tan bajo". Justo ellos.
Ante las repercusiones de su obra, Merino comentó que "quería reflejar cómo es España, cómo tenemos en la cabeza esa imagen, que es nuestro icono, y que está como congelada en nuestro cerebro". Las reacciones le dan la razón. Sin embargo no es la primera vez que el artista plástico ha debido pasar por situaciones como esta. En la edición de ARCO del año pasado, la Embajada de Israel en España mostró su rechazo por la escultura de los tres religiosos superpuestos y la ametralladora intervenida. Sin embargo Merino parece tener muy clara su visión del mundo. En el suelo de la exposición, muy cerca del Franco frizado, el tipo montó un paseo de la fama al estilo hollywoodiense, integrado por baldosones de mármol negro con estrellas dedicadas a Adolf Hitler, Joseph Stalin y el propio Franco. Trabajo de un artista dedicado a patear culos.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
miércoles, 15 de febrero de 2012
CINE - Jack y Jill, de Dennis Dugan: Con un Adam Sandler ya era suficiente
La historia, como en casi todas las películas de Sandler y de su productora Happy Madison (que también se encarga de promover los trabajos de algunos de sus amigotes, como Rob Schneider), es apenas la excusa para activar un mecanismo de comedia muy básico. Jack y Jill son gemelos, pero él la detesta y con razón. Ella vive en el Bronx y una vez por año visita a su hermano en Los Ángeles, donde él trabaja como director publicitario y todas las veces lo saca de quicio. Jack está preocupado porque debe conseguir que Al Pacino se interese en filmar una publicidad para la cadena Donkin Donnuts (su mejor cliente), para promocionar un nuevo producto, el capuchino Donkachino, aprovechando la rima del apellido del actor. Pero su hermana es una molestia permanente y no consigue concentrarse. El humor de Sandler nunca ha sido fino, ni en sus mejores películas, como No te metas con Zohan. Pero la permanente apelación a recursos cómicos tan elementales como los pedos y sus consecuencias, o los contrastes culturales entre el pequeño burgués norteamericano y los inmigrantes latinos o los indigentes, con dificultad consiguen una sonrisa.
Algo mejor le va con la subtrama de Al Pacino, aunque no precisamente porque esa historia sea más sólida o tenga mejores gags. No. Lo gracioso es ver a Michael Corleone, a Caracortada, quien ha sido reiteradas veces criticado por reducir sus últimos trabajos a desmesuradas parodias megalómanas de otros anteriores, hacer exactamente eso mismo, pero en broma. Sus escenas de desborde durante una interpretación shakespeariana son, por lejos, lo mejor de la película. Lo mismo se aplica a su aparición junto a Johnny Depp en un partido de básquet; sus intentos por seducir a Jill; el chiste del Oscar, o su entrada final. Es que si algo inteligente hace Adam Sandler en casi todas sus películas, es elegir buena música y buena compañía. El spot final de Donkachino lo confirma. Pero tal vez el viejo Al esté tan arrepentido de todo esto como su alter ego en la pantalla.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
lunes, 13 de febrero de 2012
CINE - Nuevas estrategias, Corrientes subterráneas en el nuevo cine español: Viva España
Con programas diarios que combinan largometrajes invariablemente prologados por uno o varios cortometrajes, el ciclo es generoso en lo estético, y al mismo tiempo representativo de la variedad cultural de un país rico en múltiples tradiciones, como lo es España. De esta manera no sorprende encontrarse con filmes como el inesperado Finisterrae, del director catalán Sergio Caballero, exhibido el año pasado en el Bafici y que retrata el desconcertante periplo a caballo de dos fantasmas (apenas dos tipos metidos debajo de unas sábanas) con un humor que oscila con inteligencia entre la sutileza y el absurdo. En busca de una amplitud heterogénea, el programa también incluye Todos ustedes son capitanes, de Oliver Laxe -cineasta nacido en París pero criado en La Coruña-, película en la que el director documenta su trabajo de varios años en Tanger, Marruecos, haciendo cine con chicos y adolescentes en situaciones sociales comprometidas. Desde allí, desde estos hipotéticos extremos, Nuevas estrategias, Corrientes subterráneas en el nuevo cine español busca presentar las caras menos conocidas, aunque no las menos ricas, del cine español.
Integrado por siete largos, el programa del ciclo aporta también la significativa presencia de 22 corto- metrajes, buscando recuperar la impor- tancia de un formato tristemente relegado. Entre los trabajos incluidos se cuentan los del director Velasco Broca, inclasificables retazos oníricos en los que no es raro ver como se cruzan el surrealismo con el más descarnado gore, o la ciencia ficción con el pop art. De este generoso caldo de cultivo, y de la estimulante curaduría de Gayo, es de donde surgen estas Nuevas estrategias, un acertado intento de encontrarle una nueva vida al cine español.
