Que Stanley Donen, director de algunos de los clásicos más grandes de la historia de Hollywood como Cantando bajo la lluvia (1952) o Charada (1963), se haya muerto ayer a los 94 años, justo el día anterior a la ceremonia de entrega de los Oscar, es un cachetazo inesperado para varios. En primer lugar, y sobre todo, para la famosa Academia de Hollywood, que no solo nunca lo premió con una de sus icónicas estatuitas por su labor al frente de sus casi 30 películas, sino que ni siquiera tuvo la lucidez de nominarlo en la categoría de Mejor Director. Nunca. Suena increíble y lo es. El hombre que estuvo detrás de títulos como Siete novias para siete hermanos (1954), La indiscreta (1958) o Un camino para dos (1967), considerado uno de los maestros de la época más luminosa de la comedia musical, el que dirigió a Fred Astaire, Janet Leight, Gene Kelly, Audrey Hepburn, Frank Sinatra, Ingrid Bergman, Cary Grant, Elizabeth Taylor, Gregory Peck, Sofía Loren y los nombre siguen (y siguen), fue premiado en los festivales de Venecia y San Sebastián, nominado en Cannes, en Berlín e incluso a los Razzie (la parodia de los Oscar que premia a las peores películas de cada año), pero nunca fue tenido en cuenta para los premios de Hollywood, su propia casa. Y no solo fue ignorado por los Oscar: tampoco fue nominado ni una sola vez a los Globos de Oro. Estos datos, que por un lado hablan de la subjetividad de las nominaciones, por otro también confirman el valor relativo de estos premios. En otras palabras: si los miembros de la Academia nunca consideraron oportuno nominar a un maestro como Donen, entonces sus Oscar no pueden valer mucho.
Es imposible no mirar la filmografía de Donen sin pensar de inmediato en que es demasiado buena para ser real. Tuvo su debut a los 25 años, llegando a la meca del cine como asistente personal de Gene Kelly, a quien había conocido en Broadway, donde primero fue bailarín y luego coreógrafo. Y ya en su primera película, Un día en Nueva York (1949), codirigida con Kelly, le tocó estar a cargo de un elenco que incluía no solo a su mentor y amigo, sino nada menos que a Frank Sinatra, pareja que venía de dos exitazos como Levando anclas (1945, en la que Kelly baila en una famosa escena con el ratón Jerry) y La bella dictadora (junto a Esther Williams, también de 1949). Donen comprobó que no era fácil trabajar con estrellas, pero demostró tener con qué. Por empezar, Sinatra no quería ser parte de la película, pero el productor Arthur Freed lo convenció con la promesa de que podría cantar “Lonely Town”, una balada de Leonard Bernstein que a La Voz le encantaba. Sinatra llegó a grabar la canción, pero se enojó mucho cuando Donen y Kelly decidieron no filmar la escena en donde debía interpretarla. Y se sabe que Sinatra enojado no era cosa fácil. Ya en sus últimos años Kelly manifestaba un gran cariño por Una noche en Nueva York. No sólo por el trabajo con Donen, sino porque creía que si bien había hecho mejores películas, aquella había sido filmada en “el pico de su talento”.
El siguiente paso de Donen como director fue también el primero sin la compañía de Kelly y al mismo tiempo representó para él un sueño cumplido: trabajar con Fred Astaire en Boda real (1951). En ella Astaire realiza una coreografía en la que baila en el piso, las paredes y el techo de una habitación. Por esa escena Donen fue contratado en 1986 para dirigir el video “Dancing on the Ceiling”, uno de sus últimos trabajos, en el que Lionel Richie hace lo mismo. Donen nunca ocultó su admiración devota por el gran maestro de la danza cinematográfica, a quien admiraba desde que a los 9 años viera Volando hacia Río (1933), segunda película de Astaire y la primera en la que compartió elenco con su pareja de baile perfecta, Ginger Rogers. “Me pareció que la vida merecía ser vivida gracias a Fred Astaire”, dijo Donen alguna vez, recordando aquel momento epifánico frente a la pantalla. Tanto, que Astaire se convirtió en la influencia definitiva para comenzar en la adolescencia sus estudios de danza. Con apenas 16 años, Donen se mudó a Nueva York desde su Carolina del Sur, donde nació en 1924, y un año después debutaba en Broadway en la obra Pal Joey, dirigida por George Abbott, donde conocería a Kelly, el hombre que le cambiaría la vida. Donen volvería a dirigir a Astaire en La Cenicienta en París (1957), que también marca el comienzo de sus colaboraciones con Audrey Hepburn.
Su relación con Gene Kelly fue decisiva en la vida de ambos y no solo en el terreno de lo cinematográfico, donde dirigieron juntos otras dos películas además de aquel debut de 1949: Siempre hay un día feliz, de 1955, y la célebre Cantando bajo la lluvia. Esta última se encuentra al tope de los musicales mejor puntuados por los usuarios de la plataforma IMDb.com y segunda, después de El mago de Oz (King Vidor y Victor Flemming, 1939), en la lista de los 100 Mejores Musicales de la Historia confeccionada por el sitio Rottentomatoes.com. Con él compartieron su pasión por el baile, la coreografía, las películas e incluso una mujer, Jeanne Coyne, que fue la primera esposa de Donen entre 1948 y 1951, y que casi una década después se casó con Kelly, con quien tuvo dos hijos. El trabajo en pareja es otra de las características que marcan la obra de Donen, quien en 1955 filmó Un extraño en el paraíso en tándem con Vincent Minelli y también formó dupla creativa con Abbott, con quien compartió el rol de director en Juego de pijamas (1957) y Lo que Lola quiere (1958).
Entre los méritos de Donen se cuentan también el de haber convertido en clásicos a películas como Siete novias para siete hermanos, por la que los productores no daban dos pesos. El director fue obligado a filmar en los mismos sets que ya se habían utilizado en películas de mayor presupuesto, entre ellas Brigadoon, firmada por Minelli y estelarizada por Kelly, que luego tuvieron mucha menos repercusión que el film de Donen, realizado con un elenco de actores casi desconocidos. Otro de los muchos puntos altos de su carrera llegaría con el estreno de Charada, comedia de romance y misterio protagonizada por la encantadora pareja que para la ocasión formaron Cary Grant y Audrey Hepburn. A partir de la trama de misterio, llena de giros sorpresivos y la presencia de Grant en el rol protagónico, es usual encontrar que muchos definen a Charada como la película más hitchockiana que no dirigió sir Alfred Hitchcock. El vínculo les hace justicia a ambos directores. No es casual que, al igual que Donen, Hitchcock nunca haya sido reconocido por la Academia de los Oscar. Aunque al menos al director de Psicosis (1960) se acordaron de nominarlo cinco veces, ambos debieron conformarse apenas con unos Oscar honorarios, esos que se entregan de compromiso para corregir lo incorregible. Shame on you, Hollywood!
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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