El recurso de reconvertir cuentos infantiles en relatos que oscilan entre el horror y la acción comienza a agotarse a poco de empezar su explotación. Aunque hay que reconocerle cierto mérito a la constante lucha de Hollywood por intentar (y conseguir) sacar agua de las piedras, también debe decirse que muchas veces se trata de agua poco potable. Ocurre que cualquier dislate con un par de caras de moda y dos secundarios con oficio puede servir para mantener a Hollywood con vida, y entonces se vuelve obvio que películas como esta Hansel y Gretel: Cazadores de brujas no son más que combustible ligero para conservar la maquinaria en marcha. Un cine hecho con el método de la cama caliente, casi sin pensar. Y si el cine fantástico y de terror fue siempre un gancho para público adolescente, uno de los que más dinero deja en las boleterías, se termina de entender el por qué de la insistencia por convertir a cualquier cosa en una de zombies o de monstruos. Esta versión retrofuturista (Steam-Punk) del relato de los hermanos Grimm tiene profusos antecedentes en los últimos años, ninguno muy destacado. No vale la pena evocarlos aquí (apenas quizá la reciente Blancanieves y el cazador), pero sí decir que forman parte del espurio linaje de este film que representa el debut del director noruego Tommy Wirkola en los Estados Unidos.
En este caso el traspaso es sencillo, en virtud de que en el cuento original los dos niños eran capturados por una bruja que los engordaba para el puchero. El mecanismo de proyección aquí hace que aquellos nenes salvados, se convirtieran con los años en persistentes enemigos de las mujeres dadas al comercio con las fuerzas oscuras. Como si se tratara de un western, Hansel y Gretel trabajan como cazarecompensas y son contratados por el alcalde de una típica aldea europea para poner fin a una ola de desapariciones de chicos, atribuida a las hechiceras. Aunque la historia transcurre en un tiempo que se intuye cercano a la Edad Media, la película hecha mano de una estética post Mátrix, permitiendo a sus héroes realizar proezas que desafían la física newtoniana, vistiéndolos de ajustado cuero negro. Jeremy Renner, cada vez más buscado como figura de acción, luce aburguesado dentro de ese atuendo, no es muy distinto del que usó el año pasado cuando formó parte de la troupe de Los Vengadores, y Gemma Arterton es apenas su belleza. Persecuciones, efectos especiales y anacrónicas armas de fuego completan la fórmula.
Más allá de la imaginería visual, en la que Wirkola ya tenía experiencia (fue director de Dead Snow, una de nazis zombies), y de un par de chistes bastante buenos (uno de ellos relacionado con el exceso de azúcar al que los hermanitos fueron sometidos durante su cautiverio en la casita construida de golosinas), no es mucho lo que puede rescatarse de Hansel y Gretel: Cazadores de brujas. Un cine clase B flaco, al que ni los excesos le alcanzan para conseguir un impacto cinematográfico destacable.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
viernes, 25 de enero de 2013
CINE - El último desafío (The last stand), de Kim Jee-Woon: Arnold is back
El regreso de Arnold Schwarzenegger al cine no es un tema menor. No
se trata nomás de la buena noticia de que el infinitas veces Mr. Olympia y Mr. Universo
(los más importantes títulos del fisicoculturismo competitivo) haya dejado la
política, tras su labor como gobernador de California. No. Se trata de su
vuelta a la pantalla grande, aunque no de un regreso absoluto, dado que en los
últimos 10 años ha realizado pequeñas apariciones y cameos, de los cuales el
más destacado ocurre en la segunda parte de Los Indestructibles (2012), nueva
saga de cine de acción ochentosa creada por otro ícono del género, su amigo y
rival Sylvester Stallone (ya se verá que la referencia no es ociosa ni decorativa).
Pero desde que tuviera el papel principal en la antiterrorista Daño colateral
en 2002, una década ha pasado sin Big Arnold como protagonista. Y aunque no se
trata de un gran actor, sin dudas sí de una estrella. La rentrée se produce en El
último desafío, film de acción antes que policial, dirigido por el coreano Kim
Jee-Woon, que combina los elementos necesarios para que el regreso sea digno.
Arnold es Ray Owens (Arnold), un ex policía de Los Angeles que ha
decidido alejarse de los peligros que en su oficio representa una gran y
conflictiva ciudad, para convertirse en el veterano sheriff de un pueblito
ubicado muy cerca de la frontera sur norteamericana, ahí nomás del tórrido
México. Ray es feliz con su cargo, atendiendo problemas de gente sencilla y
trabajadora, en donde la rutina es apenas quebrada por algún partido de fútbol
americano o por Lewis, el loquito del pueblo, amante de las armas, que dice
tener todo en regla para abrir un museo de armamento. Pero mientras el viejo
sheriff disfruta de ese remanso, Gabriel Cortez (Eduardo Noriega), el narco más
peligroso desde la muerte de Pablo Escobar, es rescatado por sus secuaces en
medio de una operación de traslado dirigida por altos cuadros del FBI. Cortez
intentará salir de los Estados Unidos por tierra, conduciendo un súper auto,
aprovechando su experiencia como piloto de carreras. Y, por supuesto, para ello
deberá atravesar el pueblito del sheriff Ray, el último escollo que se
interpone entre el villano y la libertad, entre México y Estados Unidos, y por
qué no, entre barbarie y civilización.
Si bien casi todo es esperable en El último desafío, desde que el
villano sea un extranjero (aunque tampoco falta la conexión local, siempre
necesaria), hasta la decisión patriótica del sheriff y sus hombres de convertirse
en escudos humanos de la nación, hay unos cuantos bonus a favor de la película.
El primero de ellos es sin dudas el trabajo de Kim Jee-Woon, uno de los
directores coreanos más renombrados de la generación que propició la explosión
del cine nacional en su país. Dueño de una versatilidad que le ha permitido
abordar géneros disímiles siempre con éxito, del horror a la comedia y de la
acción al western, Kim consigue renovarle el aire a muchas escenas de acción e
intercalar de manera precisa los momentos de humor con los de violencia. El
humor es otro punto fuerte.
Los indestructibles ya había demostrado que películas de este tipo
ya no son posibles sin humor autoconsiente y hay bastante de eso aquí. La
escena donde el sheriff Ray Owens habla con alivio de lo grato que es haber dejado
Los Angeles, sabiendo que Schwarzenegger también la cambió por Sacramento
durante sus 10 años como gobernador, carga un tono de ironía sutil que quizá
pase desapercibido a muchos. En cambio nadie dejará de notar una gran broma políticamente
correcta acerca de los inmigrantes, donde el republicano parece querer ganarse
al electorado demócrata, en un film con un elenco muy latino friendly. Por
supuesto que la clásica armamentofilia podría ser un punto criticable, si no
fuera porque aquí depara algunas escenas casi eróticas, de hombres y mujeres
acariciando largos caños cromados, preparándose para la batalla final, que
quizá no estén muy lejos de la parodia. Todo lo que parecía serio y
reaccionario en un film como el mencionado Daño colateral, aquí se vuelve
abiertamente lúdico, incluso cuando se abuse de ciertos estereotipos.
Arnold Schwarzenegger sigue siendo Arnold Schwarzenegger, con su
rigidez física y su inglés con acento del Tirol. Nada ha cambiado. Como diría
uno de sus mejores personajes, he’s back, y esa es la buena noticia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura Y Espectáculos de Página/12.
jueves, 17 de enero de 2013
ANIVERSARIO - Súperman cumple 75 y ni piensa en jubilarse
Es difícil ser el hombre más poderoso del mundo. Alguien
supo decir que “un gran poder implica una gran responsabilidad” y es cierto.