El ciclo se desarrolla desde hoy y hasta el viernes 24 de febrero en la sala Lugones del Teatro San Martín, av. Corrientes 1530. Para consultar programación y horarios: >www.teatrosanmartin.com.ar/cine<
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 9 de febrero de 2012
A 60 años de su muerte: Macedonio sigue ahí
Aunque su figura continúa eclipsada, es indudable que Macedonio representa una pieza fundamental en la conformación de las generaciones más notables de la literatura argentina, durante la primera mitad del siglo XX. Contra el olvido, esa influencia sigue vigorosamente viva.
Hoy a las 19, canal Encuentro emitirá el episodio de la serie Los Malditos dedicado a Macedonio Fernández, dirigido por Andrés Di Tella y guión de Ricardo Piglia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
martes, 7 de febrero de 2012
CUENTO - Las películas para chicos
Pero hoy fue distinto, aunque no sabría decir qué cambió, si el desayuno sin ganas o encontrar incompleto el par de medias que necesitaba para combinar con ese pantalón y esa camisa que había preparado anoche. O la mujer en el subte que primero besaba en la boca a un tipo, después besaba en la boca a un nene, con tanta pasión que no se podía saber cuál de los dos era el hombre. O tal vez fue el desayuno sin ganas. El asunto es que cuando por fin pude bajar del vagón, repleto como siempre, hacer la lista en la última hoja de la libreta no sirvió de nada. El abismo seguía ahí, sólido, y el resto se fue ausentando. La rehice tres veces, doblándome por dentro hasta quedar como uno de esos papelitos viejos que uno encuentra en la billetera después de muchos años y donde alguna vez anotamos un número de teléfono que ya no podemos recordar de quién era. Fue ahí, casi al final, cuando vi como en un sueño la hoja de diario asomando por encima del borde del tacho de basura: “El Rey León, ahora en 3D”, decía, como un yunque de aire cayendo del último piso justo en mi cabeza.
Cuando abrí los ojos estaba en una oficina chiquita y pintada de blanco quirófano, que alguna vez habrá presumido de limpia. Dumbo, Mowgli… Bambi y Simba ¿Se siente mejor, señor? Sí gracias... Me levanté y salí de ahí, pero en lugar de retomar, volví. Al llegar dejé la libreta cerca de la estufa. Como cada vez que necesito hacer la lista las manos se me ponen mojadas de frío, resulta que las hojas de la libreta acaban empapadas y tengo que ponerlas a secar en cuanto llego. Por eso todas mis libretas terminan retorcidas. Tengo tres bibliotecas llenas. La primera es en realidad un cuaderno de tapas duras forrado con papel araña azul como los del colegio. De hecho es el que usaba en tercer grado. Ahí aprendí el truco de la lista. La primera la hice en una clase de matemática. Todavía recuerdo el vértigo de esa mañana frente al orificio del cero y el abismo en el escote de la señorita Adelma. Esa semana habíamos ido a ver Bambi con mamá. Fue entonces, en clase de matemáticas, en medio de uno de esos momentos de horror vacuii que me atormentan desde antes de haberme empezado a funcionar la memoria, fue ahí que un cálculo destiló la solución para el problema. 84+81 84+81 B4+81 B4+B1 BA+B1 BA+BI. ¿No es curioso que la respuesta fuera matemática?: “BAmásBI”. Esa fue la primera vez que hice una lista -tres hojas llenas de BAmBIs- y fue como detener el mundo para contemplar de qué forma sutil cada detalle encajaba en el hueco de sí mismo. La lista funcionó, todavía lo hace. Aquella vez la señorita Adelma mandó una nota a casa, avisando que yo había estado especialmente distraído. Sin embargo mamá no sólo no dijo nada, sino que me felicitó con un beso, porque había escrito mis bambis con una letra preciosa. Ella misma me puso en el cuaderno del colegio un Muy Bien 10 con tinta verde. El cuaderno está ahí: es el primero en el último estante de la más grande de mis tres bibliotecas de libretas.
Al regresar de la calle yo también estaba empapado. Casi me había sacado todo cuando vi a Mamá en la habitación y por poco me mata del susto. Siempre me espanta cuando se aparece así.
