Menos de un mes es el tiempo que hay que esperar para que los argentinos vuelvan a pronunciar en las urnas una voluntad política construida de manera colectiva. Como todo montaje, la política es el resultado de múltiples formas de expresión, que exponen el abanico completo de quiénes y cómo se piensan los distintos proyectos de sociedad. De entre esas formas de expresión las más reconocibles son aquellas que involucran el oficio de los medios de comunicación, que nunca reproducen con fidelidad a la fuente original, sino que ofrecen una versión impregnada por los intereses más diversos que exceden lo partidario. Justamente a partir del lugar que ocupan los medios es que hace rato ha quedado claro que el paisaje político es mucho más vasto que el limitado escenario que ocupan los partidos y sus actores.
La aparición internet y la vida virtual han sumado nuevos canales, las redes sociales, que permiten a una multitud de voces expresarse de forma legítima, aunque a veces la suma de todas ellas acaba reduciendo el potencial mensaje a un simple ruido de fondo al que es difícil prestarle atención. Menos reconocida pero igualmente visible, las pintadas murales también representan una forma de expresión política que aún continua vigente. A pesar de que las consignas políticas y los nombres de los candidatos estampados a brocha y cal en muros y paredones forman parte del paisaje cotidiano de Buenos Aires y el conurbano, lo cierto es que el universo de quienes los pintan es un misterio para la mayoría de sus habitantes. Ese es el mundo escondido que retrata el cineasta Julián d’Angiolillo en su segunda película, la extraordinaria Cuerpo de letra.
Lejos del documentalismo de corte positivista que se limita a retratar un hecho u objeto a partir del mero fluir informativo, d’Angiolillo establece un vinculo personal con el universo de las brigadas nocturnas que se dedican a las pintadas políticas y a partir de esa proximidad crea un fresco que por momentos se parece más a la ficción. Pero además, en algunos pasajes Cuerpo de letra hasta se despega del realismo para registrar ese submundo a partir de un montaje de imagen y sonido que se sumerge en una estética cercana a la psicodelia. Una forma que nunca pierde su vínculo íntimo con el fondo y que parece venir a definir a la política como un paisaje irreal y por momentos inasible para una mirada sujeta a la lógica más pura. Cuerpo de letra es entonces un trip que se aventura más allá de las prosaicas puertas de la percepción, y en el que el director acompaña a los protagonistas por un viaje a través de la noche, dejándose conducir por caminos poco transitados de la realidad política. d’Angiolillo convierte esa experiencia en una película que no oculta su extrañeza.
“Hay una relación muy íntima entre el tiempo y la práctica de las pintadas, que se establece como una superposición continua de consignas y nombres de candidatos que se van tapando unos sobre otros como un palimpsesto de cal seca sobre la pared”, afirma d’Angiolillo. Aunque enseguida sostiene que “esas modulaciones temporales son muy difíciles de trasladar al medio cinematográfico, por ser una dinámica repetitiva y enajenada” lo cierto es que es posible usar esas mismas palabras para describir la lisérgica superposición sonora y visual de algunos pasajes de Cuerpo de letra. “Nos propusimos que la cámara nunca se estabilice en un punto fijo, y flote entre los protagonistas, habitando el espacio a la par que ellos, casi corporizándose como un nexo”, continua el director, dando cuenta de la dinámica que durante el rodaje se produjo entre sus personajes y él. “De esta forma surge el código de aproximación de la película, que en algunas escenas está orientado a un registro documental y en otras a un planteo de puesta en escena levemente controlado por nosotros”, agrega y enseguida aclara que en realidad “la posibilidad de dar pautas ficcionales se fue construyendo después de una primer etapa de rodaje más documental, en la que tuvimos oportunidad de conocernos ‘en el camino', por así decirlo.”
-¿Qué aportes hace Cuerpo de letra al retratar a la política desde un ángulo infrecuente?
-Creo que vivimos en un tiempo con un volumen del manejo de la información completamente fuera de la escala humana. Estas pintadas de alguna forma pertenecen a un período anterior, pero como sucede con la ciencia ficción, quizás estas prácticas manuales nos ayuden a comprender el flujo digital desde una perspectiva fuera de nuestro tiempo. Inevitablemente, en nuestros viajes urbanos, estamos anestesiados por la lectura continua de todos los mensajes del paisaje urbano, salidos de una trama política expresada en el espacio, donde las pintadas irrumpen en esa puja por capturar la atención desde un lugar que hoy podemos calificar como más ingenuo. Esa forma de inscribirse en el espacio es lo que me interesó. En ese sentido, creo que la película puede ofrecer una puerta hacia ese “otro lado”, honrando en esta expresión al entrañable realizador Fabian Polosecki.
-Aunque en parte se trata de un documental, los personajes siempre actúan como en una ficción, omitiendo la presencia de la cámara. Pero sobre el final el protagonista, Ezequiel, rompe la convención de la cuarta pared y mirando a cámara muestra el balde vacío después de haber pintado toda la noche. En ese plano de repente todo se vuelve concreto y real. ¿Por qué tomaste la decisión de romper esa lógica que habías sostenido en todo el relato previo?
-En el montaje decidimos trazar un arco en la estructura de la película, iniciandola como un relato más ficcional al que le vá “ganando” la evidencia de lo real que, digamos, se impone en el último tramo, a partir de la asamblea donde las de brigadas se dividen los espacios donde trabajarán la noche de la veda [nota: Cuerpo de letra se rodó en los días previos a las elecciones legislativas de 2012]. Me gusta que esa noche se abra al registro documental a medida que amanece, un poco como sucede con las pintadas cuando se blanquea con cal, que recién aplicada transparenta las capas de pinturas previas, pero que cuando termina de secarse, la última capa va ganando en legibilidad. De alguna manera era necesario ir cediendo a esa complicidad para llegar a la escena final dentro del cuarto oscuro, en la que el contrato ficcional termina en el tacho de basura junto a los fragmentos de boleta cortados y no introducidos en el sobre.
-Cuerpo de letra tiene un gran trabajo de montaje que muchas veces genera secuencias al borde de lo lisérgico. ¿Por qué en una película acerca de una de las formas de relato político más populares, como las pintadas, elegís diluir la realidad en esos paisajes casi de pesadilla?
-Parece paradójico, un poco puede predecir un determinado patrón de pensamiento que desliga o distancia a la política y/o la vida popular de lo lisérgico, alucinatorio o sencillamente onírico. Es algo que pienso a menudo sin llegar a grandes conclusiones. Pero la película una vez terminada se me presenta como un objeto extraño en el que conviven en armonía estas dos características. Porque sino parecería que el sueño (en sentido amplio) sólo ingresa en la política como promesa electoral. Un afiche que diga “Tengo un sueño” con el rostro de cualquier candidato sería perfectamente posible. Si es que ya no lo hubo. Es que la política podría definirse casi en las antípodas, como una actividad que se practica con los ojos abiertos. Sin embargo, me gusta sentir que son dos estados que se pueden conciliar. Todos participamos de una vida pública y política de alguna u otra forma, y esa participación es también moldeada en nuestra vida onírica. Me parece fértil que el cruce de estos dos campos de la experiencia se den con mayor frecuencia, en lo posible y sobre todo, más allá del cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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