Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, digamos, unos 200 años –205 para ser exactos—, dos hermanos. Sus nombres eran Jacobo y Guillermo Grimm, aunque en el barrio de Hanau, donde habían nacido, les decían Jacob y Wilhelm, porque Hanau queda en Alemania, cerca de Frankfurt, y ahí llaman de esa manera a todos los Jacobos y Guillermos. El caso es que ambos eran muy curiosos, inquietos y talentosos, pero también muy unidos. Jacobo tenía 27 años y era el mayor, aunque solo le llevaba uno a su hermano. Él era bibliotecario de Hanau desde que había cumplido los 20 y decidió llevar a Guillermo a trabajar con él, como secretario. No era raro que les gustara lo que hacían, porque los dos amaban los cuentos. Tanto que cuando eran chicos no había noche en que no obligaran a sus padres a contarles uno antes de dormir, y como estos se sabían muchos cuentos y siempre obedecían a sus hijos, los hermanos terminaron aprendiéndolos de memoria, igual que antes habían hecho sus padres, y sus abuelos antes que ellos.
Aunque recordaban esa enorme colección de historias, que había llegado hasta ellos viajando en el tiempo a través de esos puentes tendidos entre padres e hijos, nunca se les había ocurrido que con ese material pudiera hacerse algo más. Hasta que un día un emperador poderoso llamado Napoleón (que aunque era francés su nombre se dice igual en todas partes) decidió que quería ser el dueño del mundo y se lanzó a conquistar reinos vecinos. Ante la invasión de los ejércitos napoleónicos y como forma de defender su propia cultura, la tradición alemana, Jacobo y Guillermo decidieron juntar todas esas historias ancestrales en una enciclopedia de cuentos que sirviera para conservarlas. Decidieron bautizarla con el nombre de Cuentos de la Infancia y el Hogar y son aquellos que hoy se conocen como cuentos de hadas (o cuentos maravillosos).
Se trata de narraciones folklóricas algo terribles que, como se ha dicho, pertenecían al acervo oral y siempre describían acontecimientos extraños, por lo general atravesados por algún elemento sobrenatural. Como las fábulas, de casi todos ellos podía hacerse también una lectura moral. Editaron el primer volumen en 1812, un año de verdad aunque el número parezca un invento, y siguieron haciéndolo hasta 1815. Es cierto que después de eso consiguieron otras hazañas memorables, como ser docentes universitarios, un oficio que aún hoy sigue siendo heroico, pero Jacobo y Guillermo serán recordados para siempre sobre todo por haber cambiado el mundo con esos cuentos que se decidieron a ordenar dentro de sus libros.
Es probable que al leer esto alguno piense que es imposible cambiar el mundo solamente con unos cuentos. Es evidente que quienes piensan así se equivocan (o nunca han leido un cuento). No entienden la importancia que estos tienen, no solo cuando los padres se los cuentan a sus hijos antes de irse a dormir, sino como expresión que habla de la forma en que los seres humanos entendemos el mundo desde el confín de la historia. O la realidad, porque esta también es un relato, un cuento que existe porque todos decidimos creer en él, pero que está regido por las mismas leyes que gobiernan cualquier otra narración. Ellos no sabían nada de esto (o quizá sí y nunca lo dijeron), pero con el tiempo fue posible entender y descubrir a través de sus historias recopiladas muchas cosas acerca de la forma en que se construye el cuento de la realidad.
Blancanieves, La bella durmiente, La Cenicienta, Rapunzel, Los músicos de Bremen, Caperucita roja, Hansel y Gretel son algunas de los cientos de historias acumuladas en sus libros y su escueta mención alcanza para reconocer la influencia que aún tienen dentro de la cultura popular en todo el mundo. Cuentos muchas veces crueles, truculentos, sanguinarios, que desde que Jacobo y Guillermo los publicaran por primera vez se han ido ablandando. Aunque algunas versiones, las más entretenidas de leer, como esa Blancanieves publicada por la editorial Una Luna, cuyas ilustraciones recuerdan algunas de las fantasías siniestras creadas por el artista plástico suizo H. R. Giger, apuestan por conservar las atmósferas más oscuras del original.
Un poco a la manera de los sueños –que también son fantasías, pero que sin embargo hablan de quienes las sueñan—, los cuentos de Jacobo y Guillermo sirven para explicar los miedos, los deseos, los anhelos, las ambiciones, lo mejor y lo peor de las personas. Ese es el motivo por el cual sobrevivieron a lo largo del tiempo, primero montados sobre el viento de la palabra oral, luego, desde hace 205 años, sujetos al papel gracias a la voluntad de estos dos hermanos. En parte ellos son responsables de que desde hace dos siglos sea imposible pensar al mundo sin que los chicos les pidan a sus padres cuentos para dormir, que siempre empiezan aclarando aquello de "había una vez".
Artíulo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
1 comentario:
En la pedagogía Waldorf se usa el cuento de hadas, especialmente los de los hermanos Grimm para educar a los niños pequeños de jardín y durante la primaria. La riqueza de las palabras, sin cambiarlas, sin adaptarlas, es comprendida por los chicos y sirve para crear imágenes mentales vívidas que les ayudan a sentir en su cuerpo lo que están escuchando.
Hace unos días leí a Oliver “El amadísimo Rolando” por recomendación de su maestra. Es un relato con detalles cruentos como por ejemplo que una madre decapita con un hacha a su propia hija.
Lejos de asustarse Oli absorbió la historia con máxima atención, no una sino varias veces, como recomiendan los maestros. No siempre hay que endulzarles las historias, sino respetar las fuentes.
Mis títeres, los de Carola Carlota son personajes de los hnos Grimm. Creo que no hay época ni edad para escuchar un buen cuento, y por que no, interpretarlo con marionetas en la mano.
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