Siempre ha sido así: es arduo y hasta doloroso cargar con el peso constante de
la humanidad sobre la espalda y no sólo eso, porque la humanidad nunca viaja
sola. Junto a ella vienen las nociones del bien y el mal, de la justicia, de la
libertad, todo eso agravado por las contradicciones que impone el mismo ser
humano. El hombre más poderoso del mundo sabe que las reglas rotas son
tentadoras, que no hay nada más placentero que la injusticia, el sueño
inconfesado de los moralistas, lo que todo el mundo reprime con mayor o menor
fuerza. El hombre más poderoso sabe que se es justo por autoimposición y que la
libertad es esencialmente injusta. Que si todos fueran realmente libres y
defendieran la libertad al modo americano (es decir con la fuerza de lo
impuesto), cada libertad necesariamente representaría la invasión y negación de
las libertades ajenas. Y por lo tanto sería injusto.
De todas esas paradojas y dificultades conoce el hombre más
poderoso del mundo y la carga es insoportable. Sobre todo cuando se está a
punto de cumplir 75 años y uno ya no es el mismo. Aun fuerte pero siempre solo,
el hombre más poderoso debe persistir en la lucha. Su gran responsabilidad.
Ese hombre no es ni Obama ni Bill Gates, ni el dueño de una
corporación petrolera; tampoco Guillermo Moreno y mucho menos Héctor Magnetto (aunque tiene apellido de X-Men):
se trata de Superman, el hombre de acero. Resulta difícil de creer que aquel
chico nacido en el desaparecido planeta Kryptón, salvado por sus padres y
llegado en una cápsula espacial hasta la Tierra (o los Estados Unidos), donde
es criado como un hijo por una pareja de granjeros, sea hoy un abuelo de 75
años. Aunque, nobleza obliga, hay que reconocer que son tres cuartos de siglo
muy bien llevados. Sí: el popular personaje de historieta, padre de todos los
superhéroes, cumple este año 75 y aunque le han tocado tiempos mejores, hay que
reconocer que, ciertamente, también los ha tenido peores. Mucho.
Aunque todavía nadie ha declarado a 2013 el “Año Superman”,
en diferentes convenciones y festivales de historieta ya se organizan
festejos y actividades alusivas al importante aniversario. Eso sin mencionar su
regreso al cine, tras 7 años de ausencia obligada por el débil rendimiento
(artístico y económico) de la última película realizada con el personaje como
protagonista (Superman regresa, dirigida por Bryan Singer y el desaparecido en
acción Brandon Routh en el papel principal). En lo inmediato (o casi) el
emblemático superhéroe será una de las estrellas del 31 Salón de Cómic de
Barcelona, que se realizará del 11 al 14 de abril. Allí se organiza una
exposición que recorrerá la historia del personaje y reunirá originales de
algunos de los muchos autores que lo han dibujado. En cuanto al film El hombre
de acero, dirigido por el especialista en adaptación de historietas Zach Snyder
(director de las versiones cinematográficas de modernos clásicos como 300 y
Watchmen) y producida por Christopher Nolan, el hombre trás el exitoso
renacimiento de Batman, su estreno está programado para el 13 de Junio en la
Argentina. El personaje será interpretado esta vez por el poco conocido actor
inglés Henry Cavill.
Superman fue creado por Jerry Siegel y Joe Shuster, y su
primera tira publicada en junio de 1938, en el número lanzamiento de la revista
Action Comics, cuyo precio de tapa era de 10 centavos: hace poco uno de
aquellos ejemplares fue vendido por internet en 1 millón de dólares. El dato
muestra el valor simbólico que el personaje fue acumulado en estos 75 años, en
los que se convirtió en uno de los íconos de la cultura y el ideario
norteamericano. En ese lapso Superman cambió 25 veces el logo que lleva impreso
en el pecho de su traje (una letra S color rojo encerrada en un diamante de
fondo amarillo), y también asiduamente su rostro, siendo el más popular de
ellos el del actor Christopher Reeve, quien lo interpretó en cuatro películas
entre 1978 y 1987. 75 años en los que hasta decidió dejar su trabajo como
periodista cuando el Daily Planet, el diario para el cual trabaja, fue
absorbido por un emporio multimedios, y fue acusado injustamente de ser mufa,
en vista de las desgracias ocurridas a los actores que se calzaron su traje .
75 años sacándose la camisa y los anteojos que, al revés que el resto de los
superhéroes, ocultan su verdadera y poderosa personalidad tras la piel de un
ciudadano común. 75 años defendiendo la justicia y la libertad, siempre del
lado de los buenos. Ante la reciente noticia de que la opulenta multinacional
Warner acaba de ganarle un juicio a los herederos de Siegel y Schuster por la
explotación del personaje, habría que ver de qué lugar elegiría ponerse y cuál
el criterio de justicia y libertad que defendería en este caso Superman, el
hombre más poderoso del mundo que hace rato entró en la tercera edad.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
CINE - Fuerza antigángster (Gangster squad), de Ruben Fleischer: Con el peso de los antecedentes en contra
El cine siempre ha sido útil a la cultura norteamericana a la hora de crear una mitología que ayudara a producir una galería de personajes que poblaran una particular forma de narrar la Historia desde la Ficción y generar entre ambas vertientes una dinámica que han dado por resultado un relato popular de gestas y héroes. Ese cuento se ha convertido en la historia oficial del siglo XX. El hecho puede verse bien en el Western clásico, que ocupa un lugar similar al del Martín Fierro para la cultura argentina y fue por años el encargado de sostener la épica nacional norteamericana. Pero no es el único género utilizado por los Estados Unidos para sostener su historia desde el cine y puede decirse que de todos han hecho un uso oportuno, pero no es el tema de este artículo. Para ir al grano, en especial de otros dos géneros se ha valido Hollywood para contarse (y contarle a todos) su propia grandeza: el género bélico y las películas de gángsters. Fuerza antigángters, de Ruben Fleischer, es un ejemplo de la vigencia del mecanismo.
Si, tratándose de una nación que vive del conflicto, las películas de guerra sirven para mostrar de qué modo los Estados Unidos aplican (y son) la Ley en el mundo, las de gángsters representan su contracara. No sólo muestran el manejo de la Ley puertas adentro y propician un ejército de héroes morales (ver Los Intocables de Brian De Palma, versión de la serie homónima que cumplía el mismo rol), sino que en un único y contradictorio movimiento también convierten en héroes a los malos. Es que el crimen organizado ha sido siempre un factor importante en la economía americana y el cine lo refleja como nadie. Dicho esto y dado que se alimenta de los elementos que han nutrido al género (como estar basada en hechos reales), Fuerza antigángsters no sólo no aporta novedades sino que, si se revisa la filmografía destacada (El Padrino; Buenos muchachos; las dos Caracortada; la mencionada Los intocables), se vuelve rápidamente olvidable.
Y no es que no haya motivos en la película para que el resultado final fuera otro. Empezando por un elenco notable, no sólo por la cantidad de nombres estelares (Penn, Brolin, Gosling, Patrick, Nolte o Emma Stone, que en el afiche está igual a Jessica Rabbit), sino porque cada uno encaja en el physique du rôle de su personaje. Pero, ya se sabe, tener “cara de” no es lo mismo que “actuar de”. El mejor ejemplo es Sean Penn quien, ayudado por un maquillaje que muchas veces le juega en contra, sobreactúa la gestualidad de su versión de Mickey Cohen, el desalmado criminal que echó a patadas de Los Ángeles a la mismísima Maffia en los años 50.
La película cuenta cómo, en medio de una justicia y un departamento de policía por completo corrompidos, un grupo de oficiales apoyado por un alto funcionario, crean un grupo parapolicial para realizar por izquierda lo que la Ley no conseguía por derecho. La película de Fleischer, quien había sorprendido hace unos años con la excelente Tierra de Zombies, se permite un juego Pop más propio de una de superhéroes, de dotar a cada integrante del escuadrón de una habilidad que lo hace ideal para formar parte del equipo (el viejo que es un as con la pistola y el negrito que es un mago con el cuchillo; el que es un genio de los gadgets retro; el líder incorruptible, masculino y violento; y el joven galán que renuncia a todo menos al amor). Esto hará que, si bien la película empieza con la seriedad impostada de los clásicos, violencia explícita incluida, pronto se transforme en un híbrido más cercano al cine de acción multitárget que al policial negro puro y duro.
