martes, 7 de febrero de 2012

CUENTO - Las películas para chicos

Al principio no lo noto tan fácil: simplemente viene una ansiedad como ardilla, que me pone la boca áspera y lo primero que pienso es que así es como terminan las cosas, como caer por un tubo que se va haciendo cada vez más estrecho hasta desaparecer en un fondo de infinita pequeñez. Entonces, donde sea que estuviese (fuera de casa), saco mi libreta retorcida y empiezo a hacer la misma lista que ya hice un millón de veces en la primera hoja en blanco que encuentro: Blancanieves, Pinocho, Cenicienta, Alicia, Peter y el resto de los chicos. Cada nombre que voy agregando es un escalón que me trae hacia la superficie. Las partes donde anoto los nombres de Bambi y de Simba son las más tranquilizadoras y con ellos el aire de a poco empieza a ponerse menos rebelde y puedo ver que el mundo sigue ahí. Que yo sigo.

Pero hoy fue distinto, aunque no sabría decir qué cambió, si el desayuno sin ganas o encontrar incompleto el par de medias que necesitaba para combinar con ese pantalón y esa camisa que había preparado anoche. O la mujer en el subte que primero besaba en la boca a un tipo, después besaba en la boca a un nene, con tanta pasión que no se podía saber cuál de los dos era el hombre. O tal vez fue el desayuno sin ganas. El asunto es que cuando por fin pude bajar del vagón, repleto como siempre, hacer la lista en la última hoja de la libreta no sirvió de nada. El abismo seguía ahí, sólido, y el resto se fue ausentando. La rehice tres veces, doblándome por dentro hasta quedar como uno de esos papelitos viejos que uno encuentra en la billetera después de muchos años y donde alguna vez anotamos un número de teléfono que ya no podemos recordar de quién era. Fue ahí, casi al final, cuando vi como en un sueño la hoja de diario asomando por encima del borde del tacho de basura: “El Rey León, ahora en 3D”, decía, como un yunque de aire cayendo del último piso justo en mi cabeza.

Cuando abrí los ojos estaba en una oficina chiquita y pintada de blanco quirófano, que alguna vez habrá presumido de limpia. Dumbo, Mowgli… Bambi y Simba ¿Se siente mejor, señor? Sí gracias... Me levanté y salí de ahí, pero en lugar de retomar, volví. Al llegar dejé la libreta cerca de la estufa. Como cada vez que necesito hacer la lista las manos se me ponen mojadas de frío, resulta que las hojas de la libreta acaban empapadas y tengo que ponerlas a secar en cuanto llego. Por eso todas mis libretas terminan retorcidas. Tengo tres bibliotecas llenas. La primera es en realidad un cuaderno de tapas duras forrado con papel araña azul como los del colegio. De hecho es el que usaba en tercer grado. Ahí aprendí el truco de la lista. La primera la hice en una clase de matemática. Todavía recuerdo el vértigo de esa mañana frente al orificio del cero y el abismo en el escote de la señorita Adelma. Esa semana habíamos ido a ver Bambi con mamá. Fue entonces, en clase de matemáticas, en medio de uno de esos momentos de horror vacuii que me atormentan desde antes de haberme empezado a funcionar la memoria, fue ahí que un cálculo destiló la solución para el problema. 84+81 84+81 B4+81 B4+B1 BA+B1 BA+BI. ¿No es curioso que la respuesta fuera matemática?: “BAmásBI”. Esa fue la primera vez que hice una lista -tres hojas llenas de BAmBIs- y fue como detener el mundo para contemplar de qué forma sutil cada detalle encajaba en el hueco de sí mismo. La lista funcionó, todavía lo hace. Aquella vez la señorita Adelma mandó una nota a casa, avisando que yo había estado especialmente distraído. Sin embargo mamá no sólo no dijo nada, sino que me felicitó con un beso, porque había escrito mis bambis con una letra preciosa. Ella misma me puso en el cuaderno del colegio un Muy Bien 10 con tinta verde. El cuaderno está ahí: es el primero en el último estante de la más grande de mis tres bibliotecas de libretas.

Al regresar de la calle yo también estaba empapado. Casi me había sacado todo cuando vi a Mamá en la habitación y por poco me mata del susto. Siempre me espanta cuando se aparece así.

¿Quéhacésacá mamá? Te sentí llegar y quise saber si está todo bien Nomamá andatequemestoy cambiando Dejá que te ayude nene dame los pantalones esos que otra vez están empapados Nomamáyo puedoyopuedo Pero dele mi chiquito venga que mami lo ayuda Nomamá dejámequerés A ver a ver dame esa camisa y los calzones es increíble todavía tenés el mismo olor de cuando eras un nene Nomamá dejaeso andateandate dejamesolo porfavor¡dejamesolo! Yo puedo solo. Puedo. Pero enseguida, siempre, me siento culpable de maltratarla y la veo en los rincones esperando que vuelva a dirigirle la palabra.

A los dos nos encantan las películas de Disney, las habremos visto cuántas veces a cada una y nunca nos aburrimos. No puedo dejar de ir al cine con ella y ahora va a ser más raro, porque nunca vimos una película en 3D. Además se trata de El Rey León, ¡nada menos! Simba es muy importante porque cierra la serie. Bambi, Blancanieves, Pinocho, Cenicienta, Dumbo, Alicia, Peter (y el resto de los chicos), Mowgli, Simba, todos huérfanos. Un doctor dijo una vez que Dumbo tenía madre. Le contesté que uno puede tener mamá y de todas formas ser huérfano. Mamá estuvo de acuerdo con eso y nunca volvimos a ver a ese doctor. Claro que Dumbo es huérfano. Volviendo a Simba, igual que Bambi, ellos son fundamentales en cada extremo de la lista, viendo como el destino de orfandad (uno de padre, el otro de madre) se vuelve real justo frente a sus miedos. La misma importancia tienen entonces Scar y los cazadores, porque en tanto aceptan cargar con el peso de la culpa garantizan que los otros, los de la lista, puedan seguir siendo huérfanos. Así debe ser, mamá siempre estuvo de acuerdo en todo, por eso El Rey León, ahora en 3D, es una buena excusa para volver a sacarla de casa.

Me puse ropa cómoda, agarré una libreta nueva (a la otra, ya seca, le hice lugar en la estantería junto al resto) y de nuevo a la calle. Camino al cine pensé en que ya no se hacen películas como esas. Mamá se entristeció, así que dejé de pensar. Compré mi entrada, me dieron un par de anteojos negros y entré a la sala enseguida. La sensación de bienestar que siempre siento ahí no la recuerdo en otro lado. Un estado de perfecta suspensión, casi de trance, donde los sonidos llegan mansos como si estuviera sumergido en un líquido apenas más espeso que el agua. Donde todo es amoroso y uno puede mirarse las manos como si nunca se las hubiera visto. No sé cuánta gente habría adentro, porque nunca fui bueno calculando, pero sí sé que sólo se trataba de chicos con sus madres. Nadie más. Eso terminó de tranquilizarme. Me senté justo en el medio, igual que siempre, y vi la película de nuevo. Volví a llorar cuando Scar mata a Mufasa frente a Simba, como si cada uno de ellos no fueran sino tercios de un mismo y único personaje. Y hasta disfruté de esa profundidad ilusoria del cine del futuro. Mamá, en cambio, dijo que aún prefiere el formato tradicional y tenerme abrazado sobre sus rodillas durante toda la proyección.


Cuento publicado originalmente dentro de la antología virtual de relatos "Aquella película contigo", imaginada y editada por GrupoKane. Para ver el resto de los textos, >>>HACER CLICK AQUÍ<<<

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