Aunque recién ahora se publica en el formato de libro, la historia de Yo, adolescente (Editorial Planeta) fue escrita en 2005 por Zabo (Nicolás Zamorano) cuando apenas tenía 16 años. Publicada originalmente con forma de diario anónimo en la ya obsoleta plataforma de Fotolog, la novela puede ser pensada como un claro ejemplo de la hoy popular literatura del yo. Sin tener idea del procedimiento formal que estaba detrás de su ejercicio de escritura, el autor usó (y abusó) de sus vivencias cotidianas para narrar un modesto fresco de lo que significaba ser adolescente en Buenos Aires a comienzos del siglo XXI. Todavía libre de redes sociales, el mundo de Yo, adolescente representa una realidad en la que los coletazos de la crisis de 2001 se cruzaban con el impacto de la tragedia de Cromañón, configurando el peor escenario para ser joven.
Si una virtud se destaca en la novela es su capacidad para hacer que el retrato luzca vívido, para transmitir la sensación de inminencia, de cosa urgente con que los personajes transitan cada instancia. Desde nimiedades como discutir por las bandas de rock favoritas a la reveladora contingencia de asomarse por primera vez a los abismos del amor o de la muerte, Zabo traza un mapa a veces banal y otras profundo –pero siempre ardoroso— del momento en el que la identidad de un individuo comienza a adquirir su configuración definitiva. De esta forma su anclaje de época se convierte apenas en una contingencia, permitiendo que el relato se vuelva familiar para cualquiera que alguna vez haya sido adolescente, en el 510 y en el 2000 también.
“En 2005 no estaba familiarizado con los blogs y Fotolog era la plataforma que usaba para subir lo que escribía, pero tenía la duda de si eso de verdad le gustaba a alguien o si sólo eran mis amigos los que me decían que estaba bueno para hacerme sentir bien”, cuenta Zabo sobre el origen de su novela. “Así que decidí abrir Yo, adolescente como un Fotolog anónimo en donde empecé a escribir lo que me pasaba, lo que se me ocurría y las observaciones que iba haciendo”, sigue. A medida que el espacio se fue haciendo más popular “se armó una cosa como de Batman y Bruno Díaz”, en la que el autor escuchaba hablar sobre su personaje a compañeros de colegio, a otros habitué de la Galería Bond Street o a los asistentes de los recitales de Boom Boom Kid, su gran referente musical en la adolescencia. “Oírlos preguntarse quién estaba atrás de Yo, adolescente me divertía”, reconoce el autor, sin saber hasta dónde iba a llegar el juego.
-Pero además de ese origen formal debe haber una justificación emotiva para la decisión de contar su vida de forma pública.
-Los textos surgieron como una catarsis, porque tenía ganas de escribir lo que me pasaba. Pero recién ahora, 15 años después, me doy cuenta de que en realidad no entendía lo que estaba haciendo. Ni siquiera tenía el filtro de saber si no estaría contando demasiado de mí y exponiendo a la gente que conocía. Lo cual fue un problema, porque en 2005 la privacidad todavía era importante, no como ahora que todo el mundo hace stories de Instagram con cualquier pedo que se tiran. Hoy sé que necesitaba escribir porque la estaba pasando muy mal y me encontraba en medio de una depresión, aunque yo ni siquiera contemplaba esa posibilidad. ¿Cómo podía estar deprimido si era un chico que tenía una vida activa, iba todos los días al colegio y salía con mis amigos? Con los años me di cuenta de que yo mismo me generaba problemas para tapar esa angustia, que necesitaba hablar y como no podía hacerlo con mis amigos ni con mis padres, lo hice frente a desconocidos. Necesitaba saber si entre ellos había alguien que se sintiera como yo.
-Una vez que empezó a volverse popular debe haber sido complicado mantener el anonimato.
-A los protagonistas trataba de alejarlos, de que no se enteren de todo lo que estaba pasando con la historia y agregaba cambios para que las historias no resultarán tan reconocibles. Pero al mismo tiempo disfrutaba del anonimato y eso es lo que más extraño, aunque ese Zabo súper idealizado que había inventado a veces me confundía, porque yo no era así todos los días, no era tan copado ni tenía una vida tan genial. La realidad no era tan divertida.
-Pero si tanto disfrutaba de ser el súper chico del blog, ¿por qué reveló su identidad?
-Cuando llegué al final de la historia muchos de los lectores se empezaron a preocupar por el destino que había decidido darle al personaje y me llegaban un montón de mails a la casilla anónima del Blog queriendo saber qué había pasado. Cuando vi lo que había provocado en tanta gente sentí que era necesario calmar la situación y me vi obligado a revelar que ese giro final era una completa ficción, un recurso que me permitió expresar una reflexión final. Años después me doy cuenta de que en ese gesto me comporté como el adulto que me hubiera gustado tener cerca.
-¿Cómo lo afectó esa revelación?
-La verdad que resultó peor para mi entorno que para mí, porque los lectores empezaron a identificar a las personas reales que estaban detrás de los personajes de la historia y de alguna manera eso empezó a afectar su intimidad.
-¿Hoy lo manejaría de la misma forma?
-Creo que no, pero al mismo tiempo sé que se trató de una catarsis y a las catarsis no se las puede organizar ni detener. Funcionó justamente porque se trató de una catarsis y en el medio descubrí el valor de la privacidad.