En el medio el relato se empastará aún más queriendo retomar la veta histórico-social, aludiendo a la posguerra donde hombres entrenados para ganarse la vida matando debían reintegrarse a una sociedad pujante y en desarrollo, pero en tiempos de paz. Cada vez menos firme, el relato se cargará entonces de subrayados comentarios éticos y morales, puestos en boca de quienes necesitaron romper todas las leyes para hacer cumplir algunas. Una contradicción que esta película, a diferencia de otras, no alcanza a justificar, para acabar siendo una de muy buenos contra muy malos, que es como suelen ver al mundo por allá al Norte.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Si, tratándose de una nación que vive del conflicto, las películas de guerra sirven para mostrar de qué modo los Estados Unidos aplican (y son) la Ley en el mundo, las de gángsters representan su contracara. No sólo muestran el manejo de la Ley puertas adentro y propician un ejército de héroes morales (ver Los Intocables de Brian De Palma, versión de la serie homónima que cumplía el mismo rol), sino que en un único y contradictorio movimiento también convierten en héroes a los malos. Es que el crimen organizado ha sido siempre un factor importante en la economía americana y el cine lo refleja como nadie. Dicho esto y dado que se alimenta de los elementos que han nutrido al género (como estar basada en hechos reales), Fuerza antigángsters no sólo no aporta novedades sino que, si se revisa la filmografía destacada (El Padrino; Buenos muchachos; las dos Caracortada; la mencionada Los intocables), se vuelve rápidamente olvidable.
Y no es que no haya motivos en la película para que el resultado final fuera otro. Empezando por un elenco notable, no sólo por la cantidad de nombres estelares (Penn, Brolin, Gosling, Patrick, Nolte o Emma Stone, que en el afiche está igual a Jessica Rabbit), sino porque cada uno encaja en el physique du rôle de su personaje. Pero, ya se sabe, tener “cara de” no es lo mismo que “actuar de”. El mejor ejemplo es Sean Penn quien, ayudado por un maquillaje que muchas veces le juega en contra, sobreactúa la gestualidad de su versión de Mickey Cohen, el desalmado criminal que echó a patadas de Los Ángeles a la mismísima Maffia en los años 50.
La película cuenta cómo, en medio de una justicia y un departamento de policía por completo corrompidos, un grupo de oficiales apoyado por un alto funcionario, crean un grupo parapolicial para realizar por izquierda lo que la Ley no conseguía por derecho. La película de Fleischer, quien había sorprendido hace unos años con la excelente Tierra de Zombies, se permite un juego Pop más propio de una de superhéroes, de dotar a cada integrante del escuadrón de una habilidad que lo hace ideal para formar parte del equipo (el viejo que es un as con la pistola y el negrito que es un mago con el cuchillo; el que es un genio de los gadgets retro; el líder incorruptible, masculino y violento; y el joven galán que renuncia a todo menos al amor). Esto hará que, si bien la película empieza con la seriedad impostada de los clásicos, violencia explícita incluida, pronto se transforme en un híbrido más cercano al cine de acción multitárget que al policial negro puro y duro.
En el medio el relato se empastará aún más queriendo retomar la veta histórico-social, aludiendo a la posguerra donde hombres entrenados para ganarse la vida matando debían reintegrarse a una sociedad pujante y en desarrollo, pero en tiempos de paz. Cada vez menos firme, el relato se cargará entonces de subrayados comentarios éticos y morales, puestos en boca de quienes necesitaron romper todas las leyes para hacer cumplir algunas. Una contradicción que esta película, a diferencia de otras, no alcanza a justificar, para acabar siendo una de muy buenos contra muy malos, que es como suelen ver al mundo por allá al Norte.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
martes, 15 de enero de 2013
CUENTO - Uncertain regard
La primera vez que lo vi,
Marcos se sacaba los mocos con las uñas, para después quedarse un rato largo orbitando
con su cabeza alrededor de la punta del dedo, como queriendo estudiar de
memoria cada detalle desde todos los ángulos posibles. Al mismo tiempo movía
los labios como si hablara consigo mismo, haciendo un dictado mental de vaya a
saber qué conclusiones, y cuando se cansaba pegaba el moco en el guardapolvo del
chico que tuviera la desgracia de sentarse delante, con tanto cuidado que las
víctimas nunca se daban cuenta. Enseguida se sacaba otro y de nuevo lo mismo: los
demás terminaban el día con la ropa llena de Marcos. Desde entonces me senté junto
a él, nunca adelante. Tardamos en llevarnos bien, sin embargo, aunque ya no nos
veamos, admito con pena que es el más viejo de los amigos que tengo.
Cuando empecé a
compartir banco con él lo hice sobre todo por el asco que me daba su costumbre,
más que para evitar ser blanco de sus pegotes. Yo había aprendido viendo
películas que cuando la cámara se concentra en lo profundo del plano, lo que
está adelante se vuelve neblinoso, fantasmal, hasta que los detalles
desaparecen como si se mirara a través de ellos. Marcos de veras me daba asco y
creí que la mejor forma de evitarlo era tenerlo tan cerca que la proximidad me
esfumara los detalles de su rutina. El truco no funcionó, pero por los motivos
equivocados. Al principio llegué a perderlo de vista y casi no me daba cuenta
cuando se escarbaba la nariz, pero no tardó en distraerme su voz. Es que no
movía la boca de manera silenciosa tal como yo creía, sino que realmente
hablaba. Lo hacía bajito, casi no se lo sentía; de hecho no recuerdo que la
señorita Lenora le llamara la atención por hablar en clase. Ni por hablar ni
por sacarse los mocos, ni por pegárselos en el pelo a las nenas de los pupitres
que estaban delante nuestro: nunca jamás le llamó la atención. Pero junto a él,
en el silencio de la clase, no había forma de evitar su canturreo insonorizado.
Pensé que le hablaba a los mocos, que les contaba historias o que sostenía
conversaciones con ellos: supuse que se trataba de una versión pretenciosa del
amigo invisible y me dio un poco de risa. No mucho, la verdad me asustó. Pero a
mí sí me retó la señorita Lenora y me mandó a escribir diez hojas de “no debo
reírme en clase mientras la señorita Lenora explica las vocales abiertas y las vocales
cerradas”.
Al principio hablábamos
solamente durante los recreos. Un poco porque yo siempre fui alumno aplicado, y
otro porque las clases eran el momento reservado a su ritual. Nuestros temas
tampoco eran muchos. Yo le hablaba bastante de las películas que veía los
sábados por televisión y a veces en el cine. Él casi no miraba películas. Su
papá prefería el fútbol y su madre, las novelas. Pero nunca hablábamos de los
mocos. Hasta que un día le pregunté qué es lo que hacía con ellos, por qué les
hablaba. Marcos se encogió de hombros. Mirando para otro lado dijo que él no
hablaba con los mocos. Recuerdo que lo miré un rato esperando que se le
escapara una sonrisa de los ojos. No dijo nada más. Yo insistí. Le dije que no
mintiera, que lo escuchaba todo el tiempo hablarle a los mocos y que también lo
había visto pegoteándole las trenzas rubias a Meliana. Sobre todo insistí en
que lo había escuchado perfectamente hablándole a los mocos. Entonces,
torciendo un poco la boca, reconoció que hablaba. Pero de ninguna manera aceptó
que fuera “con” los mocos, sino que hablaba “de” los mocos. Eso dijo. Me lo
quedé mirando de nuevo. Cuando notó mi ausencia, se metió el dedo en la nariz,
sacó un moco y lo puso justo frente a mis ojos.
