sábado, 12 de mayo de 2012

LA FOTO - Una hormiga en la siesta, Foto de Serena Cinelli García y texto de Mónica López Ocón

Con orgullo reproduzco el texto publicado en la contratapa del suplemento Cultura de Tiempo Argentino, escrito por la gran periodista y escritora que es Mónica López Ocón e inspirada en una bellísima foto tomada por mi amada hija Serena. Aquí los hechos:

Una hormiga en la siesta

Foto: Serena Cinelli García

por Mónica López Ocón

La muerte es una revelación tan desconcertante como el sexo. ¿Cómo entender en la infancia que un día nos volveremos cáscaras vacías y que nos enterrarán en un hoyo similar a un hormiguero? ¿Y cómo comprender que lo que luego será sólo cáscara, mientras tiene vida nos somete, nos empuja y nos doblega sin que ningún intento de la voluntad pueda evitarlo? La muerte y el sexo son sucesos del cuerpo, ese territorio misterioso que nos es a la vez tan familiar y tan ajeno. En un inútil afán por comprenderlos ambos nos exigen que experimentemos con ellos. En una lejana siesta, la curiosidad filosófica de la niñez me llevó a indagar sobre la muerte. Según lo que había aprendido hasta entonces, el mundo estaba atravesado por diversas murallas clasificatorias que separaban a la gente según su condición: los buenos y los malos, los agraciados por la suerte y los desgraciados, los criminales y los que se mantenían para siempre vírgenes del crimen. Toda mi familia, yo incluida, pertenecíamos a este último grupo. El crimen, según creí entender por entonces, era una divisoria de aguas, un hecho que nos convierte en otros, un acto del que nunca se regresa. Para los criminales había cárceles, torturas y una condena a soledad perpetua en un mundo apartado de los buenos.
Aquella era una siesta calurosa, mi familia dormía, la curiosidad me acicateaba y la hormiga estaba allí, sobre un muro bajo tan gris como la vida y tan expuesta e indefensa como cualquier ser humano. Hoy recuerdo aquel crimen con la misma melancolía con que Virgina Wolf recordó en un texto la muerte de una polilla. Es la melancolía de las grandes revelaciones. Aquel acto me reveló que todos estamos llenos de crímenes y que, merced al arte de la hipocresía y el disimulo, seguimos viviendo del lado más amable de la muralla, sin culpa y sin castigo, pero convertidos en otros.


Foto y texto publicado en la contratapa del suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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