Un grupo de jóvenes liderados por Lucas, un chico amante de las historietas, eligen el cine para revelarse contra un sistema vigilante, que en beneficio de una minoría manipula la realidad desde los medios de difusión. Perseguido por un siniestro grupo policial que se encarga de aplacar todo intento de creatividad, Lucas y sus mundos fantásticos serán el perfecto elemento conductor para combatir esa otra ficción con que el estado aplasta al individuo. Lo aclaran los títulos finales: toda coincidencia con la realidad (o con la novela 1984) fue planeada desde un principio.
Dados los antecedentes de sus creadores, Filmatrón (premio del público en el BAFICI 2007) se presenta a priori como una invitación de interés, y la película cumple en varios aspectos. En primer lugar, porque se ocupa de géneros poco explorados, de vacíos y espacios marginales del cine argentino, y ese valor experimental merece ser reconocido a pesar de algún déficit, como la marcada diferencia entre los actores de mayor experiencia y los otros, o un guión que si bien marcha sobre una idea central clara y apostando a un humor inocente, por momentos peca de elíptico y presenta las situaciones como prendidas con alfileres o sin explicación ni continuidad; aunque es cierto que en una película como Filmatrón, dirigida a un público joven con el que comparte su festivo espíritu amateur, una lógica inestable puede volverse un recurso estético válido. Los rubros técnicos y artísticos que también suman a favor en el balance, más los buenos antecedentes ya enumerados, hacen suponer que el grupo de Farsa está en condiciones de saltar al siguiente nivel, sin que la fórmula del barrio como microcosmos se transforme en capricho o vicio. El objetivo no está tan lejos.
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