viernes, 29 de junio de 2012

ENTREVISTAS - Luis Ordóñez, caricaturista: El humor que necesita dos partes

En la Argentina existe una tradición en el arte del dibujo, no sólo a nivel académico y formal, sino del dibujo como disciplina popular, el que desarrollan los dibujantes de historietas y los caricaturistas. Entre los muchos nombres que pueden ser mencionados dentro de esta genealogía en la actualidad, sin dudas el de Luis Ordóñez es uno de los más reconocidos. Por su trabajo, sus dibujos, por esas inconfundibles caricaturas en las que, con humor y mirada certera, consigue captar la esencia de los retratados. A partir de un gran momento de popularidad mediática en los años 80 y 90 (muchos recordarán la presentación de “Las mil y una de Sapag” -exitosísimo programa en donde el cómico Mario Sapag realizaba sus imitaciones ante audiencias que superaban los 60 puntos de rating-, realizada íntegramente con las caricaturas de Ordóñez), el trabajo de este notable dibujante nos ha legado una manera de ver a nuestros personajes más populares. Con un estilo del que han aprendido, pero también copiado muchos otros artistas, Ordóñez es una marca registrada de la caricatura nacional. “Si hubiera que ponerle un título a mi trabajo sería caricaturista o dibujante”, afirma Luis Ordónez, “pero creo que mi oficio es en realidad hacer lo que me gusta, que es lo más lindo que le puede pasar a un ser humano.”

-Dentro del oficio de dibujante te definís como caricaturista. ¿Por qué?
-La caricatura fue mi pasión siempre y me llegó por contagio de un gran dibujante, para mí el mejor caricaturista argentino, que fue Abel Ianiro. Cuando yo era chico salía una revistita que se llamaba CanalTV, en cuya portada había siempre una caricatura suya increíble. Esos dibujos me incentivaron para querer hacer este trabajo: me llamaba la atención cómo se podía deformar tanto a una persona y mantener el parecido, que es la esencia de la caricatura. Todos los jueves esperaba que saliera la revista con la misma ansiedad con que esperaba el día de Reyes y cuando la tenía, copiaba esa tapa una, dos, diez veces. Lamentablemente no llegué a conocerlo a Ianiro, que falleció muy joven. Trabajó en la revista Rico Tipo, de las más importantes del humor gráfico en la Argentina, donde tenía personajes como Purapinta, pero sus caricaturas, aun con las pocas técnicas que había en ese momento, cincuenta años atrás, eran asombrosas. La caricatura es muy distinta del humor gráfico.
-Aunque no se puede pensar la caricatura sin un sentido del humor detrás.
- Generalmente cuando hacés una caricatura en un ambiente donde hay un grupo de amigos, se ríen todos menos el dibujado. Por eso creo que la caricatura tiene que contar con dos partes de sentido del humor: el de quien la hace y el de quien la recibe. En mi caso nunca fui agresivo, nunca llego a la ridiculización, sino que siempre trato de sacar el ángel humorístico que cada retratado tiene dentro.
-¿Pero te ha pasado que algún famoso se enojara por tu trabajo?
-Mirá, en 25 años de trabajar en televisión llegué a dibujar a Ángel Labruna, Amadeo Carrizo, a Pedernera; dibujé en los programas más populares de la televisión, desde los de Sofovich a Grandes valores del tango. Y calculo que a más de uno no le habrá gustado, sólo que tuvieron la ética de no decirlo en cámara. Pero me pasó, en uno de mis primeros trabajos en televisión, que por ejemplo Amelia Bence dijera en cámara que la del dibujo no era ella. Pero 10 años después, cuando yo ya era conocido, me toca de nuevo dibujarla a Amelia en otro programa. Cuando llega el momento de entregarle el dibujo, le doy el mismo de aquella vez y ella me dice: “¡Ay, Luisito! Cada día dibujás mejor.”
-Es que cuando el artista es reconocido, ser retratado por él pasa a ser un honor.
-Un agasajo, claro. La gente quería que la dibujara. Me han llegado a contratar para retratar presidentes y entregarles mi dibujo como regalo. Me pasó con Bill Clinton, por ejemplo. O gente que llamaba para invitarse sola a los programas donde yo dibujaba, nada más que para llevarse la caricatura.
-¿Y cómo llegás de tu oficio de caricaturista a la docencia?
-Eso es un poco raro, porque yo no estudié nunca, soy autodidacta. No porque quisiera, sino porque nunca encontré una escuela que me ensañara lo que yo quería aprender. En todas me ponían a dibujar la manzana o el jarrón, pero yo quería caricatura y seguí copiando a Ianiro. Y saber copiar es un primer paso. Después me di cuenta que uno también puede ser creativo, que sólo hay que saber cómo hacerlo aflorar. Cuando empiezo a ganar popularidad, la gente ecribía a la tele preguntando dónde enseñaba , entonces un instituto muy conocido me ofrece dar un curso de dibujo por seis meses. De entrada dije que no, porque yo no había estudiado. Pero mi viejo, que era un sabio y amaba lo que hacía (tenía un negocio, una rotisería, y yo tuve la suerte de trabajar con él), me dijo: “si vos te proponés enseñar todo aquello que quisiste aprender y no conseguiste en ninguna escuela, sin guardarte nada y enseñando todo, te tiene que ir bien”. Y así fue. Acepté la propuesta, arme un programa de estudio fabuloso a mi entender y el curso fue un éxito. Cuando terminó ese contrato me puse por mi cuenta y hoy llevo 26 años enseñando. Me di cuenta que enseñar es muy gratificante y ver triunfar a tus alumnos es hermoso, porque aquí les enseñamos que el dibujo es un arte, pero también un negocio, una salida laboral. Además formamos a nuestros propios docentes, entre ellos mi hijo Lucas, que es un gran dibujante y diseñador.
-Ahora tu padre ciertamente era un sabio, porque debía saber que uno puede enseñar todos los trucos, pero que el talento es intransferible.
-A lo largo de los años puedo decirte que hay gente que llega a la escuela sin condiciones y aprende a dibujar. Pero uno nace con cierta cosa, que es un don. Uno puede enseñar todo, pero si del otro lado no hay ganas, tampoco sirve.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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