jueves, 11 de octubre de 2007

CINE - La cáscara, de Carlos Ameglio: Patético vacío existencial

A Juan suele salirle todo bien: es director creativo en una agencia de publicidad, y nunca le han faltado las ideas para satisfacer a quienes confían en él para sus campañas. En cambio Pedro, su mano derecha, se siente un inútil, un farsante: sabe que no tiene mucho para aportar, y cree que los demás no tardarán en darse cuenta; entonces se quedará sin trabajo. Cuando la competencia les roba la idea original para la campaña de un antigripal, Juan y Pedro tendrán que encontrar de apuro un plan B para cumplir con el cliente, un laboratorio médico. Juan tiene un par de cosas en mente y a eso se van a dedicar después del fin de semana. Pero hay variables que son incontrolables, como la muerte por ejemplo, que insiste en ser siempre una sorpresa así en la vida como en el cine. Y Juan se muere nomás en un accidente de auto, sin haberle dicho a Pedro ni una palabra de su idea. Pedro, que es ascendido al cargo del finado ahí en el entierro, se queda solo y vacío, y lo único que lo sostiene para no derrumbarse detrás de esa muerte, es la búsqueda de la idea perdida.

Carlos Ameglio, director y guionista de La cáscara, domina la escena en más de un sentido: él mismo ha hecho una carrera exitosa como publicitario y sabe retratar el infierno de la mente en blanco. Sin embargo su dibujo del mundo de la publicidad no es central para el relato sino un punto de partida, la excusa para hablar de la muerte y las relaciones humanas, verdaderos perfiles que se intuyen entre los trazos de esta comedia a la vez agobiante y emotiva, que con buen uso de la ambigüedad permite más de una hipótesis. Y si por un lado parece que Pedro no conseguirá involucrarse nunca con las necesidades y sufrimientos de quienes lo rodean –ni hacer pie en su propio dolor-, también se intuye que en la aceptación del papel de la muerte, un accidente inevitable al final de cada vida, puede estar la clave que le permita encontrar la salida de su propio laberinto. Y ya sin la presión de tener que correr detrás de vidas ajenas, ni la necesidad de satisfacer más deseos que los propios, Pedro quedará reducido sólo a su cáscara. Tal vez así hasta llegue a dar con la idea para la publicidad.

Se ha dicho que las raíces de Ameglio están en la publicidad. A partir de su oficio consigue darle a La cáscara una factura técnica elogiable, acertando en climas adecuados, y una sólida dirección de actores. Además ha sabido rodearse de profesionales que hicieron lo suyo con eficacia, como la fotografía de Juan Lenardi, o Gustavo Casenave, quien consigue aportar ambiente con la música sin convertirla en un subrayado vulgar. Entre las actuaciones se destaca Juan Manuel Alari, que ha logrado con su Pedro el equilibrio perfecto entre la desorientación, el desamparo y la estupidez, con una apatía a la que podría describirse como hendleriana, por los puntos de contacto con varios personajes del también uruguayo Daniel Hendler, a quien este Pedro parece deberle algunas cosas.

(Artículo publicado originalmente en Página 12)

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