- ¿Qué ves?
- Un moco -le dije
corriendo un poco la cara, tratando de que no notara las arcadas.
- Sí, un moco. Pero
todos son distintos.
Mantenía la mano frente
a mi cara con el índice apuntando al cielo, exhibiendo el moco en un gesto que
tenía algo de amenazante. Le pregunté qué era lo que veía, más para que lo
sacara de mi vista que para saber qué cosa encontraba de interesante en esa
pasta aprisionada entre el filo de la uña y la carne del dedo. El truco
funcionó: Marcos acercó el moco a su propia cara y mientras lo sondeaba comenzó
a hablar. Algunas de las palabras que usó las escuché esa mañana por primera
vez en mi vida.
Describió ese moco
durante los casi diez minutos que quedaban de recreo. Después lo amasó en una
bolita y la catapultó con la punta del dedo hacia el pelo de un nene más grande
que justo pasaba por ahí. Sin pensar le pregunté si quería venir al cine el fin
de semana. Aceptó, pero con cara de que en realidad la cosa no le interesaba
demasiado. Se sacó otro moco y empezó a hablar de las pizzas de muzzarella y del
color de los ojos de su abuela.
Sentí gran alegría
cuando sus padres lo dejaron venir. Los míos tuvieron que insistir bastante,
pero un sábado a la tarde estábamos ocupando cuatro butacas justo en el centro de
la primera fila del pullman, en el primer piso de la sala, que era el lugar exacto
donde obligaba a mis padres a sentarnos (para ello los hacía ir temprano a
hacer la cola: nunca soporté ver cine de costado o desde abajo, donde las
diagonales distorsionan el punto de vista que el director imaginó durante el
rodaje. Todo tiene sentido en las películas, incluso –sobre todo- esa incierta
mirada que va formando el relato). Todavía me acuerdo bien de lo que
proyectaron esa vez, aunque Marcos se la pasó todo el tiempo cuchicheando en la
butaca de al lado. Era la historia de una logia secreta cuyos miembros, hombres
de ciencia, se imponen la tarea de educar a un grupo de huérfanos hasta
convertirlos en perfectos caballeros, para hacerlos pasar por jóvenes de buen
linaje e infiltrar así lo más selecto de la alta sociedad de la Europa
victoriana. Aunque no contaré el final, diré que me pareció una versión
interesante de una vieja paranoia muy en boga.
Tras el cine fuimos a
tomar chocolate con churros, pero cuando quise comentar la película, costumbre
que también había impuesto a mis padres después de cada salida, casi no pude
decir palabra. Marcos estaba maravillado con el corto que habían pasado antes
de la proyección principal. Era un noticiero que contaba de manera subrayada
las aventuras de un tipo dedicado a escarbar la tierra y sacar conclusiones
acerca del pasado, de acuerdo a las diferencias que iba encontrando en la
composición de las capas de suelo a medida que iba penetrando en él. Yo no
recordaba demasiado de aquel corto y Marcos acaparó la atención durante toda la
merienda. Mis padres se miraban de reojo y sonreían, encantados con las derivaciones
absurdas que mi amigo iba exponiendo a partir de la historia de ese hombre que
se enterraba, con la misma pasión que él ponía al sacarse los mocos. Lla
memoria volvió a retorcerme el estómago.
Vimos varias películas pero
nunca nos gustaba lo mismo. De a poco dejamos de compartir cosas y el cine fue
lo primero que resignamos, tal era la distancia entre nuestras miradas. (Aunque
en el fondo lo que más me molestaba era que hablara durante las proyecciones.) La
última vez que fuimos juntos nada había cambiado.
Cuando Marcos me llamó
para invitarme de nuevo, yo seguía yendo al cine al menos una vez por semana. Hacía
varios años que habíamos terminado la escuela, cada uno se encontraba avanzando
en su propia carrera, y el recuerdo hizo que la invitación me causara
desconfianza. Él debe haberlo notado, porque enseguida argumentó que al fin
había encontrado su lugar en el mundo dentro del cine. Esa sola revelación me
sonó tan meritoria que consiguió desmantelar mis prevenciones y abonar mi
curiosidad.
Nos encontramos ese
mismo fin de semana en la puerta del cine. Llegué apenas 5 minutos antes de que
comenzara la proyección. El tiempo no lo había cambiado mucho, excepto que
ahora se dejaba unas patillas y un bigote abundante que parecía salirle de la
nariz para montarse sobre su labio superior.
El cine estaba sobre la
peatonal y tenía su entrada cavada entre una casa de cambio y un café que ya
entonces era antiguo. Ninguna persona decente hubiera adivinado que allí había
un cine. Como Marcos había llegado un rato antes para sacar las entradas, tras bajar
por una escalera angosta pasamos directo a la sala, que no era grande, ni
cómoda, ni concurrida. En apariencia era el típico antro de cine arte, donde
cada espectador consume el tiempo previo más pendiente de sí mismo que de los
habitantes de las butacas vecinas. Induje a Marcos sin demasiado esfuerzo a
ocupar el centro de la sala.
Cuando las luces se
apagaron me recosté en mi asiento y de inmediato me impactaron los títulos
corriendo al revés sobre una serie de imágenes urbanas de textura casi
documental, musicalizadas con algo que mi ignorancia sólo me permite definir
como pop fusión. Los nombres de los actores me confirmaron que se trataba de
cine independiente europeo: Svetlana Busetic, Lebón d’Age, Dick Enbutt, Ann
O’Forced y Sel Lancômme.
La historia no era
compleja. Tres estudiantes de vacaciones, dos chicas y un muchacho, llegan a
una posada atendida por una mujer de aspecto severo, y se ven obligados a
hospedarse todos en la misma habitación, debido a que la capacidad hotelera de
la villa se encuentra superada por la celebración de las fiestas comunales. Un
extraño huésped les informa durante la cena que dicho festejo es una suerte de
bacanal, que por la descripción resulta muy similar a nuestro carnaval. Las
primeras escenas dejaban en claro que el director debía tener experiencia en el
campo del video arte experimental y que, a partir de la diferencia de registros
dramáticos, había asumido el riesgo de conformar un elenco mixto que combinaba el
trabajo de actores profesionales con amateurs. Mientras Bucetic y d’Age se
lucían en sus roles de estudiante tímida pero curiosa la primera, y como ruda
anfitriona la otra, Lancômme sobreactuaba los amaneramientos aristocráticos de
su huésped misterioso, en tanto la interpretación de O’Forced asumía riesgos
con imprudencia y Enbutt aportaba la venalidad necesaria para hacer admisibles las
escenas más explícitas.
El andamiaje narrativo
hacía coincidir los tres niveles de la posada (las habitaciones en el primer
piso, el lobby y el sótano), con los tres niveles de conciencia de la teoría
psicoanalítica. Estructurado de ese modo, el nivel superior era el espacio
destinado a la fantasía superyoica, en cuyas escenas por lo general tomaban
parte Enbutt y O’Forced, aunque a veces también se sumaba la exquisita Bucetic,
quien invariablemente daba a cada uno de los planos en los que participaba una
profundidad que los espectadores agradecían incluso corporalmente. Recién ahí
comencé a sospechar que cierto movimiento era actuado en la misma sala, como si
la vitalidad de lo proyectado desbordara la pantalla hacia la platea. Esa
pequeña dispersión me reveló también que Marcos, hundido en su butaca, no había
perdido la vieja costumbre de hablar en el cine. Traté de olvidar.
