El extraño diálogo tiene lugar en un espacio indefinido y es ella la que lleva la voz principal del relato, la que le cuenta a él una historia que aunque se ramifica hacia un pasado que se adivina próximo, sin embargo echa raíces en la tierra húmeda del presente con determinación irrevocable. Es ella la que conoce la historia (porque todo ocurrió en torno a ella) y sabe con exactitud el curso que fueron siguiendo los hechos. El lugar de él es muy distinto: apenas escuchar, preguntar, identificar aquellos puntos del relato en los que tal vez convenga detenerse. O, al contrario, sugerir en qué momentos es preferible seguir avanzando y cuándo tal vez sea prudente volver unos pasos en busca de algún detalle extraviado. Ambas voces son necesarias para que lo que debe decirse sea dicho. En el sillón de una casa que no es la suya, Samanta Schweblin habla de Distancia de rescate, su primera novela. Yo soy el que escucha y a veces me permito entrometerme en su relato –ella me deja- para preguntar, para que me cuente más o para avanzar hacia otros temas que irremediablemente nos traen otra vez hasta su nuevo libro. Una novela construida alrededor del extraño diálogo que mantienen una mujer y un chico en un espacio indefinido, donde ella le cuenta una historia que a pesar de ubicarse en un pasado que se intuye inmediato, sin embargo entierra sus brazos en la tierra húmeda del presente con consecuencias fatales.
Ambientada en un pueblo de provincia, los protagonistas de Distancia de rescate son una madre de vacaciones en el campo junto a su hija, y el hijo pequeño de una vecina del pueblo con la que la mujer entabla una de esas amistades efímeras que suelen nacer entre desconocidos durante los viajes. Aunque el relato progresa a partir del diálogo entre ambos, pronto empiezan a aparecer las dudas. La primera novela de Schweblin, reconocida como una de las mejores cuentistas latinoamericanas a partir de sus libros El núcleo del disturbio y, sobre todo, Pájaros en la boca, es muchos relatos en uno. Una historia de campo en la que se reconocen algunas figuras clásicas de ese universo; una crónica rural que aborda uno de los temas más polémicos de la realidad argentina, como el uso de glifosato en la producción de soja; un cuento de terror que calza con precisión en el escenario elegido. El resultado es asombroso: un relato que elude los estereotipos foráneos del género de terror y se desarrolla alrededor de un miedo colectivo de perfil inequívocamente argentino.
Distancia de rescate muestra la misma fluidez y precisión que Schweblin transmite en sus relatos, a tal punto que, una vez concluido el libro, la primera sensación es la de haber leído un cuento largo. “Como cuentista, el problema más grande que tuve fue entender que esta historia necesitaba otra forma”, dice ella. “Estaba tan acostumbrada a pensar y trabajar mis ideas en forma de cuentos que me costó entender que los problemas con los que lidiaba no eran de tono, de tensión, o de personajes, sino un problema mucho más obvio: que esta historia no podía contarse en diez páginas.”
La novela presenta formalmente dos narradores que casi pueden pensarse como gemelos. En el terreno textual es uno de ellos (Amanda) quien prevalece sobre el otro (David). Es ella la que desovilla el relato mientras él va realizando preguntas o correcciones sobre ese hilo. Sin embargo es David quien parece cargar con el rol dominante, condicionando con su mirada el relato de Amanda. En ese sentido el intercambio termina pareciéndose bastante a una sesión de psicoanálisis, donde el paciente va derivando sobre el relato y el terapeuta guía, dando indicaciones sobre en qué puntos detenerse, en cuáles avanzar y en cuáles ir más profundo. “Es verdad que ese diálogo tiene algo de psicoanálisis, pero no era consciente de esto”, confiesa Schweblin. “Hice un año y medio de psicoanálisis hace unos años y viví en carne propia esa otra voz que pregunta y guía. Lo interesante es que muchas veces es difícil entender realmente las cosas hasta que se las nombra. Cuando uno pone algunas nebulosas en palabras ya no puede hacerse el tonto. Y escribir tiene mucho de eso: de descubrir, de buscar entre mundos y cosas que uno ya conoce pero que necesitan ser nombradas para ser entendidas. Y esta historia vuelve una y otra vez sobre los mismos puntos, como en el psicoanálisis o en un interrogatorio, porque los personajes ya saben lo que pasó, pero lo que falta ahora es entender y supongo que esto es lo que uno busca constantemente en cualquier terapia. Creo que es lo que buscamos incluso como lectores de ficción: entender más allá de la historia, encontrar algún tipo de verdad que nos ayude a entender mejor lo que nos pasa.”
