Entre los próceres más destacados de la historia de la literatura universal, entre los más queridos no sólo por su obra sino por el espíritu romántico, dolido y misterioso que habita en su leyenda, se encuentra el norteamericano Edgar Allan Poe. Notable cuentista con alma de poeta, Poe es virtual y unánimemente considerado el padre del cuento moderno, quien le dio el perfil definitivo que aun rige ese formato, y una referencia ineludible para todos aquellos que deseen atreverse al arte de contar historias. Tal vez sólo Anton Chejov, una figura de perfil menos popular, pueda ser considerado tan influyente como él entre sus colegas cuentistas.
Hace algunas semanas Edhasa lanzó una nueva reedición de los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe. Una noticia que casi no lo es: el mercado está atestado de diferentes versiones de los cuentos de Poe, más completos o menos completos, en ediciones baratas u otras más caras; grandes, chicos, medianos; tapa dura o tapa blanda. Sin embargo esta edición cuenta con un punto extra a favor, uno muy valioso e imposible de igualar: la traducción estuvo a cargo nada menos que de Julio Cortázar, uno de los escritores y cuentistas más importantes e influyentes de la literatura Argentina y Latinoamericana de todos los tiempos. Admirador de Poe en diferentes grados a lo largo de toda su vida, Cortázar realizó esta traducción durante 1953 en Italia y Francia, donde se había establecido algunos años antes. Como es sabido hoy en día a partir de diferentes ediciones póstumas (aunque el hecho puede ser entrevisto en algunos de sus cuentos, como “La salud de los enfermos” o “Cartas de mamá”), Cortázar era un ávido corresponsal y la distancia potenció su inclinación a sostener sus vínculos afectivos a través de las cartas. Recientemente publicadas, las Cartas de Julio Cortázar ocupan cinco volúmenes con más de 600 páginas cada uno, que ciertamente pueden ser leídos como una heterodoxa autobiografía. Lo interesante es que desde sus páginas también es posible tener algunos detalles del proceso de traducción llevado a cabo por él, en la omnipresente compañía de su esposa y hoy albacea universal, Aurora Bernárdez.
Como hacía con casi todo lo que le iba ocurriendo océano de por medio, Cortázar mantenía informados a los suyos a través de un flujo incesante de correspondencia. Entre esas noticias, el 10 de julio de 1953, el escritor le da la buena nueva a su amigo Eduardo Jonquières, uno de los destinatarios más frecuentes de sus primeros años en París. “Primero de todo el notición:” anuncia Cortázar sin disimular su emoción. “Puerto Rico ha aceptado mi enérgica propuesta para la traducción de Poe, y me paga 2.500 dólares.” La frase pinta un panorama muy completo de cuánto significaba para él ese proyecto: cuánto en lo literario, pero sobre todo cuánto significaba en lo económico. Basta recordar que por entonces Cortázar no era todavía el escritor consagrado tras la publicación de Rayuela, y se sostenía con su trabajo como speaker (locutor) de radio y con sus traducciones para la UNESCO. Tanto significaban tal cantidad de dólares, que le permitieron mudarse seis meses a Italia con Aurora, para dedicarse a la traducción a tiempo completo. “En octubre nos plantamos en Roma […] y nos quedamos a pasar el invierno y a traducir a Poe como dos enanos. ¿No te parece absolutamente genial?”, concluye con esperanzada alegría, pues ve en ese encargo una puerta de entrada a futuros trabajos. Un Cortázar al que, como a cualquier hijo de vecino, lo preocupa su situación económica y la continuidad laboral.
Tres meses después, le cuenta a Jonquières que ya está metido “hasta las orejas en Poe. Hoy traduje diez páginas de los crímenes de la rue Morgue. ¡Br…!” La traducción los ocupa por completo: “no tenemos tiempo para tratar con gente, pues entre Poe y Roma nos comen el día y parte de la noche.” Ya en diciembre de 1953 la traducción es su única alternativa: “No trabajo en nada que no sea Poe, con el cual ando un poco atrasado, aparte de que da bastante trabajo. Quisiera escribir una novela, pero lo intentaré cuando [haya] terminado la traducción, y tenga tiempo en París.” En la primera carta de 1954 a su amigo, Cortázar es definitivamente claro respecto del complejo trabajo que ha asumido: “Te escribo con retardo […] La razón central es Poe, cuya traducción ha entrado en lo que un mal escritor llamaría el período crucial pero que yo, más purista, califico de quilombo desatado.” El humor y la enorme calidad de Cortázar para no temerle a la palabra justa, fuera esta cual fuese. Y concluye: “Hace dos meses calculé que me faltaban unas 600 páginas. Traduzco diez diarias como promedio. Anoche saqué cuentas y me faltan unas… 600 páginas.” Un mes después reconocerá a su amigo que ese era un trabajo para hacer en Buenos Aires, “sin los hilos de la tentación que te cuela Roma por la ventana”, pero que aun así “traducir a Poe es una gran experiencia, y me he divertido mucho.”
