domingo, 18 de septiembre de 2011

LA COLUMNA TORCIDA - Un lugar sobre la piel

Hay un libro que heredé de una de mis abuelas (la tercera), que es también el primer legado que quiero dejarle a mis hijos. Grande y de tapas duras, como se los hacía antes, ese libro significó para mí el primer acercamiento a la mitología. Se llama simplemente Mitos y Leyendas, y fue publicado en 1968 en España, pero el original en inglés es de la década anterior.
Lo que más recuerdo de él son sus dibujos sin relieve, irrealistas y con algo de bizantino, que imprimieron en mi fantasía la cara de los dioses, el perfil de los héroes y la sombra de los monstruos. Gracias a Alice y Martin Provensen -pareja de ilustradores que trabajaron para el estudio de Walter Lantz y también crearon a Tony, el famoso tigre de los cereales-, no hay otro rostro posible para Teseo. Ni para el Minotauro, que cada vez que alguien abre el libro vuelve a duplicar en tamaño al Égida y aunque parece capaz de aplastarlo, siempre acaba rendido a la prepotencia de la espada, al final de la lectura. Las tripas de Prometeo siguen siendo devoradas por los buitres del mismo modo en que me lo enseñaron ellos, y Beowulf le arranca una y otra vez el brazo a Grendel, que con su horrible boca de piraña no puede evitar que los ojos se le extravíen de dolor, buscando en el cielo la piedad que el gauta nunca le concederá en el papel. Fue este libro el que me hizo respetar a los héroes, pero amar con locura a los derrotados. Los perdedores son los primeros héroes, porque al final tampoco hay héroe que pueda con la muerte. Será por eso que cuando poco después conseguí leer una Ilíada (sin dibujos), fue la dignidad humana de Héctor la que me cautivó.
Mi fascinación por aquel libro no se detuvo con los años y durante mucho tiempo tuve la fantasía de tatuarme en la espalda un Fafnir color rojo coral, una de las criaturas más hermosas de aquellas páginas. En la escena el dragón está boca arriba, ya muerto, tendido a doble página en un bosque de árboles arrancados, con un Sigfrido enano parado junto a él. Mi idea era revivirlo, inmortalizarlo de pie, sin el bosque ni el aguafiestas de Sigurd metiéndose entre nosotros. Nunca cumplí, pero también es cierto que todavía puedo hacerle un lugar a otro perdedor sobre la piel.


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Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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