Siguiendo la lógica del psicoanálisis es inevitable no pensar en la posibilidad de un único narrador desdoblado. Y aún más teniendo en cuenta que la posibilidad de la locura no es ajena al discurso de los personajes, aunque limitar todo el asunto a la enajenación pudiera resultar reduccionista. “Por supuesto que el género fantástico es abordable por fuera de la locura. Encasillarlo sería correrlo hacia un lugar de seguridad muy ingenuo y prepotente”, reacciona la escritora ante la posibilidad de que Distancia de rescate pudiera quedar anclada en la zona de los relatos delirantes. “Puede que en esta historia haya algunas zonas confusas desde la perspectiva del narrador –porque hay mucha fiebre, y hay pesadillas-, pero de ninguna manera hay locura, todo lo contrario. Lo que buscan los dos personajes de punta a punta del texto es ser lo más objetivos posible, ver con claridad, detalle a detalle, porque justamente buscan descubrir algo nuevo. Buscan entender.”
Amanda y David se cuentan entre sí versiones complementarias de la misma historia y eso no sólo implica el hecho infrecuente de narrar en segunda persona, sino que además multiplica por dos ese desafío. Las distintas perspectivas complejizan la estructura del relato sin que ello se convierta en un obstáculo para la lectura. Por el contrario, ese diálogo representa la principal herramienta para activar la acción: un drama de tracción a charla. “Mi intención fue plantear este doble juego para que por momentos uno entienda que hay un diálogo real entre dos personas, pero que en otros se dude acerca de si no se tratará de algo más. Si no se tratará incluso de una sola voz intentando entender y jugando al mismo tiempo los dos papeles”, dice la autora retomando la teoría del desdoblamiento. “Lo complejo fue trabajar esto sin que ninguna de las posibilidades prevaleciera sobre la otra. Un desafío fue trabajar los espacios que rodean a estas voces, narrar las acciones y los lugares a través de dos voces que en realidad están atentas a otra cosa. Un narrador externo puede detener el relato y describir acciones y espacios cuantas veces le parezca necesario. Pero si la narración la llevan adelante dos voces enredadas en una conversación de mucha tensión, se necesitan otro tipo de recursos." La construcción del personaje de Nina, la hijita de Amanda, también presenta una factura notable, porque en ella hay una mirada infantil muy reconocible y agrega al relato un nuevo grado de complejidad. Justamente ese personaje remite a otros que habitan los cuentos de Schweblin, en los que la presencia de niños y adolescentes es muy fuerte. “Creo que en la mirada de un chico hay una verdad muy genuina, vacía de prejuicios, que además pasa mucho por lo corporal. En un chico lo extraño y lo terrorífico son posibilidades reales, pero al mismo tiempo no tienen esa construcción social con la que los adultos decidimos qué es real y qué no. Qué es peligroso y qué no. Para ellos todo es factible.”
