Es difícil que alguien, cualquiera, pudiera decir que Griselda Gambaro no tiene el prestigio que se merece. Amplia y largamente celebrada como dramaturga a partir de textos teatrales como Antígona furiosa o La señora Macbeth, en los que no le teme a tomar como punto de partida a algunos de los clásicos fundamentales de la dramaturgia universal, sin embargo no es verdad que Gambaro haya recibido el reconocimiento que realmente se le debe. Y es que más allá de su celebrada obra teatral, esta autora nacida en el barrio de Barracas el 24 de julio de 1928 tiene también una amplia y extraordinaria bibliografía en prosa, genero en el que curiosamente comenzó a publicar, en el año 1953.
Con al menos una decena de novelas publicadas, entre ellas la poderosa Una felicidad con menos pena, su segunda incursión en el género, premiada con una mención en el concurso de novela Primera Plana, publicada en 1967 y reeditada hace algunos años la editorial Norma, o la novela juvenil Los dos Giménez (2010); y unos cuantos libros de cuentos y relatos, como Madrigal en la ciudad (1963, Premio del Fondo Nacional de las Artes), El desatino (1965, Premio Emecé), o Lo mejor que se tiene (1998, Premio Academia Argentina de Letras de Narrativa), Gambaro es sin dudas una de las prosistas más relevantes del panorama literario actual en la Argentina. Pero a pesar de eso y de lo prolífico de su obra como novelista o cuentista, habitualmente se la sigue destacando casi exclusivamente por su labor teatral.
Para comenzar a detener la reiteración de ese olvido, resulta una iniciativa bienvenida que la editorial Alfaguara haya publicado hace apenas unos meses sus Relatos Reunidos, un volumen que si bien no contiene la totalidad de su producción dentro de ese género, al menos agrupa dentro del mismo objeto literario algunos de sus mejores trabajos. “Siempre he escrito cuentos, alternando con la novela y el teatro, aunque sé que se me conoce más por la dramaturgia”, admite Gambaro. “Algunos de estos cuentos reunidos los he escrito hace tiempo. Algunos han sido publicados anteriormente, pero otros no y me pareció oportuno incluirlos a todos, junto a los que integraron el libro Lo mejor que se tiene y a los tres últimos, que son un poquito más largos. Pero de todos ellos los únicos cuentos que anteriormente se han publicado en forma de libro son los incluidos en Lo mejor que se tiene, que en aquel momento recibió el premio de la Fundación El Libro", concluye la autora.
-¿Y por qué Cuentos Reunidos y no cuentos completos? ¿Qué es lo que falta para pasar de un adjetivo al otro?
-¿Pero qué? ¿Se supone que no voy a escribir ningún cuento más? No… La palabra completo da una idea de cierta finitud. Creo que la idea de Cuentos Reunidos nos permite a todos los autores que integramos la colección la esperanza de seguir escribiéndolos. Ese asunto de "Cuentos Completos" es para autores fallecidos, te diría.
-¿Qué tipo de herramientas le aporta un género como el cuento que no encuentra en la dramaturgia o en la novela?
-No te podría decir por qué una idea, una imagen o una situación se me presenta para ser escrita como cuento, como pieza de teatro o como novela. Simplemente lo sé. Sobre todo por el tiempo que esa historia me pide. Sé cuando una historia va a dar para un cuento y no para una novela, porque significaría alargar el texto de manera excesiva, mientras que el cuento tiene una duración muy justa. Y eso es algo que yo sé, no podría decir cómo ni por qué. A veces las situaciones se me presentan de un modo distinto, bajo una forma más dialogada o en situaciones teatrales.
-Viendo el orden que le ha dado a los textos que acá se publican unificados bajo el título de “El odio es otra cosa”, se puede notar que comienza con un cuento sobre Adán y Eva, enseguida otro con Caín y Abel como personajes, y un tercero protagonizado por un hombre que vive en el desierto. Ese orden de algún modo casi replica la cronología inicial de La Biblia.