El 24 de Mayo, desde Venecia, le confirma a Jonquières que su labor ha dado por resultado más de 2.000 páginas. Aunque todavía le quedaba el estrés de mandar el material y rezar para que llegara sin problemas. Los más jóvenes tal vez no puedan imaginar un mundo sin los envíos instantáneos que permite una herramienta hoy irremplazable como internet, pero en la década del 50 la única forma de hacer llegar esas 2.000 páginas de París a Puerto Rico, era por correo, por barco o avión. 2.000 originales, porque tampoco existía la fotocopia (extendida comercialmente recién en 1959) y cualquier pérdida o deterioro era definitivo. Cortázar escribe a Damián Bayón en julio de 1954: “¡No sabes qué suspiro di al enterarme por tu carta que los paquetes habían llegado! Todo este tiempo estuve temiendo vagamanete que alguno de los paquetes se perdiera, y se pusiera verde por la humedad, o una rata se comiera un pedazo… la sola idea de tener que rehacer un pedazo me daba nausea.”
Algunos años después, aquella traducción de Poe fue publicada en dos volúmenes y durante muchos años poco es lo que se dice de ella en la correspondencia de Julio Cortázar. Sólo una referencia interesante, una carta a Guillermo Cabrera Infante de 1965, donde el escritor argentino le avisa que le manda los dos enormes libros. “Dado el extraño parecido que la edición tiene con una pareja de elefantes (enanos, en todo caso), dile a Miriam que acepte el envío. No hay que darles de comer, duermen en un rincón, y lo único que dicen, de cuando en cuando, es: Never more.”
La edición publicada por Edhasa es una corrección de aquel trabajo realizada por el propio Cortázar y que Francisco Porrúa le encargó para editorial Sudamericana en 1966. Ya no estaba conforme con su trabajo original: “Sé veinte veces más inglés que en el 53, y cincuenta veces más español”, le dice un Cortázar que ya es el de Rayuela a su editor. Una buena excusa para leer a Poe como si nos lo contara el Gran Cronópio en persona.
Algo más que un traductor
En su correspondencia, más allá de entregar pormenores del trabajo que le costó llevar los textos de Poe al castellano, Cortázar también se permite revelar algo de su relación personal con la obra del norteamericano. En una carta dirigida a Ana María Hernández de octubre de 1973, cuenta: “Nunca lo ‘estudié’ profundamente. Lo leí de niño y me marcó para siempre. Volví a él mucho después, ahora en inglés, y cuando lo traduje leí bastante bibliografía.” La obra de Poe, más allá del lazo eventual que se estableció a partir de su trabajo como traductor, nunca le fue indiferente a Cortázar. Aunque Carles Álvarez Garriga, responsable junto a Aurora Bernárdez de la edición de sus obras, cuenta en un informal intercambio de correos que “años después Gallimard quiso republicar el prólogo” de aquella edición, “pero le pidieron una versión más corta, en donde Cortázar ya no veía a Poe como tan gran escritor.”
Sin embargo a partir de Poe y en línea con aquella afirmación de Borges, según la cual la Literatura Argentina a falta de una tradición propia resultaba heredera de la Literatura Universal, Cortázar le escribe a Jean Bernabé desde París en mayo de 1957, luego de prometer sus dos tomos de Poe para cuando el hijo de su amigo fuera adolescente. “Noto una vez más la ventaja que tenemos los rioplatenses cuando nos ocupamos de crítica literaria. Estamos mucho más enterados –quiero decir, universalmente enterados- que los ingleses o los franceses. Hacemos uso de una bibliografía mucho más amplia, porque leemos diversas lenguas y les damos el mismo valor. […] En el caso de Poe, por ejemplo, encontré libros de autores italianos donde se decían cosas muy notables, y los aproveché y cité como lo merecían. Supongo que esta presentación más ‘universal’ del genio de Poe será bien recibida en todas partes. Menos en los EEUU, claro está, donde Poe les sigue produciendo una marcada irritación (a pesar de que le sacan el jugo como ‘genio nacional’).”
En esa misma carta reconoce que aquellos estudio sobre vida y obra de Poe incluidos en esa edición “me salieron bien; por lo menos la relectura no me disgusta.” Sin embargo 10 años más tarde afirmaría lo contrario. En carta dirigida a Ángel Rama y a partir de la posibilidad de editar una versión revisada de aquel trabajo hecho casi 15 años antes, Julio Cortázar no dudaba en calificar a ese estudio como “de flojo para abajo, pues yo trabajaba entonces sin buena bibliografía” y que dadas las circunstancias personales en que lo había escrito “es un gran estudio teniendo en cuenta que de hecho debería ser ilegible.”
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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