“Un grupo de hombres –alpargatas, bombachón y pañuelito al cuello— toma mate en el suelo mientras evoca, ante un centenar de indignados periodistas, su tierra: las hectáreas casi infinitas donde sus hijos se mezclan con los hijos de los peones, el trabajo incesante que les deja la piel rasgada y los obliga a despertarse al alba, los animales que crían con sus propias manos esperando el momento adecuado para venderlos o matarlos. A sus espaldas, un grupo casi idéntico come choripán con una mano, la otra ocupada en lograr el equilibrio justo para que sea legible la pancarta: ‘Haga patria, apoye al campo’; ‘Soy argentino y estoy con el campo’; ‘¿Quiere leche, verdura, carne? No al gobierno. Todos con el campo’. La escena, que parece decimonónica, se desarrolla en pleno 2008 y en el barrio porteño de Palermo, ahí donde hace unos siglos Rosas forjaba alianzas con gauchos, indios y estancieros, y que se ha convertido en una de las zonas más caras, elegantes y atractivas de Buenos Aires. El fervor gauchesco, que parece decimonónico, debe leerse dentro del marco de la globalización: tiene su origen en un decreto del 2008, por el que el gobierno argentino anunciaba retenciones impositivas móviles sobre algunos productos agropecuarios, como la soja, de buena cotización en el mercado internacional. El fervor gauchesco […] debe leerse también como un fenómeno decimonónico: materialización palpable de la permanencia de una formación discursiva, contiene uno por uno todos los elementos del imaginario nacional consolidado alrededor de 1880.”
El fragmento pertenece al libro Crisis y reemergencia, de Verónica Garibotto. Argentina pero radicada en los Estados Unidos, donde se desarrolla como académica, docente e investigadora de la Universidad de Kansas, Garibotto se propone en su libro, publicado por Purdue University Press e inédito en el país, una suerte de trabajo genealógico: encontrar los trazos de la literatura argentina del siglo XIX que pudieran haber sido heredados por la literatura contemporánea de Argentina, Chile y el Uruguay. Dentro de ese universo, los géneros gauchescos ocupan un lugar destacado. Y no es extraño que para hacer una aproximación inicial al tema utilice el conflicto de 2008 entre el gobierno de Cristina Kirchner y los productores rurales en torno de la célebre Resolución 125. Porque así como la gauchesca nunca representó una forma de expresión rural genuina sino, como dijo Jorge Luis Borges alguna vez y ahora cita Garibotto, un “producto de la mediación de un letrado que imita o recrea la oralidad del gaucho”, durante aquella crisis el campo volvió a ser percibido a través del filtro de una mirada que volvía a apoderarse de una tradición ajena para construir una historia oficial. Claro que la literatura no tuvo nada que ver con ese conflicto, aunque en esta área la voz cantante también la sigue llevando, como en el siglo XIX o en 2008, una minoría letrada.
Como era de esperarse, el siglo y medio largo que separa el surgimiento del género de la actualidad ha hecho que mucha agua corra bajo el puente. Para Garibotto es “sobre todo a partir de la década de 1990 donde puede constatarse en la literatura argentina un cuestionamiento generalizado de varias premisas fundacionales de la identidad nacional”, cuestionamiento que según ella “se vuelve evidente en varias reelaboraciones contemporáneas de la gauchesca.” La autora sugiere que es posible constatar tales entredichos “analizado los juegos que entabla César Aira con los indios ranqueles de Mansilla; los guiños del chileno Roberto Bolaño hacia los relatos consagrados de la gauchesca rioplatense y la irreverencia lúdica con la que Martín Kohan relee a Esteban Echeverría”. Y da más ejemplos: El sueño del señor juez, de Carlos Gamerro; Los cautivos, de Kohan; los llamados ‘textos del ciclo pampeano’ de Aira, como La liebre o Un episodio en la vida del pintor viajero”, y una serie de reelaboraciones como El guacho Martín Fierro de Oscar Fariña o El Martín Fierro ordenado alfabéticamente de Pablo Katchadjian. Garibotto considera que algunas de las premisas que los autores contemporáneos vienen a poner en cuestión son las ideas de “Argentina como un moderno país europeo y la premisa asociada de que modernidad, europeísmo y progreso van de la mano”. Y de ahí a la clásica dicotomía sarmientina de civilización y barbarie, “que definitivamente está en el centro de la gauchesca original y que en las variaciones contemporáneas del género se complejiza, cruza, recicla y transforma”. “Este cuestionamiento”, continua la investigadora, “surge sobre todo con la crisis económica y social producto del neoliberalismo de los 90 y se vuelve más visible a partir de la crisis del 2001, cuando los argentinos empiezan a percibirse más como latinoamericanos que como europeos, más ‘bárbaros’, y ya no pueden creer que viven en un país moderno, ‘civilizado’, que progresa”.
Tal vez la diferencia más grande que se registra entre el mundo decimonónico en que surgió la gauchesca y el actual sea el lugar que en él ocupa la mujer. En aquella primera generación la figura de Eduarda Mansilla, hermana de Lucio V. y autora de Pablo ou la vie dans les pampas entre otras novelas, aparece no sólo como única voz femenina relevante dentro del movimiento, sino dentro del panorama literario completo de la época. Pero aunque hoy el lugar de las mujeres dentro de la literatura argentina no difiere demasiado del de sus colegas varones, su participación en reelaboraciones de la gauchesca sigue siendo minoritaria. “Hay autoras como Sylvia Iparraguirre o Elsa Drucaroff que tienen textos donde se lleva a cabo cierta reelaboración, pero diría que son más reelaboraciones de relatos de viaje decimonónicos que de gauchesca”, señala Garibotto y agrega que ese déficit quizás se deba a que “originalmente se trata de un género que se sostiene sobre un imaginario muy masculino”. “Lo que sí hay son personajes femeninos notables en la gauchesca actual, como Luciana, la gaucha protagonista de Los cautivos de Kohan, un personaje que solo podría darse hoy en día”, concluye.
Artículo publicado originalmente en el Suplemento Literario Télam.
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