Simple: así se plantea Man to man, una película a la que se puede clasificar como culebrón antropológico, que comienza en África central, en 1870, cuando una pareja de pigmeos es capturada y llevada a Escocia. Allá, tres vehementes hombres de ciencia, los doctores Auchinleck, McBride y Dodd, intentarán probar que los miembros de esa tribu casi desconocida en Europa son nada menos que el eslabón perdido, aquel linaje intermedio entre primates y humanos que mantenía viva a la darwiniana teoría de las especies. Dodd ha sido el responsable de la dramática expedición que trajo los pigmeos a Edimburgo, pero a partir de un contacto cada vez más íntimo con ellos, comenzará a dudar de algunas premisas de su teoría y la confianza con sus colegas se irá debilitando.
Planteada como fábula moral, abundante en estereotipos y moralejas, Man to Man utiliza a sus personajes para mostrar las alternativas posibles en la relación entre hombre y ciencia, muchas veces puesta por encima de las relaciones hombre a hombre. Así, mientras el doctor Dodd descubre que el carácter humano de sus “antropoides” resulta una evidencia que exige que el método sea revisado y corregido, Auchinleck se mostrará salvajemente positivista, y McBride se verá tironeado entre los hechos, la manipulación y su propia cobardía. Un juego de polos que se repelen y atraen, en el que la película deja clara su posición; como en ese paralelismo entre una tribu africana y los toscos highlanders escoceses, que desde culturas que se ignoran mutuamente le endosan a los hombrecitos de la selva similares poderes diabólicos, un recurso más bien superficial, pero que no deja de ser simpático y efectivo a la hora de empujar al espectador a intentar redefinir la palabra salvajismo. Y en esto se va Man to man, una sucesión de recursos casi de telenovela, (sobre)actuaciones esquemáticas para personajes de molde, transformaciones previsibles, mensajes políticamente correctos y golpes más o menos bajos, pero que de todas formas no impiden que la película resulte entretenida. Sin embargo al verla no pueden dejar de extrañarse otras, que retrataron de manera más elaborada, elegante o efectiva un tema tan rico como el choque de culturas antípodas. Sin demora vendrán a la memoria la exquisitez plano por plano de El nuevo mundo, de Terrence Malick, y hasta Greystoke, la leyenda de Tarzán, de Hugh Hudson, en la que Christopher Lambert compusiera tal vez el Tarzán más fiel al original de Burroughs, aunque no el más recordado.
Para Man to man queda la virtud de no haber desaprovechado la belleza de los escenarios elegidos; el oficio de Régis Wargnier para hacer coherentes y sobre todo llevaderas las casi dos horas que dura la película; y el mensaje de igualdad humana, que no por repetido deja de ser valioso, en esta era signada por la exaltación obscena de las diferencias por sobre la coincidencia vital de ser humanos.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)