El lobby del hostal correspondía, en tanto, a
un espacio social represivo en donde la norma sometía a los personajes a
diversos juegos de tensión que, de una forma u otra, los remitía a actuar en
los otros dos niveles aquello que allí se refrenaba. Estaba claro que se
trataba del ámbito regido por el Yo. Eso me llevó a repensar el concepto de tabú
y en cómo las sociedades occidentales, sobre todo europeas (que era el caso),
se obligan a sí mismas a fragmentar la existencia en compartimentos estancos.
Una rigidez que, era evidente, esta película venía a criticar. Y por fin el
subsuelo: soterrado, oculto, ese era el territorio del Ello, donde operaba lo
indecible pero secretamente deseado. Ahí, Lebón d’Age y Lancômme sometían a Bucetic
a perversas prácticas que, sin embargo, todos parecían disfrutar. Ya no cabían
dudas de que la clave se hallaba en el personaje de Bucetic. Como Odiseo, era
la única pasajera capaz de transitar el escenario completo, los tres niveles de
esa posada. De su equilibrio dependía, en definitiva, que el relato no acabara
en tragedia. Ella era el cordero que se entrega a sí mismo en sacrificio.
Estaba en eso cuando
escuche aquella palabra y fue como un salto hacia afuera. En voz muy baja, como
siempre, Marcos hablaba y entonces, inflamado de curiosidad, ya no pude evitar
girar la cabeza para verlo. Desde el fondo de su butaca, el mayor de sus dedos
señalaba al cielo sosteniendo en la punta un moco como de cera aún tibia y,
entre espasmos, no dejaba de pronunciar esa misma palabra que enseguida creí
recordar. Yo lo escuchaba absorto: había olvidado por completo la película y de
hecho no recuerdo el final. Él en cambio no le sacaba los ojos a la pantalla y
yo no se los sacaba a él, a la punta brillosa de su dedo que de golpe se me
venía encima. Casi acostado en el aire, Marcos repetía como un mantra, muy
bajito, “¿Quevés? ¿Quevés?”, y yo “Un moco, un moco”, mientras intentaba
moverme hacia atrás sin conseguirlo. Recién cuando la punta de su dedo estuvo una
vez más justo delante de mi vista pude escuchar la pregunta con claridad.
“¿Querés?”
Cerré los ojos.
Como una marioneta a la
que de golpe le cortaran los cables, giré sobre mi asiento y me vacié encima de
la hilera de butacas que tenía a mis espaldas. Cuando volví a mirar, aún sin
haber recuperado el ritmo normal de la respiración, Marcos se limpiaba el moco
en el guardapolvo del compañero de adelante.
Cuento publicado originalmente por GrupoKane, en su antología digital Nuestra última película.
Cuento publicado originalmente por GrupoKane, en su antología digital Nuestra última película.
domingo, 13 de enero de 2013
LA COLUMNA TORCIDA - Como un pez mítico
El celacanto es un pez, aunque quizá sea conveniente conjugar en pasado al verbo ser. Para quien no lo sabe, se trata de una especie marina de origen prehistórico que se creía extinta hace millones de años, pero de la cual durante el siglo XX comenzaron a encontrarse unos cuantos ejemplares con vida aquí y allá. Para sorpresa del mundo científico y maravilla de los niños del mundo, el celacanto estaba vivo.
Es extraño el celacanto, pues representa una especie única de pez cuyas aletas lobuladas no son otra cosa que una malformación que, con los años (millones de ellos), acabarían por ser las patas que con tanta elegancia saben portar los mamíferos y otras especies de la aristocracia animal. En cambio el celacanto es apenas una módica aberración prehistórica, cuya monstruosidad surge de su propia hibridez. Igual que mi abuelo, que en Buenos Aires parecía hablar en italiano, pero cuando viajaba a su tierra natal era acusado de hacerlo en español. La inmigración (que como los procesos evolutivos siempre tiene algo de adaptación al medio ambiente) también había convertido a su lengua en algo monstruoso. Pero no hablemos de mi abuelo.
Aunque los celacantos encontrados ya suman unas cuantas decenas desde que en 1938 un desinformado pescador sacara del agua al primero, en el estuario de un río del sur de África, su existencia continua siendo más un mito que otra cosa. No más que una leyenda de marineros que, como todo el mundo sabe, son una raza que suele propender a la exageración, la fantasía y, por qué no, a la fabulación más absoluta, igual que los taxistas. Miren sino a Joseph Conrad, que fue marino antes que escritor aunque, es verdad, nunca chofer de taxi.
A partir de todo esto es posible decir que aquellos que alguna vez atraparon un celacanto entre sus redes, han sido por demás afortunados. Pero no más que otros: los que alcanzaron a distinguir un ser abominable entre las nevadas himalayas; los que han visto el largo cuello de una bestia agitar la superficie del agua de un lago escocés; o quienes aseguran haber reconocido el amor en los ojos de alguien más. No a todo el mundo le ocurren cosas así. Hay que tener mucha suerte.
Para ver otras Columnas Torcidas, haga click acá.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiemp Argentino.
lunes, 7 de enero de 2013
LIBROS - "Artistas criminales, Historias de genios sin ley", de Marcos Mayer: La escena del crimen
Encontrar cuál es el detalle que separa a la raza humana del mundo
animal es una pregunta que se ha convertido en una obsesión histórica.
Algunos afirman que el lenguaje, la risa o el llanto son buenas
respuestas para ella. Otros, más arriesgados, creen que es la
conciencia, el alma o las recetas de cocina lo que pone al hombre por
encima de las bestias. Lo cierto es que ya hay una respuesta en la misma
pregunta y que quizás aquella diferencia se encuentra justamente en la
capacidad del hombre de hacerse preguntas, un deseo irrefrenable por el
conocimiento. Para quienes adscriben a esa teoría, sin dudas todo en la
vida del ser humano y en la historia de la humanidad puede reducirse a
esa necesidad de saberlo todo y de preguntarse acerca de ello. Un buen
ejemplo para demostrar la teoría puede ser el éxito de la literatura
policial. ¿De qué se tratan los policiales sino de la necesidad de
descubrir la verdad detrás de un enigma? Lo dicho: las preguntas
convierten al hombre en una raza distinta y aparte del reino animal. Sin
embargo, toda hipótesis tiene sus enemigos. Y quienes en este caso
tienen algo para decir, son los fanáticos del género policial. Ellos
creen que los policiales sugieren una nueva respuesta a la pregunta
original pero, a la vez, aportan una contraprueba acerca de la distancia
entre hombres y animales. Por un lado, dicen que la diferencia está
dada por la capacidad humana de delinquir, pero que a la vez el crimen
demuestra que tal vez los hombres no se encuentren tan lejos de las
bestias. Como puede comprobarse, hay preguntas para las que quizás nunca
haya una respuesta definitiva.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Interesado en las preguntas tanto como por las respuestas, pero
también en la literatura policial y sus diferentes avatares, el escritor
y periodista Marcos Mayer indagó el mundo del crimen desde un lugar
diferente en su libro Artistas criminales. Historias de genios sin ley.
Se trata de una colección de historias acerca de artistas que por
diferentes causas acabaron por cruzar la delgada línea que convierte a
un hombre común en criminal. El libro recoge la figura de artistas cuyos
casos y delitos son bien conocidos, como los del Marqués de Sade o
Charles Mason, pero también la de nombres que habitualmente no son
asociados al crimen, como Daniel Dafoe o Norman Mailer, o que
directamente son muy poco conocidos, pero cuyos crímenes impactan, como
el Issei Sagawa o Richard Dadd. La lista es larga e incluye otros
nombres insignes como los del escritor beat William Burroughs, Jean
Genet o el filósofo Louis Althusser. Los textos de Mayer sobre ellos
tienen una intensidad que sin dudas atrapará al lector ávido del género
policial, pero también a cualquier otro cuyo motor sea el mundo de los
artistas o, directamente, la simple curiosidad. Una confirmación de que
el crimen y las preguntas hacen de todos los hombres el hombre
"Yo quería hacer un texto narrativo y me parece que el libro tiene
más que ver con cierta clase de folletín", afirma Mayer sobre Artistas
criminales. "Si tengo que colocarlo en algún lado es en esa zona del
folletín un poco truculento del siglo XIX. Más Borges, porque para todos
nosotros está su sombra. Lo que yo busqué es mezclar una cosa más
popular con algo más culto, aunque dicho así suena un poco pedante. Pero
en lo general fue tratar de hacer un texto narrativo, que es algo que
hasta ahora no había intentado", concluye el autor.
