lunes, 7 de enero de 2013

LIBROS - "Artistas criminales, Historias de genios sin ley", de Marcos Mayer: La escena del crimen

Encontrar cuál es el detalle que separa a la raza humana del mundo animal es una pregunta que se ha convertido en una obsesión histórica. Algunos afirman que el lenguaje, la risa o el llanto son buenas respuestas para ella. Otros, más arriesgados, creen que es la conciencia, el alma o las recetas de cocina lo que pone al hombre por encima de las bestias. Lo cierto es que ya hay una respuesta en la misma pregunta y que quizás aquella diferencia se encuentra justamente en la capacidad del hombre de hacerse preguntas, un deseo irrefrenable por el conocimiento. Para quienes adscriben a esa teoría, sin dudas todo en la vida del ser humano y en la historia de la humanidad puede reducirse a esa necesidad de saberlo todo y de preguntarse acerca de ello. Un buen ejemplo para demostrar la teoría puede ser el éxito de la literatura policial. ¿De qué se tratan los policiales sino de la necesidad de descubrir la verdad detrás de un enigma? Lo dicho: las preguntas convierten al hombre en una raza distinta y aparte del reino animal. Sin embargo, toda hipótesis tiene sus enemigos. Y quienes en este caso tienen algo para decir, son los fanáticos del género policial. Ellos creen que los policiales sugieren una nueva respuesta a la pregunta original pero, a la vez, aportan una contraprueba acerca de la distancia entre hombres y animales. Por un lado, dicen que la diferencia está dada por la capacidad humana de delinquir, pero que a la vez el crimen demuestra que tal vez los hombres no se encuentren tan lejos de las bestias. Como puede comprobarse, hay preguntas para las que quizás nunca haya una respuesta definitiva. 
Interesado en las preguntas tanto como por las respuestas, pero también en la literatura policial y sus diferentes avatares, el escritor y periodista Marcos Mayer indagó el mundo del crimen desde un lugar diferente en su libro Artistas criminales. Historias de genios sin ley. Se trata de una colección de historias acerca de artistas que por diferentes causas acabaron por cruzar la delgada línea que convierte a un hombre común en criminal. El libro recoge la figura de artistas cuyos casos y delitos son bien conocidos, como los del Marqués de Sade o Charles Mason, pero también la de nombres que habitualmente no son asociados al crimen, como Daniel Dafoe o Norman Mailer, o que directamente son muy poco conocidos, pero cuyos crímenes impactan, como el Issei Sagawa o Richard Dadd. La lista es larga e incluye otros nombres insignes como los del escritor beat William Burroughs, Jean Genet o el filósofo Louis Althusser. Los textos de Mayer sobre ellos tienen una intensidad que sin dudas atrapará al lector ávido del género policial, pero también a cualquier otro cuyo motor sea el mundo de los artistas o, directamente, la simple curiosidad. Una confirmación de que el crimen y las preguntas hacen de todos los hombres el hombre
"Yo quería hacer un texto narrativo y me parece que el libro tiene más que ver con cierta clase de folletín", afirma Mayer sobre Artistas criminales. "Si tengo que colocarlo en algún lado es en esa zona del folletín un poco truculento del siglo XIX. Más Borges, porque para todos nosotros está su sombra. Lo que yo busqué es mezclar una cosa más popular con algo más culto, aunque dicho así suena un poco pedante. Pero en lo general fue tratar de hacer un texto narrativo, que es algo que hasta ahora no había intentado", concluye el autor.
–¿El libro nace entonces del cruce de lo policial como popular, con los artistas como élite cultural?
–No sólo eso, sino como el relato del crimen, que suele pertenecer al mundo de los relatos populares, con cierta búsqueda de interpretación de la obra de arte en relación con el crimen. No es que coloque al arte en la zona de "lo culto" y el crimen del lado de lo popular, sino que me refiero a esa doble búsqueda de narrar e interpretar.
–En el arte, la transgresión es muchas veces un objetivo. ¿Ese camino de transgresión de las leyes del arte puede facilitar el camino de la transgresión de la ley civil?
–Creo que no. Hay artistas fantásticos a los cuales no les interesa transgredir. Tampoco sé hasta qué punto el crimen es siempre una transgresión. Me parece que en estas historias había la búsqueda de una identidad antes que la transgresión de una ley. Hay casos de quienes se hicieron artistas luego de cometer su crimen, en los que el crimen los hace ser otros. Ese deseo de ser otro aparece todo el tiempo. Si uno puede establecer un paralelismo entre el crimen y el arte, es que ambos te permiten ser otro que aquel que tenías destinado ser. Lo de la transgresión es relativo: acá hay personajes que matan o roban un poco porque sí.
–Mencionás la popularidad del policial como género, pero también la que alcanzan algunos criminales cuando sus delitos cobran difusión y mucha gente se vuelve fanática de ellos, como Ted Bundy o Jeffry Dahmer en EE UU, o el odontólogo Barreda acá en la Argentina. ¿Esa fascinación que causa el criminal es parte necesaria para que un libro como el tuyo sea posible?
