Las cuarentenas que los estados han implementado para reducir el impacto de la pandemia de covid-19 ha afectado a la industria audiovisual en todos sus niveles. Para intentar hacerle frente a la situación han surgido distintas iniciativas que, impulsadas por los propios creadores, se las ingeniaron para ponerle play a la forzosa pausa impuesta por la enfermedad y consiguieron convertirse en películas. Tres de ellas se estrenaron esta semana a través de distintas plataformas: la argentina Murcielagos (amnistia.org.ar/autocine), la rumana 9 historias de amor y odio en aislamiento (cineartelumiere.com.ar) y la coproducción Hecho en casa, que a partir de esta semana se incorporó al catálogo de Netflix.
Las tres al formato de antologías de cortos reunidos por afinidad temática. A diferencia del film rumano, dirigido por Dan Chisu, pero igual que la producción argentina, Hecho en casa no solo aglutina una cantidad de historias breves (17), sino que convocó a igual cantidad de directores del mundo, todos con un prestigio bien ganado dentro del universo del cine, para abordar el asunto de forma global. Aunque de manera predecible el resultado final es desparejo, todos los cortos presentan puntos de vista reveladores de distintas situaciones o emociones vividas durante el forzoso encierro colectivo. Ese detalle convierte a Hecho en casa en una suerte de ojo de mosca, capaz de mirar un único objeto (la vida en cuarentena), pero de obtener 17 impresiones diferentes del mismo.
La idea original es del chileno Pablo Larraín, uno de los cineastas sudamericanos con mayor ascendiente internacional. Él es también el director del único corto planteado abiertamente en términos de comedia, poniendo en escena la necesidad de contacto (humano, físico, emotivo y hasta sexual) que la pandemia puso en evidencia. En él, un anciano se comunica desde un geriátrico por video llamada con una antigua novia para decirle que nunca dejó de amarla. El chileno Jaime Vadell está excelente en el rol de seductor chanta y Mercedes Morán vuelve a demostrar sus kilates como actriz y una exuberante capacidad y calidad de puteadora.
Otros optan por retratar a sus familias, obligadas a permanecer juntas y encerradas. Entre ellos están Natalia Beristain y Nadine Labaki, quienes filman a sus hijas pequeñas mientras juegan (el de la mexicana resulta tierno; el de la libanesa, básico y pasado de rosca). En esa línea el chino Johnny Ma le escribe una carta a su madre desde el confinamiento con su familia mexicana y aprovecha para compartir con el espectador la receta materna para preparar dumplings. Y la keniata Gurinder Chadha celebra la posibilidad de poder pasar más tiempo en casa con sus hijos.
Otros abordan los efectos del encierro y la soledad, poniendo en escena los estados alterados: la actriz Kristen Stewart retrata la angustia y el cansancio que puede producir el no hacer nada, y el alemán Sebastián Schipper se desdobla con gracia en varios “yo”. Maggie Gyllenhaal imagina una historia de ciencia ficción en la que el virus afecta la distancia entre la Tierra y la Luna, interpretada por su marido, el actor Peter Sarsgaard. Y el italiano Paolo Sorrentino improvisa un diálogo íntimo entre el argentino y la británica más famosos del orbe: el papa Francisco y la reina Isabel.
También están los que se hacen preguntas, como el maliense Ladj Ly, que retoma un personaje de su reciente film Los miserables para mostrar con un drone la cuarentena en un barrio de inmigrantes de París y cierra con un interrogante: “Esta es una época dura. ¿Pero para quién?” También se hace una pregunta el escocés David Mackenzie que, tras seguir a su hija en algunas actividades habilitadas en Glasgow, la extiende al espectador: “¿Qué es lo esencial?” Elegantemente político, el chileno Sebastián Lelio crea un musical consciente de lo que significa estar aislado para quien tiene privilegios de clase y cierra con el canto colectivo de los indignados de su país: “¡Oh, Chile despertó. Despertó, despertó, Chile despertó!”
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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