¿Quéhacésacá mamá? Te sentí llegar y quise saber si está todo bien Nomamá andatequemestoy cambiando Dejá que te ayude nene dame los pantalones esos que otra vez están empapados Nomamáyo puedoyopuedo Pero dele mi chiquito venga que mami lo ayuda Nomamá dejámequerés A ver a ver dame esa camisa y los calzones es increíble todavía tenés el mismo olor de cuando eras un nene Nomamá dejaeso andateandate dejamesolo porfavor¡dejamesolo! Yo puedo solo. Puedo. Pero enseguida, siempre, me siento culpable de maltratarla y la veo en los rincones esperando que vuelva a dirigirle la palabra.
A los dos nos encantan las películas de Disney, las habremos visto cuántas veces a cada una y nunca nos aburrimos. No puedo dejar de ir al cine con ella y ahora va a ser más raro, porque nunca vimos una película en 3D. Además se trata de El Rey León, ¡nada menos! Simba es muy importante porque cierra la serie. Bambi, Blancanieves, Pinocho, Cenicienta, Dumbo, Alicia, Peter (y el resto de los chicos), Mowgli, Simba, todos huérfanos. Un doctor dijo una vez que Dumbo tenía madre. Le contesté que uno puede tener mamá y de todas formas ser huérfano. Mamá estuvo de acuerdo con eso y nunca volvimos a ver a ese doctor. Claro que Dumbo es huérfano. Volviendo a Simba, igual que Bambi, ellos son fundamentales en cada extremo de la lista, viendo como el destino de orfandad (uno de padre, el otro de madre) se vuelve real justo frente a sus miedos. La misma importancia tienen entonces Scar y los cazadores, porque en tanto aceptan cargar con el peso de la culpa garantizan que los otros, los de la lista, puedan seguir siendo huérfanos. Así debe ser, mamá siempre estuvo de acuerdo en todo, por eso El Rey León, ahora en 3D, es una buena excusa para volver a sacarla de casa.
Me puse ropa cómoda, agarré una libreta nueva (a la otra, ya seca, le hice lugar en la estantería junto al resto) y de nuevo a la calle. Camino al cine pensé en que ya no se hacen películas como esas. Mamá se entristeció, así que dejé de pensar. Compré mi entrada, me dieron un par de anteojos negros y entré a la sala enseguida. La sensación de bienestar que siempre siento ahí no la recuerdo en otro lado. Un estado de perfecta suspensión, casi de trance, donde los sonidos llegan mansos como si estuviera sumergido en un líquido apenas más espeso que el agua. Donde todo es amoroso y uno puede mirarse las manos como si nunca se las hubiera visto. No sé cuánta gente habría adentro, porque nunca fui bueno calculando, pero sí sé que sólo se trataba de chicos con sus madres. Nadie más. Eso terminó de tranquilizarme. Me senté justo en el medio, igual que siempre, y vi la película de nuevo. Volví a llorar cuando Scar mata a Mufasa frente a Simba, como si cada uno de ellos no fueran sino tercios de un mismo y único personaje. Y hasta disfruté de esa profundidad ilusoria del cine del futuro. Mamá, en cambio, dijo que aún prefiere el formato tradicional y tenerme abrazado sobre sus rodillas durante toda la proyección.
Cuento publicado originalmente dentro de la antología virtual de relatos "Aquella película contigo", imaginada y editada por GrupoKane. Para ver el resto de los textos, >>>HACER CLICK AQUÍ<<<
CINE - FIPRESCI Argentina entregó sus premios a lo mejor de 2011
Por su parte, la película Los labios, dirigida por el tándem integrado por Santiago Loza e Iván Fund, obtuvo una mención dentro de las candidatas locales, honor que entre las nominadas en el rubro internacional compartieron la rumana Aquel Martes después de Navidad, de Radu Muntean, y El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, del tailandés Apitchapong Weerasethakul.
La filial Argentina de FIPRESCI está integrada por los críticos Diego Batlle, Horacio Bernades, Diego Brodersen, Gustavo J. Castagna, Juan Pablo Cinelli, Flavia de la Fuente, Leonardo M. D'Esposito, Paula Félix-Didier, Juan Manuel Domínguez, Hernán Ferreirós, Mariano Kairuz, Roger Alan Koza, Diego Lerer, Leandro Listorti, Fernando López, Luciano Monteagudo, Gustavo Noriega, Paulo Pécora, Miguel Peirotti, Martín Pérez, Javier Porta Fouz, Quintín, Eduardo A. Russo, Hugo Salas, Josefina Sartora, Pablo O. Scholz, Pablo Suárez, Diego Trerotola y Sergio Wolf.