Dentro de la producción literaria del Japón –aunque la percepción puede extenderse a todas las culturas orientales—, la que más fascina al lector occidental es la poesía. El origen de ese misterio quizá se encuentre en el abismo conceptual que separa las lógicas de los idiomas de uno y otro hemisferio, polaridad que alcanza su punto más distante en el ámbito de la palabra escrita.
Para la mirada de quien observa desde el otro extremo del mundo, las lenguas orientales intrigan por cierto carácter poético implícito en sus sistemas simbólicos, compuestos no por letras sino por ideogramas que comunican ideas o imágenes complejas en lugar de palabras. La escritora Anna Kazumi Stahl, radicada desde hace muchos años en la Argentina pero nacida en Nueva Orleans, hija de una madre japonesa y un padre estadounidense descendiente de alemanes, aporta una serie de conceptos e ideas que ayudan a salvar esta brecha no exenta de fantasías, aunque de ninguna manera pretende dar respuestas comprensivas absolutas sobre la lengua o la poesía japonesas.
“Muchos críticos e historiadores indican que en sus orígenes la poesía japonesa manifiesta la doble dimensión de una poesía que debe su sistema de escritura más conceptual (el de los ideogramas) a otra lengua (la china)”, dice Kazumi Stahl, confirmando que efectivamente existe un vínculo íntimo entre la lengua, su forma, y las formas poéticas propias del Japón. Pero a su vez, aclara, “la oralidad japonesa de palabras multi-silabicas y términos compuestos” le aporta a esa poética “un natural apoyo en cuestiones de métrica y ritmo de las frases en tiempo real, habladas o cantadas, o susurradas”.
La poesía japonesa suele estar limitada en el imaginario popular a su género más tradicional, el haiku. Aun así tampoco es tanto ni demasiado profundo lo que se conoce sobre este juego poético basado en la brevedad. Para Kazumi Stahl suena lógico que “a muchos en occidente les resulte subjetivamente familiar la idea de haiku como forma de poesía japonesa”, circunstancia que tal vez se deba a su mencionada brevedad “e incluso a su conteo estricto de diecisiete silabas, en un formato de 5-7-5”. Como ocurre con los ideogramas, “los haiku presentan un concepto a través de imágenes concretas, muchas veces de la cotidianidad, y deben incluir una palabra estacional (kigo), que refiere a la naturaleza, y un término que efectúa o invita a un corte (kireji), que se coloca estratégicamente entre dos imágenes o ideas, con el efecto de provocar un pensamiento o revelación especial”.
Asimismo la escritora llama la atención sobre el hecho de que “la brevedad del haiku es casi opuesta al proceso de contemplación y de activo pensamiento que lo incita”. “La práctica poética lleva también a intentar alejar el ego del proceso creativo”, agrega, “y permite que el entorno sea canalizado a través del ser humano, quien traduce momentos de la realidad percibida en forma lingüística.” Sin embargo la producción poética del Japón no se limita al haiku, sino que incluye otras formas de las cuales también es oportuno tener algunas referencias.
“Existe una forma muy elitista de la poesía clásica en japonés (o waka), que irónicamente se ha vuelto la más popular en el periodo contemporáneo”, revela Kazumi Stahl. Se trata del tanka, una forma algo más larga que el haiku organizada a partir de cinco líneas divididas en unidades de 5-7-5-7-7 silabas cada una. “La composición de tanka constituye hoy una práctica poética en las vidas de personas que no se identificarían como poetas”, agrega la escritora, “sino que más bien se trata de un espacio íntimo o de reflexión que cada quien abre en su vida diaria, en el que se destilan vivencias y percepciones propias, volcándolas en esta forma breve”. Y cuenta que “hoy día existen clubes de tanka por todas partes y las personas llevan esta práctica poética como parte de sus vidas personales y comunitarias”.
A este respecto la escritora se permite una observación acerca de cómo estos clubes de tanka funcionan como una alegoría, ya que la práctica poética en grupo que en ellos se desarrolla “revela la característica colectivista de la cultura y de la mentalidad japonesa”. Y cuenta que en el Japón de antaño “hubo otra forma poética colectiva importante, denominada renga”, suerte de cadáver exquisito a la japonesa en el que “dos o más poetas componían un poema largo a través de módulos de extensión breve (de 5-7-5 silabas o de 7-7 silabas) en cadena o en rondas”. El universo de la poesía japonesa va ampliando sus fronteras para los no iniciados.
“Hay otro género llamado jisei, que es el poema formulado antes del momento de irse de la vida”, cuenta Kazumi Stahl y agrega que aunque “hay jisei en la forma de haiku, mayormente responde a la forma de tanka”. La idea de una poesía formulada ante la conciencia de la propia muerte resulta sobrecogedora y la autora de los libros Catástrofes naturales y Flores de un solo día, ambos publicados en la Argentina, revela otros detalles. Cuenta que los poemas jisei se encuentran arraigados en la filosofía budista, que suelen ser escritos por monjes zen o guerreros samurái contemplando la muerte próxima, y que “expresan una toma de conciencia repentina y forzosamente concreta del mundo material y vivencial como, según reza el dogma budista, inconstante, efímero y más allá del control humano”.
Aunque la fantasía occidental haya limitado su conocimiento sobre poesía japonesa al haiku, Kazumi Stahl aclara que “la forma poética kanshi (en chino o en estilo chino) tiene bastante más que ver con el sistema de escritura en ideogramas y también lleva reglas que piden poner atención en las rimas”. Menos popular que las formas relacionadas con la lengua japonesa y la oralidad, la escritora cuenta que el kanshi “se enseñaba en los colegios dentro de la historia literaria antigua hasta mediados del siglo XX”. Su caída en desuso puede ser vista como una de las grandes consecuencias de la Segunda Guerra Mundial sobre la cultura tradicional japonesa. Cuenta la escritora que al terminar la guerra “la ocupación militar estadounidense impuso cambios en las políticas educativas, simplificando y disminuyendo la cantidad y las prácticas más complejas relacionadas con los ideogramas”. El kanshi era una de ellas.
A pesar de la idea de severidad trascendental que vincula al haiku con el pensamiento budista o las corrientes más severas y austeras del zen, Kazumi Stahl agrega que también existen “géneros de la forma poética breve japonesa que se caracterizan por su levedad o ironía acerca de la condición humana, obien por cierto humor”. Y menciona el senryu, forma similar al haiku que lleva el nombre de un poeta de finales del Periodo Edo,“quien escribía poemas en la forma breve pero liberados de las pautas de kigo y kireji, aprovechando dicha soltura para comentar con humor las debilidades humanas”. Un ejemplo: “Sí, muy bonito / ¡Cierra la ventana ya! / Luna invernal.”
Artículo publicado originalmente en el Suplemento Literario Télam.
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