Era una persona normal. Es decir: tenía padres, amigos, problemas que resolver, un trabajo que le interesaba poco y algunos deseos inconfesables. Igual que cualquiera. Un día, como cada mañana se busco en el espejo después de lavarse la cara, para ver si le daban o no ganas de afeitarse, pero no encontró nada. La perplejidad le duró poco, porque enseguida llegó el horror: el espejo estaba vacío y él ahí, parado justo delante, se preguntó en qué momento lo habría mordido un vampiro. Asomando como un inmenso témpano, el humor le trajo algo de calma aunque no le devolvió su reflejo. Todavía asustado abrió el mueblecito, pero dentro no encontró ningún portal hacia dimensiones paralelas ni mundos aun por descubrir, sino lo mismo de siempre: algodón, desodorante en aerosol, el tubo sin tapa de pasta dental. Cerró la puertita y el espejo ahí, vacío. Sin embargo esa no era la palabra más adecuada para el caso porque, si bien él (su reflejo) seguía sin aparecer por ninguna parte, es cierto que podía ver la imagen de todo lo que en ese momento tenía detrás. El miedo cada vez más difuso acabó por desvanecerse en la curiosidad: mirar por el espejo era como mirar para atrás sin darse vuelta. De espaldas y a través de la puerta abierta del baño podía observar su habitación, la ropa amontonada sobre una silla, los discos y los libros construyendo columnas siempre a punto de caer, la cama desecha. Y sobre ella una mujer apenas tapada por una sábana que debía oler muy bien. (No es obligación de los espejos duplicar los olores.)
Entonces, más tranquilo, sonrió, aun cuando no podía confirmar que sus labios hicieran realmente lo que él creía porque el espejo se negaba a dar pruebas fehacientes de ello, pero aun así sonrió y en ese gesto había algo de vergüenza. Se le ocurrió que tal vez el amor consiste en eso: desaparecer, olvidarse de uno mismo. Dejar de verse en un espejo que sólo refleja aquello que se ama y desea. Contento con ese pensamiento se quedó un rato así, de espaldas, viéndola dormir. Pasó mucho sin poder afeitarse, pero eso fue hace tiempo: ahora lo hace sin ningún problema, aunque extraña andar de barba.
Entonces, más tranquilo, sonrió, aun cuando no podía confirmar que sus labios hicieran realmente lo que él creía porque el espejo se negaba a dar pruebas fehacientes de ello, pero aun así sonrió y en ese gesto había algo de vergüenza. Se le ocurrió que tal vez el amor consiste en eso: desaparecer, olvidarse de uno mismo. Dejar de verse en un espejo que sólo refleja aquello que se ama y desea. Contento con ese pensamiento se quedó un rato así, de espaldas, viéndola dormir. Pasó mucho sin poder afeitarse, pero eso fue hace tiempo: ahora lo hace sin ningún problema, aunque extraña andar de barba.
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