-Usted convive hace 15 años con esta historia. ¿Cómo es su vínculo con ella ahora que se convirtió en un libro y próximamente en una película?
-Tengo una relación de amor-odio con Yo, adolescente, porque por un lado su éxito me permitió hacer lo que quise durante los siguientes 15 años, pero también destruyó un poco mi círculo. Y mi cabeza, con esto de fusionar al Zabo de internet con el Nicolás de la vida real. Al mismo tiempo sentía que había algo raro en la novela, pero nunca terminaba de entender bien qué. Hasta que el cineasta Lucas Santa Ana me propone hacer una película y se da cuenta de que en realidad se trata de la historia de alguien que está deprimido. De un chico que hace todo por tapar su depresión, para no hablar ni pensar en ella y que sobre el final trata de hacer un llamado de atención que sale mal. Yo nunca lo había visto de esa manera y algunos de los cambios que él introdujo me ayudaron a encontrar la forma definitiva para lo que ahora es el libro.
-Es decir que la versión con la que se encontrarán los lectores fue escrita tras el rodaje de la película.
-Claro, porque cuando terminamos de filmar vi todo lo que le había aportado Lucas, todo lo que los actores le habían sumado a los personajes, y entendí que esas modificaciones mejoraban la historia. Entonces con la película terminada me senté a escribir esta nueva versión que se aleja todavía más de los personajes reales.
-O sea que el proceso de rescritura ayudó a que el yo literario terminara de independizarse del escritor
-Sí, porque ese proceso también representa el viaje que hice en estos 15 años.
-¿Y por qué tardó 15 años en publicar la novela?
-Planeta ya me había ofrecido hacerlo hace diez años. Tuvimos una reunión en la que me hice el rebelde y dije que no. En realidad yo creía que era un rebelde pero la verdad es que estaba cagado en las patas, porque sentía que la cosa se me estaba yendo de las manos. Con esta versión de 2019 puede amigarme con el hecho de que a los 16 años no era esa especie de superhéroe adolescente que yo me creía, sino que era un chico que la estaba pasando muy mal. Creo que en esta versión soy más responsable, porque traté de convertirme en ese adulto que yo necesitaba cerca en aquel momento.
-En el libro el protagonista admite su miedo a convertirse en un adulto como su papá, pero hace cinco años usted grabó un video en el que manifestaba el deseo de adoptar, hablándole a un hijo que ya nació aunque todavía no lo hubiera encontrado. Es posible pensar que en ese video de alguna manera usted se convirtió en padre. ¿Fue difícil dar ese salto que lo llevó de ser aquel hijo despiadado a convertirte en este papá en construcción?
-Creo que eso tiene que ver con el hecho de que un día pude entender a mis viejos. Cuando era chico no entendía el esfuerzo que estaban haciendo para que mi hermana y yo llegáramos más lejos de lo que ellos habían podido llegar, sino que sentía que eso que me había tocado era una mierda. Cuando sos chico no te das cuenta qué tan pobre sos. No terminaba de entender porque mis papás no podían estar tan presentes como los de mis compañeros, ni porque mis amigos tenían la PlayStation 2 y yo solamente un Sega o porque ellos se iban a Miami y nosotros a Mar del Plata. Creo que esos choques a los que me fueron obligando tratando de darme lo mejor me hicieron resentir el lugar de cual venía. Entonces me tuve que inventar una personalidad, una forma de ser para encarar el mundo. Con los años me di cuenta de que lo mejor que hicieron mis viejos fue exponerme a eso, aunque sigo siendo un resentido social y me encanta ir en pantalones cortos y con un tatuaje en la cara a una reunión en Puerto Madero. Me encanta sentir como esa gente no puede creer que necesita a un chabón con un tatuaje en la cara. Así que podés darte cuenta que fui un adolescente todavía más terrible de lo que el libro permite imaginar y si mis viejos me ahogaban con una almohada a nadie se le hubiera ocurrido decir: “¡Che, pero qué terrible!” (risas)
-¿Cuándo terminó de comprender eso?
-Cuando comprendí el lazo de amor que une a mis padres conmigo. Porque esos lazos no son irrompibles. Hay casos de personas a las que les tocó ser padres sin desearlo y en los que esos lazos con sus hijos están rotos. Mis viejos en cambio siempre fueron muy comprensivos con el hecho de que muchas de mis actitudes tenían que ver con la edad. Y todo ese proceso ahora me parece maravilloso y yo también quiero pasar por eso. Quiero tener a un pelotudo que se encierra en su cuarto por el que daría la vida y por el que me voy a matar trabajando las 24 horas, pero que a pesar de todo me va a mirar con cara de odio mientras yo pienso: “te quiero reventar”. Y va a estar bien, porque forma parte del proceso.
-¿No cree que el Zabo de 16 años podría ver ese proceso como una traición?
-No lo sé, pero estoy seguro de que entre los 20 y los 30 años hay un límite para reconciliarte con tus padres, a menos que se trate de padres mega tóxicos. Pero si viviste en una familia medianamente normal y después de los 30 todavía estás culpando tus viejos por como sos y por el lugar a dónde vas, entonces ya sos un pelotudo insalvable.
Artículo publicado originalmente en la Revista Quid.
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