–¿El libro nace entonces del cruce de lo policial como popular, con los artistas como élite cultural?
–No sólo eso, sino como el relato del crimen, que suele pertenecer
al mundo de los relatos populares, con cierta búsqueda de interpretación
de la obra de arte en relación con el crimen. No es que coloque al arte
en la zona de "lo culto" y el crimen del lado de lo popular, sino que
me refiero a esa doble búsqueda de narrar e interpretar.
–En el arte, la transgresión es muchas veces un objetivo. ¿Ese
camino de transgresión de las leyes del arte puede facilitar el camino
de la transgresión de la ley civil?
–Creo que no. Hay artistas fantásticos a los cuales no les interesa
transgredir. Tampoco sé hasta qué punto el crimen es siempre una
transgresión. Me parece que en estas historias había la búsqueda de una
identidad antes que la transgresión de una ley. Hay casos de quienes se
hicieron artistas luego de cometer su crimen, en los que el crimen los
hace ser otros. Ese deseo de ser otro aparece todo el tiempo. Si uno
puede establecer un paralelismo entre el crimen y el arte, es que ambos
te permiten ser otro que aquel que tenías destinado ser. Lo de la
transgresión es relativo: acá hay personajes que matan o roban un poco
porque sí.
–Mencionás la popularidad del policial como género, pero también la
que alcanzan algunos criminales cuando sus delitos cobran difusión y
mucha gente se vuelve fanática de ellos, como Ted Bundy o Jeffry Dahmer
en EE UU, o el odontólogo Barreda acá en la Argentina. ¿Esa fascinación
que causa el criminal es parte necesaria para que un libro como el tuyo
sea posible?
–Supongo en tal caso que esa fascinación se ha cumplido primero en
mí: hay una fascinación que ejercen estos tipos. Y sobre los que no
alcanzaron a fascinarme no escribí nada. Existe esa fascinación que te
lleva a preguntarte cómo esta mujer o este tipo llegaron a cruzar este
límite. A mí, por ejemplo, este caso del tipo que se casa con la gemela
de la mujer que mató me da ganas de escribir algo; no sé qué, una
historia. Algo. Pero el relato policial tiene otras cosas, que tienen
que ver con una búsqueda del saber. Eso es lo que hay tras la
indagación, detrás del "¿quién lo hizo?".
–¿Creés que tu libro traslada esa fascinación al lector?
–Espero que sí, aunque no estoy muy seguro de que eso vaya a
suceder. Pero he hecho todo lo posible por seducir a los lectores,
siguiendo las líneas de lo que a mí me interesaba y de lo que a mí me
sorprendía de estas historias. Por ejemplo, fue una sorpresa enterarme
de que la banda de rock inglesa Kasabian se puso ese nombre por el
apellido de una de las chicas del clan de Charles Manson. Esas cosas me
resultan llamativas. O el caso del pintor Richard Dadd, que compra las
herramientas precisas con las que luego mata a su padre, ni una más ni
una menos. Hay algo en ese grado de locura, si querés (aunque no es la
palabra exacta), que son zonas en las que me gusta indagar.
–El caso de Kasabian que mencionas, o el de Marilyn Manson, pueden
ser una prueba de lo arraigado que se encuentra en la cultura popular el
relato policial.
–Te diría que el rock trabaja sobre ese límite. Yo he encontrado
tres o cuatro conexiones. Por ejemplo, el tema que los Rolling Stones le
dedican a Issei Sagawa; esta cosa de lo demoníaco que los Rolling mismo
han encarnado. No está para ponerse Manson así nomás, no es un
estandarte que uno levanta fácilmente. Me parece que el rock captó todo
eso porque ahí también hay un arsenal de leyendas y construcción posible
de un relato distinto, que yo creo que no se terminó de concretar. Esa
cosa de trabajar con el horror. Creo que hay una búsqueda del rock en
ese sentido que normalmente se detiene, y creo que es porque el rock
terminó entregando las banderas.
–Recién usaste la palabra seducir, y dentro del libro el crimen
aparece muchas veces si no como seducción, como un elemento cercano al
erotismo. Es muy claro en el relato de Leadbelly, cuando dice que
prefiere los puñales a las armas de fuego, por la capacidad del arma
blanca de penetrar y sentir el cuerpo ajeno.
–No lo había pensado mucho en ese caso, aunque tenés razón. Sí armé
un capítulo aparte con los casos de quienes matan o intentan matar a
sus esposas, porque me pareció que había una zona que era diferente a
las otras. También fue la zona que más me pudrió la cabeza a la hora de
escribir.
–Es curiosa la inclusión en el libro de la historia de Charles
Manson, porque resulta difícil tomarlo seriamente como artista. ¿Creés
que tu libro por un lado pone en cuestión el concepto de crimen, pero
también el concepto de artista?
–Cuando me puse a investigar a Manson me llamó la atención
enterarme de que fuera (o pretendiera ser) cantante y escuchar por
Internet algunos de los discos que grabó en la cárcel, y me pareció que
había un vínculo, sobre todo por el lado del rock. Y Manson me sirvió
para indagar en eso. No sé… Para mí, Caravaggio fue un artista enorme,
haya matado o no. Eso me llevó incluso a sentirme injusto con él, porque
es tan grande como artista que, de última, pasados los siglos, que haya
acuchillado a un par de tipos es absolutamente secundario. Creo que hay
grandes artistas cuyos crímenes echan luz sobre la naturaleza del
crimen, donde se juega esto que vos decís de lo erótico, pero también un
proceso personal. Vos sos otro después de haber cometido un crimen y ya
no tenés retroceso. Lo mismo pasa cuando pintás ciertos cuadros o
escribís ciertos libros: después ya no podés volver atrás.
–En Artistas criminales hay una falta de juicios morales, evidente
en el hecho de colocar juntos y sin discriminar a Daniel Dafoe, cuyo
delito era el de escaparle a los acreedores, junto a Sagawa que mató y
se comió a una compañera de universidad.
–En el caso de Sagawa, comérsela también tenía un componente
erótico. Traté de que el libro no tuviera condenas morales. Me parece
que ni el crimen invalida la obra ni, como en el caso de Genet, la
justifica. Son dos búsquedas distintas que coinciden en algunas
personas. Sería insospechado que Borges siquiera intentase robar una
servilleta en un restaurant, sin embargo él sí trabajó mucho para ser
otro desde la literatura. Pero en los casos abordados en el libro, son
todos artistas, personas que le escapan al mandato de lo que se espera
de ellos, de ser siempre los mismos.Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
domingo, 6 de enero de 2013
CINE - ¡Malditos sean!: Entrevista con los directores Demián Rugna y Fabián Forte
Ningún proceso es inmediato: todos atraviesan períodos de
gestación y crecimiento antes de alcanzar la madurez. A la luz del tiempo
pasado, sus estructuras puede distinguirse con bastante claridad, pero la cosa
no es tan sencilla con un proceso aún en desarrollo: la contemporaneidad se
vuelve una dificultad extra. Un ejemplo dentro del cine nacional es el llamado
Nuevo Cine Argentino (NCA). Surgido a mediados de los 90, el NCA maduró rápido.