-¿Ah, sí? No lo había notado, para mí es una novedad esto que descubrís, una idea completamente ajena a mis intenciones. Yo no soy particularmente religiosa, en el sentido de ser creyente ni de sentirme incluida dentro de algún grupo religioso. Tengo más una actitud religiosa en el sentido de religar, de estar ligada y profundamente conectada con la vida. Con ciertos aspectos de la vida en particular, como es el respeto hacia el otro, hacia la menor cosa, sea animal o vegetal. No destruir así, inconscientemente. No destruir nada graciosamente, cuidar las cosas. Tengo ese aspecto de lo religioso, pero no el de la Iglesia.
-¿Y qué lugar cree que ocupa dentro de su obra ese particular aspecto religioso que usted acaba de definir?
-No lo sé. No sé si eso es importante. Diría que es mi personalidad y que esa personalidad de alguna manera se proyecta y está también en lo que escribo.
-Aunque muchos de sus cuentos pueden tener un desliz hacia lo fantástico, por lo general usted se mueve dentro de un terreno de apariencia realista, al menos superficialmente, que es bastante distante de lo fantástico tal como se lo entendía por lo menos en la época en que usted comenzó a publicar, en los años ’60, cuando las figuras de Borges o Cortázar comenzaban a volverse canónicas.
-En realidad mi educación en el cuento viene más por el lado de los cuentistas rusos o norteamericanos. Y en particular de algunas escritoras como Isak Dinesen [seudónimo de la danesa Karen Blixen] o Katherine Mansfield. Esa fue mi educación, mucho más que a través de Borges o Cortázar. Los admiro profundamente a los dos, claro, pero no son escritores con los que me sienta íntimamente conectada. Me pasa lo mismo con Bioy Casares: los admiro mucho a los tres, pero me siento más conectada con Osvaldo Soriano, con Andrés Rivera o con otros autores. Cortázar, un poco más, pero con Borges tengo una distancia admirada. Nadie puede dejar de admirarlos, pero eso no significa que haya una identificación en los sentimientos, en las ideas o en la forma de ser.
-¿La cuestión política ha influido en esa distancia literaria?
-No. No, no. Sería una pequeñez ensañarse literariamente con Borges por sus actitudes políticas. No, de ningún modo.
-¿Por dónde pasa el vínculo entre la literatura y la política o lo político?
-Lo político está presente hasta en la menor palabra que uno escribe, pero eso no significa que eso ocurra de un modo deliberado. Somos animales políticos, lo querramos o no, y eso está en todas nuestras acciones, aún en las más íntimas. Un hombre que golpea a una mujer ejecuta una acción política. Es lo mismo. Y aún sirviendo el café con leche uno ejecuta una acción política, porque lo que se ejecuta en cada acción es una forma de estar en la sociedad.
-Usted menciona eso de que un hombre que golpea a una mujer, y es por ese lado de lo político es que me interesa saber cómo acaban vinculándose arte y política. ¿Cómo es que lo artístico puede manifestarse respecto de actos concretos de la vida social?
-Pero toda obra está puesta en el mundo de una determinada manera. O está puesta con olvido o con desprecio de la equidad o la ética, o está puesta valorando esos conceptos. Eso no significa que una tenga que ser didáctica o que las obras tengan que tener moraleja, pero esa obra, como decían de la poesía, siempre implica una manera de estar en el mundo. Y una puede estar de muchas maneras. Una puede estar como Macri y sus seguidores, o puede estar como la hermana Pelloni u otras personas que han marcado la historia argentina y de la humanidad. Que la han marcado de buena manera, quiero decir. No es de manera didáctica, de manera ejemplificadora, sino de determinada manera que nos ilumina respecto de ciertas situaciones sociales.
-Pero eso debe ocurrir como consecuencia de la obra y no como su origen.
-O sí, tal vez se lo pueda buscar, pero todo depende de cómo se lo haga. Bertolt Brecht lo hizo muy bien, ¿no? Todo depende de cómo se haga, pero no es preceptiva del arte ir por ese camino. Creo que lo que marca una obra artística es la libertad de cómo ha sido hecha. Cualquier norma, en referencia al arte, es una equivocación.
-En su caso, usted ha construido una obra en la que la mirada social acaba siendo muy importante.
