Para empezar a hablar de una película de terror convencional de principio a fin como Invocando al demonio, de David Jung, es una buena idea retroceder casi cien años para recordar una historia que la película no menciona, pero que parece haberle servido de inspiración. Se trata de un momento particular en la vida de Harry Houdini, el mago más famoso de la historia: la muerte de su madre, ocurrida cuando su fama ya había crecido a escala mundial. Escéptico pero con la esperanza de estar equivocado, el mago empezó a consultar cartomantes y espiritistas para contactar con el espíritu de su madre y así quedarse tranquilo sabiendo que ahí donde estuviera había encontrado la paz. Pero su profesión se convirtió en un obstáculo y siempre acababa descubriéndole el truco a los ocultistas. Hasta que su amigo Arthur Conan Doyle, promotor ferviente del espiritismo, intentó convencerlo de que su mujer, una médium reconocida, tenía un mensaje de su madre que también resultó ser falso. Desde entonces no sólo se fue debilitando su vínculo con el creador de Sherlock Holmes, si no que comenzó una caza de brujas personal, decidido a desacreditar a todo aquel que se jactara de contactar con los muertos. Poco después, una de las víctimas de su campaña le predijo una muerte inminente y antes de que terminara ese mismo año Houdini falleció a causa de una apendicitis.
El paralelo entre esa historia y la que narra Jung en su película es grande, sólo que esta última desvía las cosas hacia el terror. Un terror módico y por completo deudor de ese subgénero que es el de grabaciones encontradas que inaugurara El proyecto Blair Witch y cuyo éxito heredó Actividad Paranormal. Acá es Michael King, el protagonista, quien luego de la muerte de su mujer en un accidente decide culpar de eso a la tarotista que le sugirió posponer un viaje para no perder una oportunidad. “Si hubiéramos estado de vacaciones ella no hubiera muerto”, dice Michael y espera que la tarotista admita que todo lo que hace no son más que engaños. Así, Michael instala un sistema de cámaras en su casa para filmar un documental en el que invocará al inframundo de todas las maneras posibles, para probar que nada de eso existe.
Esa estructura de panóptico digital es la que provee a Invocando al demonio de sus mejores sustos –previsibles, pero sustos al fin-, pero resulta también su principal debilidad. Por empezar porque debe forzar la premisa, permitiendo que el protagonista no olvide llevar la cámara incluso cuando ya ha perdido el control de sí mismo. También la utilización de música y efectos de sonido en un material que se supone es el crudo de un documental sin montar terminan por traicionar de manera definitiva la idea motora. Lo mejor de la película es que la hija de Michael tiene un gatito de peluche llamado Crowley, como el famoso ocultista inglés Aleister Crowley, contemporáneo de los amigos Doyle y Houdini, el mago cuya historia demuestra que a veces la realidad supera en interés a la ficción.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos e Página/12.
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