Ya en sus primeros años dio muestras de madurez: La ciénaga (2001) de Lucrecia
Martel; Un oso rojo (2002) de Adrián Caetano; El Bonaerense (2002) de Pablo
Trapero o Los Muertos (2004) de Lisandro Alonso marcaron un piso alto para toda
una generación de directores cuyo mérito ha sido más reconocido (con
excepciones destacadas) en los festivales de cine más importantes del mundo,
que en las salas de su propio país. Hoy el NCA se encuentra en plena etapa de
mutación: el advenimiento de Mariano Llinas y sus Historias extraordinarias
(2008), significó una especie de certificado de defunción para esa primera
etapa y una nueva camada de directores (Santiago Mitre, Alejandro Fadel,
Gabriel Medina, Nicolás Prividera) renueva y desafía aquella etiqueta.
Pero hay otro caso tan rico, significativo e incluso
contemporáneo al NCA, cuyos tiempos de maduración han sido muy distintos. Se
trata de lo que recién ahora puede rotularse como Cine Independiente Fantástico
Argentino (CIFA, oportuno bautismo realizado públicamente por el cineasta
Esteban Rojas), que luego de casi 15 años recién está comenzando a salir de su
etapa de gestación. Si hubiera que definir qué es el CIFA, habría que decir que
se trata de un cine producido de manera casi personal, con vocación por el
impacto (sea a través del horror, la violencia, la risa o la combinación de
todos) y que toma como escuela inspiradora el cine fantástico realizado por
artistas “independientes” norteamericanos en las décadas del 70 y del 80, como
Carpenter, Romero, Craven, Raimi o Barker. Pero también el de otros como
Tarantino y Robert Rodríguez, que supieron revisitar aquellos años antes que
ellos. De origen y vocación marginal, puede decirse que el CIFA comenzó con el
rodaje en video de Plaga Zombie a mediados de los 90 por las calles de Haedo, pero que los primeros
resultados notables de esta movida recién pudieron verse abiertamente durante
2012. Los premios obtenidos en las últimas ediciones del Festival de Cine de
Mar del Plata por Diablo, de Nicanor Loreti, y Hermanos de sangre,de Daniel de la Vega, mostraron que la semilla comenzaba a dar sus primeros
frutos maduros. En esa misma línea, la primera semana de 2013 trae a las
carteleras porteñas la tercera pata necesaria para sostener el andamiaje del
CIFA con firmeza.
Se trata de ¡Malditos sean!, trabajo firmado a cuatromanos por Fabián Forte y Demián Rugna, dos históricos activistas del cine
fantástico argentino, que comenzaron su carrera como cineastas mucho antes de
saberlo, sentados frente a la tele viendo películas viejas los sábados a la
tarde. Su película es casi un milagro: rodada en 16 días repartidos entre los
veranos de 2008, 2009 y 2010, tiene una calidad visual y artística de un nivel
comparable al de cualquier producto del cine independiente norteamericano. En
ella se entrelazan tres historias que tienen su origen en 1979, cuando un grupo
de tareas entra en una casa derruida a buscar a un hombre que termina siendo un
brujo sumamente sobrenaturalmente poderoso y diabólico. Sí: los ecos de la
Dictadura y de López Rega resuenan en el comienzo de ¡Malditos sean!,
pero no se trata de una película política. La ideología de Rugna y Forte es la
del cine como entretenimiento y para conseguir su objetivo no desprecian ningún
recurso. Asustan, espantan, sorprenden; provocan risa, estupefacción y no
faltará quién se pregunte “¿por qué?” más de una vez. Todo eso, incluso la
pregunta, forma parte de lo que los directores buscaron causar en su público:
la sorpresa de ver una dignísima película de terror (aunque ¡Malditos sean! excede esa única
etiqueta) que habla como y de los argentinos.
“El génesis de la película en 2007 se dio en un momento en el que era muy
difícil que el INCAA o un productor se jueguen por una película de género”,
afirma Demián Rugna. “¡Malditos sean!
es el resultado de nuestra imposibilidad como realizadores de hacer esa
película. Desde entonces pasaron 5 años en los que vimos el progreso de las
películas argentinas de género y que ha habido un cambio de mentalidad en el
INCAA. Hoy que estrenamos la película en 2013 estamos en otro terreno que
cuando la empezamos”, completa el director.
-Digamos
que en el origen hay una forma de pensar la producción del cine en la Argentina
de un modo realmente independiente.
FabianForte -Sí. Incluso los guiones se pensaron a partir de las locaciones que
teníamos, los actores con los que contábamos. Las historias se escribieron
pensando en nuestras posibilidades económicas y contando sólo con los elementos
que teníamos a mano.
-Además
¡Malditos sean! reúne en su
equipo técnico y artístico nombres que después comenzaron a participar de otros
proyectos que sí pasaron por el INCAA exitosamente.
FF -Sí,
y de hecho hay actores que fueron contratados por Pol-Ka a través de trailers
de nuestra película. ¡Malditos sean!
fue para muchos un punto de partida desde el cual comenzaron a conseguir más y
mejores trabajos.
Demián
Rugna -Fijate que Victoria Almeida vino a hacer el casting para la película en
2007…
FF -Y
hoy fue coprotagonista en la novela Lobo
y protagonizó Las Criadas en
el teatro Alvear junto a Marilú Marini. Fueron 5 años en los que muchos
crecieron.
DR -Menos
nosotros.
FF -No
digo que haya sido por ¡Malditos sean!,
sino que es una película que se popularizó mucho de manera marginal. Pero para
nosotros es muy importante poder estrenarla oficialmente en nuestro país.
-A
pesar de haber sido hecha con el límite de las posibilidades del propio
bolsillo como tope, la película no tiene nada que envidiarle a otras que si
pasaron por INCAA e incluso muchas películas extranjeras.
FF -Yo
trabajé como asistente en Diablo
y es una película que se resolvió en dos o tres locaciones, mucho menos
compleja de hacer desde la producción que ¡Malditos
sean! Si la hubiéramos presentado al Instituto no sé si contaría con
los recursos narrativos, de puestas de cámara que tiene.
DR -
Fue más un desafío nuestro que se nota más en el tercer cuento, porque es una
historia de época, utilizando locaciones recontra complejas. Hasta tuvimos que
empujar un auto que encontramos abandonado en la calle. Imaginate que la cámara
está prestada, igual que la mayoría de las luces. Sin esa energía no hubiéramos
conseguido este resultado. Hacer una película con esta calidad de producción y
en estas condiciones fue un desafío hacia nosotros mismos pero también, sin
vanagloriarnos, hacia todo el cine argentino. Ese fue nuestro motor.
FF -Es una película que se ve industrial y la hemos hecho con muy pocos recursos
monetarios.
-Resulta
atractivo que se permitieran, aunque no sea tema de fondo, jugar con momentos
históricos como la Dictadura, muy complejos de ser utilizados en una ficción fantástica
que incluye violencia explícita y humor negro.
DR -Quisimos mostrarle al cine argentino que se puede hacer algo con contenido
social y a la vez nuestro, desde el género fantástico. Es una declaración de
principios, parte de ese desafió, como diciendo “anímense”. Anímense: INCAA,
productores, directores. Tenemos mucho terror en la Argentina para mostrar.
-Pero
al mismo tiempo el cine fantástico argentino casi no existe.
DR -Es que se lo relegó durante muchos años y se le cedió ese terreno al cine
norteamericano. Hoy al espectador argentino le cuesta ver películas donde hay
monstruos, donde hay ciencia ficción y hablada en castellano…
-Hablada
en argentino sobre todo.
DR -Exacto, porque hasta se acostumbraron a ver las películas españolas como Rec. Y ¡Malditos sean! no sólo es una película argentina, sino que
habla de temas argentinos. Temas que ya abordaron otras películas, pero nunca
de esta forma. También es cierto que no se profundiza en esos temas, sino que
son un marco para el relato. Además nuestra toma de posición no es política
sino estética, frente al tipo de cine que se hace en la Argentina.