La mención de lo terrorífico vuelve a destacar la sutileza con que el horror aparece en la novela, permitiendo el vínculo con el género pero sin que se pueda afirmar de manera contundente que se trata de una novela de terror. “Me gusta mucho leer terror, pero nunca había incursionado en el género tan abiertamente. Creo que esta es una historia de terror no porque yo lo haya buscado adrede, sino porque la situación en la que se ven envueltos los personajes no puede no ser terrorífica. Creo que una de las cosas que más miedo da es que ese miedo no llega de manos de monstruos o asesinos seriales, sino de manos de una problemática rural actual, de un veneno que existe, y que de verdad está matando a mucha gente en el campo y en la ciudad.” Desde ese mismo punto de vista la novela puede ser vinculada con la obra de algunos autores, en particular con lo mejor de Stephen King, un especialista en detectar por dónde se mueve el miedo dentro de la estructura social y diseñar un monstruo particular que reaccione ante esa construcción colectiva. Un mecanismo que no pierde de vista el contexto argentino: en un movimiento extraordinario Schweblin convierte los campos de soja en Hiroshima. Y haberlo conseguido sin que la cosa se convirtiera en un alegato biempensante contra el glifosato es un mérito no menor de su novela. “Al principio no había glifosato en la historia”, confiesa pero admite que “sabía qué tipo de problema necesitaba para contarla, aunque todavía no se me había ocurrido usar el glifosato. Pero sí tenía muy presente toda la problemática rural que se está viviendo alrededor de este tema y la cantidad de enfermedades terribles que está generando este consumo masivo de los alimentos transgénicos y los herbicidas.” Una consciencia que produjo un curioso ida y vuelta entre la ficción y la realidad: “Era una alarma interna tan fuerte que incluso en estos últimos años cambié radicalmente mi alimentación. Así que cuando descubrí que el glifosato podía ser la herramienta para contar esta historia avancé sin dudarlo”.
Si toda obra es una expresión política, en tanto presenta una mirada específica del mundo e implica una representación concreta de la realidad y una manifestación acerca de ella, ¿de qué realidad habla Distancia de rescate? ¿Cuál es el mundo que se representa en sus páginas? “Creo que lo que una obra trasmite es un estado emocional, una sensación muy poderosa que puede ayudarte a entender un poco más el mundo. Pero no creo en la literatura panfletaria, pedagógica, o cualquier literatura que tenga segundas intenciones.” Respecto de problema específico del uso de herbicidas durante la producción agrícola, Schweblin está segura de que su libro no puede explicarlo, “pero puede generar conciencia por fuera del texto”. Y se esperanza: “En esta entrevista ya nombramos el glifosato unas cuantas veces: el que no sabe qué es y de qué manera se lo está comiendo todos los días, seguro que ahora va y lo googlea”.
El cuento, la novela, el campo y la tradición argentina
–El hecho de que Distancia de rescate se desarrolle en un contexto rural la coloca dentro de la tradición literaria nacional. Hay algo de El matadero, de civilización y barbarie. Y puntos de contacto con los cuentos de Quiroga, donde lo agreste se comporta de manera agresiva ante el factor humano, hasta no saber cuál es el factor que extraña la realidad. ¿Por qué creés que subsisten estos tema dentro de la literatura argentina?
–Bueno, no hay que olvidarse que los argentinos seguimos siendo pocos y la Argentina sigue siendo un territorio enorme. No sé si era tan consciente de esta obviedad antes de vivir en Europa. En Alemania uno tiene la sensación de que todos los espacios por los que uno circula son conocidos, espacios ya conquistados. La Argentina tiene un espacio virgen inconmensurable. Lo desconocido, lo extraño, nos queda al alcance de la mano, y habita el espacio del campo, la estepa, la selva, el río...
–La referencia a Quiroga te pone en línea con el linaje de los grandes cuentistas de nuestra literatura. ¿Qué tan sensible es para vos construir tu obra como escritora argentina?
–Nunca lo busqué, pero ahora empiezo a ser consciente de lo argentina que es esa voz en muchas cosas, y me encanta que así sea. Admiro muchísimo la tradición literaria argentina, y sobre todo la del fantástico rioplatense, con esa atracción tan particular por lo extraño, lo onírico y lo oscuro.
–¿Sentiste la presión de tener que sentarte a escribir una novela?
–No, todo se dio de un modo natural. Pero sigo sintiéndome más afín al mundo del relato breve. De hecho creo que Distancia de rescate es también un relato que es, quizá, un poquito menos breve. Es decir, no siento que haya cruzado a otro territorio. Más bien llegué hasta el límite y, ante la duda, me quedé de este otro lado.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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