sábado, 12 de mayo de 2012

LA COLUMNA TORCIDA - As time goes by

La noche termina de ocupar la estación 3 de Febrero y lo primero que noto al pisar el andén es una cantidad de policías yendo de un lado a otro. Voy silbando cuando dos de ellos avanzan hacia mí: sólo dos policías caminando. Uno me da las buenas noches como quién pregunta la hora o pide asistencia para encontrar una calle en barrio ajeno. Le respondo y me detengo, igual que haría si alguien me pidiera la hora o estuviera perdido. Él se disculpa, me informa que están haciendo un relevamiento de rutina y me pide el documento. Mientras anota mis datos en una planilla, su compañero sugiere que puedo pararme más lejos del borde del andén para evitar accidentes. Recién ahí me toma la sorpresa: desde que dejé de salir a la calle con mamá que nadie se preocupa por mí de esa manera. Eso fue hace más de 25 años, y hace por lo menos veinte que no me pedían documentos. Entonces, desde el doble fondo de esa valija tramposa que es el tiempo, llega una oleada de memoria incontenible. Me viene aquella vez, a fines de los 80, cuando caminando por Lavalle con dos amigos de los que esta vez me reservaré la identidad (pero a quienes seguro conocerán de columnas anteriores), nos detuvieron y nos metieron en el baño de un cine para preguntarnos dónde la teníamos y sacudirnos un par de chicotazos en la nuca. O esa otra en la estación de Ramos, cuando un tipo se nos acercó a los tres con una sonrisa sincera y nos palmeo en el hombro. “¡Qué bueno que los encuentro acá!”, dijo y mientras mostraba su identificación agregó “así no tengo que caminar al pedo”. Y nos metió en una oficinita para revisarnos con minucia quirúrgica. Enseguida, las preguntas. ¿Por qué el tren se repite en esta historia? ¿Será casualidad o un dato relevante? ¡Y por qué mis dos amigos eran siempre los mismos! ¿Debería haber elegido mejor mis compañías, como pedía mamá? Lo más curioso es que uno de ellos terminó convertido en experto en seguridad, dando clases en escuelas de policías. Acaso estos dos pudieran ser sus ex alumnos y de algún modo tal vez también él es responsable de que justo me tocaran ellos, tan educaditos, tan distantes en tiempo y forma de aquellos otros, tan distintos del pasado. Entonces pienso que sólo los verdaderos amigos son capaces de hacer regalos así. ¿O será simplemente que botones hijos de puta eran los de antes?

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Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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