viernes, 15 de julio de 2022
CINE - "The Colour Room", de Claire McCarthy: Heroína se busca
jueves, 14 de julio de 2022
CINE - "Elvis", de Baz Luhrmann: ¿Cómo filmar un mito?
domingo, 10 de julio de 2022
LIBROS - "Cortázar", de Jesús Marchamalo y Marc Torices: Todas las vidas de Julio, ilustradas y en un solo libro
viernes, 8 de julio de 2022
CINE - "Manto de gemas", de Natalia López: La raíz de la violencia
Es cierto que López nació en Bolivia, pero su carrera dentro del cine es mexicana casi por completo, ya que en su rol previo como montajista ha trabajado en varios títulos de Reygadas y Escalante. Y también es muy mexicano el contenido de su primera película como directora. No solo eso: su propuesta estética, la elección del tema y el modo de abordarlo confirman la gran influencia que en especial estos dos directores han tenido en su forma de narrar y utilizar los recursos cinematográficos. La violencia como tópico; el cruce social y los roces que se producen entre una clase alta muy alta y una clase baja muy baja; la brecha étnica; el poder omnipresente del narco; cierta sordidez en el abordaje del relato; e incluso el aporte de sutiles elementos fantásticos para potenciar el registro naturalista, dan cuenta de su adscripción a ese linaje.
Pero si hay una diferencia notoria entre este trabajo de López y el de sus precursores es el protagonismo femenino excluyente que tienen sus personajes principales. Que son tres. Una mujer de familia burguesa que vuelve a ocupar una casona familiar en el campo, deshabitada desde hace tiempo, mientras asume las consecuencias emocionales de un divorcio reciente. Una mujer del servicio doméstico, que también trabaja para los narcos locales, cuya hija ha desaparecido hace ya un tiempo sin que la policía tenga ninguna pista de su paradero. Y la oficial de policía encargada de investigar el caso, quien también debe lidiar con un hijo adolescente que ha comenzado a mezclarse con los narcos. Todas ellas son, a su manera, mujeres duras que no dudan en hacerle frente a sus problemas y entre quienes se percibe cierta red de empatía.
Esa representación femenina se extiende en una constelación de personajes secundarios que ocupan cada rincón del relato, desde hijas y madres, hasta jefas, vecinas, criminales y víctimas de la más variada índole. Por su lado, lo masculino está formalmente restringido a espacios laterales, aunque mantiene una fuerte incidencia sobre las decisiones que las protagonistas deberán tomar, llegando a forzar cambios en su accionar. Acá los hombres son una fuente de preocupación, un lastre emocional, una parte del problema antes que de la solución. Más una carga que una compañía. Incluso aquellos que ayudan no pueden evitar provocar daño.
Como si se tratara de un paseo por el infierno, López realiza el relato de manera fragmentada, intercambiando el foco de atención entre las tres protagonistas, haciendo que sus problemas también se entrecrucen en una compleja red en la que siempre terminan ocupando el lugar de víctimas. Entre esos fragmentos la directora intercala algunas secuencias pesadillescas que alteran la percepción realista de la historia. Si en el registro de la violencia Manto de gemas se acerca a películas como Los bastardos, de Escalante, en el uso de estos detalles casi fantásticos es imposible no reconocer al Reygadas de Post Tenebras Lux. En el medio, la voluntad expresa de impactar al espectador de forma directa, que se confirma en un plano final al que se puede considerar un exceso.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
jueves, 7 de julio de 2022
CINE - "El contador de cartas" (The Card Counter), de Paul Schrader: Un eterno dilema moral
De igual forma, su protagonista podría ser una versión remasterizada del taxista Travis Brickle, del cura agobiado por la culpa de la película de 2017 e incluso del propio Jesús de Nazareth, combinando elementos comunes a todos ellos. Acá se trata de William Tell (sí, Guillermo Tell), un exsoldado que se desempeñó en una de las cárceles que el ejército de Estados Unidos tiene en Medio Oriente. Ahí aprendió y practicó atroces técnicas de interrogatorio, que al salir a la luz a través de fotografías filtradas que los propios soldados tomaban mientras torturaban a los detenidos, terminaron por llevarlo a prisión casi 10 años. Sin embargo, Will no vive su paso por la cárcel como un trauma, sino como una instancia de necesaria expiación y aprendizaje, tanto en el plano moral como en el práctico. Actitud en la que es imposible no reconocer un carácter religioso.
En esa década de encierro Will tuvo mucho tiempo libre y lo usó para leer y jugar al poker. Así desarrolló la habilidad de contar cartas, técnica en la que a partir de los naipes que se encuentran sobre la mesa se puede reducir estadísticamente la incertidumbre de aquellos que todavía se encuentran en el mazo. Una técnica que los casinos y las casas de juego consideran una forma de fraude. Pero Will no la utiliza para hacerse rico, sino que elige hacerlo modestamente. Para sobrevivir. A pesar de esa sobria forma de reinserción social, el protagonista no está libre de traumas.
La forma en que cubre con sábanas todos los muebles de cada habitación de hotel por la que pasa, convirtiéndolas prácticamente en un claustro monástico, remite por un lado a su necesidad de mantener un ascetismo casto, pero también al intento de reconstruir el ambiente estéril de una celda. La llegada más o menos inesperada de dos personajes a su vida alterará el orden compulsivo que Will le imprime a su existencia, obligándolo a entrar en contacto con sentimientos que aprendió a mantener bajo control. Ambos personajes servirán para que Schrader vuelva a poner a su protagonista en un dilema moral con mucho de cristiano, en el que la inmolación por los otros resulta ser la forma suprema del amor.
Pero para el director y guionista el mundo es un lugar sombrío en el que, de manera murphyana, las fuerzas oscuras se confabulan para hacer que las situaciones decanten hacia la peor de las opciones. Aunque Will parece llevar su pasado en el frente mejor que Travis, como en Taxi Driver la violencia termina siendo el único camino para tratar de darle solución a aquel dilema irresoluble. Con lo cual nada se soluciona, aunque Schrader elija un final romántico e idealista, en el que vuelve a haber un cordero y un sacrificio. A diferencia de, por ejemplo, El secreto de sus ojos, donde el protagonista acaba traicionando su propia ética, Will actúa conociendo las consecuencias de sus actos y se entrega a ellas con estoicismo religioso.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.