–Supongo en tal caso que esa fascinación se ha cumplido primero en mí: hay una fascinación que ejercen estos tipos. Y sobre los que no alcanzaron a fascinarme no escribí nada. Existe esa fascinación que te lleva a preguntarte cómo esta mujer o este tipo llegaron a cruzar este límite. A mí, por ejemplo, este caso del tipo que se casa con la gemela de la mujer que mató me da ganas de escribir algo; no sé qué, una historia. Algo. Pero el relato policial tiene otras cosas, que tienen que ver con una búsqueda del saber. Eso es lo que hay tras la indagación, detrás del "¿quién lo hizo?". 
–¿Creés que tu libro traslada esa fascinación al lector? 
–Espero que sí, aunque no estoy muy seguro de que eso vaya a suceder. Pero he hecho todo lo posible por seducir a los lectores, siguiendo las líneas de lo que a mí me interesaba y de lo que a mí me sorprendía de estas historias. Por ejemplo, fue una sorpresa enterarme de que la banda de rock inglesa Kasabian se puso ese nombre por el apellido de una de las chicas del clan de Charles Manson. Esas cosas me resultan llamativas. O el caso del pintor Richard Dadd, que compra las herramientas precisas con las que luego mata a su padre, ni una más ni una menos. Hay algo en ese grado de locura, si querés (aunque no es la palabra exacta), que son zonas en las que me gusta indagar.
–El caso de Kasabian que mencionas, o el de Marilyn Manson, pueden ser una prueba de lo arraigado que se encuentra en la cultura popular el relato policial.
–Te diría que el rock trabaja sobre ese límite. Yo he encontrado tres o cuatro conexiones. Por ejemplo, el tema que los Rolling Stones le dedican a Issei Sagawa; esta cosa de lo demoníaco que los Rolling mismo han encarnado. No está para ponerse Manson así nomás, no es un estandarte que uno levanta fácilmente. Me parece que el rock captó todo eso porque ahí también hay un arsenal de leyendas y construcción posible de un relato distinto, que yo creo que no se terminó de concretar. Esa cosa de trabajar con el horror. Creo que hay una búsqueda del rock en ese sentido que normalmente se detiene, y creo que es porque el rock terminó entregando las banderas. 
–Recién usaste la palabra seducir, y dentro del libro el crimen aparece muchas veces si no como seducción, como un elemento cercano al erotismo. Es muy claro en el relato de Leadbelly, cuando dice que prefiere los puñales a las armas de fuego, por la capacidad del arma blanca de penetrar y sentir el cuerpo ajeno.
–No lo había pensado mucho en ese caso, aunque tenés razón. Sí armé un capítulo aparte con los casos de quienes matan o intentan matar a sus esposas, porque me pareció que había una zona que era diferente a las otras. También fue la zona que más me pudrió la cabeza a la hora de escribir. 
–Es curiosa la inclusión en el libro de la historia de Charles Manson, porque resulta difícil tomarlo seriamente como artista. ¿Creés que tu libro por un lado pone en cuestión el concepto de crimen, pero también el concepto de artista?
–Cuando me puse a investigar a Manson me llamó la atención enterarme de que fuera (o pretendiera ser) cantante y escuchar por Internet algunos de los discos que grabó en la cárcel, y me pareció que había un vínculo, sobre todo por el lado del rock. Y Manson me sirvió para indagar en eso. No sé… Para mí, Caravaggio fue un artista enorme, haya matado o no. Eso me llevó incluso a sentirme injusto con él, porque es tan grande como artista que, de última, pasados los siglos, que haya acuchillado a un par de tipos es absolutamente secundario. Creo que hay grandes artistas cuyos crímenes echan luz sobre la naturaleza del crimen, donde se juega esto que vos decís de lo erótico, pero también un proceso personal. Vos sos otro después de haber cometido un crimen y ya no tenés retroceso. Lo mismo pasa cuando pintás ciertos cuadros o escribís ciertos libros: después ya no podés volver atrás. 
–En Artistas criminales hay una falta de juicios morales, evidente en el hecho de colocar juntos y sin discriminar a Daniel Dafoe, cuyo delito era el de escaparle a los acreedores, junto a Sagawa que mató y se comió a una compañera de universidad.
–En el caso de Sagawa, comérsela también tenía un componente erótico. Traté de que el libro no tuviera condenas morales. Me parece que ni el crimen invalida la obra ni, como en el caso de Genet, la justifica. Son dos búsquedas distintas que coinciden en algunas personas. Sería insospechado que Borges siquiera intentase robar una servilleta en un restaurant, sin embargo él sí trabajó mucho para ser otro desde la literatura. Pero en los casos abordados en el libro, son todos artistas, personas que le escapan al mandato de lo que se espera de ellos, de ser siempre los mismos.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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