-¿Cuál
es la dificultad de hacer una película de monstruos acá?
DR -A mí el monstruo del episodio final me simpatiza mucho, no sólo por lo técnico,
sino porque ese monstruo son los milicos. ¡Pero aun así es menos malo que los
milicos del grupo de tareas a los que se termina enfrentando!
FF -El otro día nos preguntábamos hace cuánto tiempo que no se estrena
comercialmente una película de monstruos argentina. ¿Cuál fue la última?
DR -Ya el hecho de tener que pensarlo indica que fue hace mucho. Porque haber hubo
un montón, pero ninguna tuvo estreno comercial.
-Supongo
que habría que ir hasta Ibáñez Menta.
DR -Habría que ver, porque estamos hablando de un monstruo y no de un tipo deforme.
FF-
Ese es uno de los elementos jugados de ¡Malditos
sean!: si vos querés hacer una película de terror seria, los efectos
tienen que ser buenos.
DR -Nuestra película es completamente jugada. Te podrá gustar o no, pero nadie
puede decir que no está bien hecha.
-¿Se
sienten parte de una movida?
FF -Seguro, hoy en día todos nos ayudamos mutuamente. En ¡Malditos! están los productores de la serie Daemonium; están Pablo Parés, la
gente de Farsa, Daniel de la Vega, todos dando una mano. Hay mucha camaradería.
Somos gente que pretendemos hacer cine para que la gente quiera ver películas
argentinas.
DR -Yo insisto en la idea de generar una industria cultural propia. Si viene una
película yanqui y llega con sus muñequitos, con sus figuritas: ¿por qué no podemos
hacer eso mismo acá? ¿Por qué todavía no hicimos El Eternauta? Si pensáramos el cine como industria ya
deberíamos ir por la sexta parte de El
Eternauta. Para encarar al cine como industria hay que generar una
verdadera industria cultural a través de las películas fantásticas, así como
los yanquis hicieron en los 80. Seguramente no llegaremos a ese punto, pero hay
que intentarlo, ¿no? Y lo vamos a hacer cada vez mejor. No se trata de ir en
contra del NCA, que es como se nos conoce afuera, sino de sumar una forma de
hacer cine que lleve espectadores a las salas.
-A
diferencia del NCA, que se caracteriza por su cercanía con la idea de cine como
arte burgués (palabras de Lucrecia Martel) y el auge de las universidades de
cine, el cine fantástico crece sobre todo a partir de gente que empezó en esto como
un oficio y terminan siendo directores por tracción.
DR -Yo comparo mucho al cine fantástico y de terror con el rock: tiene algo de
ghetto, algo de marginal, del arte por la catarsis que crece con las dificultades.
-¿Y
cuáles son sus próximos pasos?
DR -De hecho estamos buscando productores para hacer ¡Malditos sean 2! Vos
ponelo, por favor.
Glosario parcial para entender el horror
BARS: Festival Buenos Aires Rojo Sangre, primer y único
festival de cine fantástico y de género en la Argentina. Suele tener las
primicias de todo lo que se filma de manera independiente en la Argentina. Durante
2012 (año del fin del mundo) tuvo su edición número 13 (la desgracia).
Bogliano, Los: Hermanos. Adrián y Ramiro García Bogliano,
director y guionista, son de La Plata y una de las duplas más prolíficas del
cine fantástico argentino. Su debut Habitaciones para turistas (2004) es
un clásico y Sudor frío sin dudas la más vista (más de 100 mil
espectadores en 2010), pero no su mejor trabajo.
Cosa, La: Revista de cine fantástico fundada en 1995
por el hoy exitoso productor Axel Kuschevatzky. Comenzó con un estilo cercano a
la americana Fangoria, para ir derivando de a poco hacia el cine
mainstream. Durante años escribió ahí Nicanor Loreti.
De la Vega, Daniel: Director y camarógrafo. Firmó junto a
Pablo Parés el film Jennifer’s shadow (2004). Su filmografía se completa
con Death know your name (2007 – ver Inglés) y Hermanos de
Sangre (2012).
Diablo: Ganadora de la Competencia Argentina del
Festival internacional de Mar del Plata en 2011 y estrenada a fin de 2012.
Escrita y dirigida por Nicanor Loreti, cuenta en su equipo con Fabián Forte
como asistente de dirección y Daniel de la Vega en cámara. Aún en cartel.
Dying god: de Fabrice Lambot y actuación de Lance
Henriksen. Rodada en inglés pero elenco mixto, escrita por Nicanor Loreti y Germán Val, entre otros.
Farsa: Productora de cine fantástico de la Argentina, pero
sobre todo de Haedo. Se declaran creadores de la primera película de zombies
del país: Plaga zombie. Los directores Paulo Soria, Hernán Sáez y sobre
todo Pablo Parés, son algunos de los padres legítimos del CIFA.
Findling, Hernán: Productor de Diablo y Hermanos
de sangre. También de Visitante de invierno (2008). Dirigió además Director’s
cut (2006) y Breaking Nikki (2009 – ver Inglés).
Hermanos de sangre: Comedia negra dirigida por Daniel
de la Vega y escrita por Nicanor Loreti (junto a Martín Blousson y Germán Val).
Reciente ganadora de la competencia Argentina del Festival de Mar del Plata
2012. Fabián Forte tiene un pequeño papel.
Inglés: Muchas películas se filmaron en ese idioma con
actores argentinos, con la idea de venderlas a los EEUU. La más exitosa fue Deadline
(conocida como Interferencia), dirigida por Sergio Esquenazi. Deben
mencionarse The last gateway, de Rugna, y Death knows your name,
de Daniel de la Vega y guión de Rugna, todas de 2007, y Breaking Nikki
(2009) de Findling. Fabián Forte fue asistente de dirección en todas.
Jennifer’s shadow: Rodada en 2004 en la Argentina
pero en inglés. Dirigida por Pablo Parés y Daniel de la Vega, con actuaciones
de la gran Faye Dunaway y Duilio Marzio.
Loreti, Nicanor: Comenzó como periodista en la revista La
Cosa, donde fue jefe de redacción. Participó como actor en películas de
Farsa. Escribió y dirigió Diablo, además de participar como guionista de
Breaking Nikki (2009) y Hermanos de Sangre (2012).
Mondo Macabro: Video club especializado en los que solía
denominarse “Cine Bizarro”: artes marciales, monstruos del espacio, terror,
tetas y mucha Clase B. Lugar de encuentro de muchos que hoy son directores de
cine fantástico. Tras 20 años cerró sus puertas en 2011.
Parés, Pablo: Fundador de Farsa Producciones, creadores de
la fundacional saga Plaga Zombie. Director de más de diez películas y
series, entre las que se destacan Jennifer’s Shadow y la reciente e
impecable serie para internet Daemonium (ver en YouTube.com). Suele
dirigir con Hernán Sáez y Paulo Soria.
Plaga zombie: Saga de películas sobre muertos
vivientes. La primera se filmó en 1997 y es la piedra fundacional del CIFA. Sus
secuelas son Zona Mutante (2001) y Revolución tóxica (2011). Como
todas las películas de Farsa, sus protagonistas son Berta Muñiz y Walter
Cornás.
Repetidos: Pablo Isola, José Komesu, Mad Crampi,
Valentín Javier Diment, Christian Koruk, Rebeca Martínez, Laura Aguerrebehere,
Hernán Moyano, Simon Ratziel y Mariana
Ravioli son, en diferentes rubros, huéspedes habituales de los créditos de muchas
películas.
VideoFlims: Primera y única editora de DVD's y distribuidora de cine fantástico argentino.
Visitante de invierno: dirigida por Sergio Esquenazi.
Primera película de terror argentina estrenada con apoyo del INCAA en 20 años.
La anterior había sido Alguien te está mirando (1988). Fabián Forte fue
asistente de dirección.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.