-Bueno, en mi caso sí, porque también somos seres sociales y yo siempre he estado muy atenta a lo que sucede en la sociedad. ¿Qué es lo que nos pasa como seres sociales? Porque ahí comenzamos a ejercer todos nuestros defectos y virtudes, de la bondad a la perversidad o desde el odio al amor.
-Y a partir de esa preocupación por la realidad que usted manifiesta como propia, ¿cómo vive la realidad de la Argentina actual?
-La veo como muchísima gente que es ignorada: muy mal. Todos dicen “estamos muy preocupados”, y yo creo que es algo más que preocupación lo que siento. Es un profundo dolor por esta Argentina que nos están ofreciendo, que nos están arrojando a la cara. Y también con la voluntad de resistir pacíficamente, pongamos –porque resistir es una palabra que suele entenderse de manera violenta—, resistir con las armas de cada uno, pero sobre todo con la inteligencia, con el espíritu crítico. Con la voluntad de no dejarse aplastar en una situación material que no permite ningún desarrollo mental ni espiritual. Porque ese es el propósito último: acogotar a la gente para que se piense lo menos posible. Para que se resista lo menos posible y que solamente se pueda pensar en cómo tener un techo (un mal techo) sobre la cabeza y un mal alimento, y que no se pueda pensar en ninguna otra cosa que te saque de esa condición animal, diría.
-Algo de eso pasaba en su novela Una felicidad con menos pena, en donde la gente se iba amontonando en la casa inmensa de un hombre que les iba cediendo espacio pero de manera mezquina, preservando el resto vacío, porque hasta él se amontonaba en la cocina junto al resto, con tal de no entregar a los demás el beneficio de una abundancia inútil.
-El objetivo de los que tienen y quieren tener más, y no sé para qué, es un ejercicio de poder. De poder mandar, de poder influir atrozmente sobre la vida de los otros. Nunca me voy a explicar por qué la gente, los grandes industriales, los grandes dominadores… ¿Los CEO se llaman ahora?
-Sí.
-¿Por qué quieren tener tanto dinero? Porque uno tiene una vida, un cuerpo para ocupar en el espacio y no se puede ocupar una casa enorme, un yate, un avión. Cada uno ocupa un sólo lugar y va a ocupar un sólo lugar también en la tumba. ¡Para qué tanto, para qué tanto! ¿No? Pero ese es un pensamiento ingenuo de mi parte, porque en el fondo hay un ejercicio de dominación, de poder.
-Una dominación que tiene una contraparte necesaria en quienes son sometidos. Justamente en Una felicidad con menos pena usted escribió una frase muy poderosa: “Cuándo lo más esencial falta, la gente se vuelve mala”.
-Y sí, claro. Eso lo escribí hace muchos años, pero creo que sigue siendo así. Se vuelve mala porque se vuelve resentida, porque hay gente a la que le quitan la vida y cuando a uno le quitan la vida se defiende de cualquier modo.
-¿Y ese defensa siempre es legítima? Lo pregunto en referencia a lo que usted mencionaba respecto de las diferentes formas de resistir.
-Yo no necesito opinar sobre eso. Simplemente tomá un libro de historia y recorrelo. ¿Cuál es la actitud, cuál es la reacción de la gente respecto de situaciones de crisis o de hambruna? ¿Vos lo que querés es que yo te diga si eso está bien o está mal?
-No, no: quiero que me diga lo que quiera decirme.
-Te digo qué es lo que la naturaleza humana produce en épocas de mucha opresión y siempre produce una reacción de ese tipo.
-¿Qué clase de opresión es la que usted comprueba en la actualidad?
-Una que está disimulada en el discurso, en el relato. Por eso también hace falta la inteligencia y el espíritu crítico. Y hace falta no creer en lo que dice el periodismo, sino analizarlo profundamente, contrastarlo con situaciones reales, tratar de indagar. Porque si uno se conforma con lo que le dan los medios poderosos, bueno, va a recibir mentiras muchas veces, y hasta se puede llegar a creer en una Argentina que no existe.
Artículo Publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino
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