Es difícil, pero no imposible, tener que escribir de esa entidad múltiple llamada Hachazos, que es a la vez la última película y el primer libro de Andrés Di Tella, sin hacerlo en primera persona. No sólo porque la experiencia tiende de inmediato a circular por las arterias de lo personal, sino porque, como en otros de los trabajos de Di Tella, hay mucho de lo biográfico y lo autobiográfico atravesándose entre estos Hachazos. De los deseos, obsesiones, fantasías y del imaginario que organizan al individuo, que en este caso son dos. Porque Hachazos no es sino el retrato que el propio Di Tella se propuso realizar de Claudio Caldini, artista secreto del cine experimental surgido del gran caldo cultural y creativo que se coció en la Argentina a partir de los últimos años de la década del 60, y hasta que el golpe militar de 1976 lo sepultara todo bajo la pesada losa de un horror arrasador. Pero que también tiene mucho de dibujo frente al espejo.
Aunque Caldini puede ser visto hoy como una maravilla anacrónica, su origen está en las vanguardias que tuvieron su epicentro en el mítico Instituto Di Tella. Su herramienta es el Súper 8, formato en el que se permitió todo tipo de experimentos que, por época y estética, bien pueden ser pensados desde el presente como cercanos a la psicodelia. Las películas de Cladini inducen al trance y sólo pueden disfrutarse a partir de una contemplación liberada de los precintos de la racionalidad impersonal que rige al mundo moderno.
El libro y la película de Di Tella se permiten curiosear, excavar y reordenar la vida de un hombre que parece tener más de una. Y establecer relaciones entre su obra y una biografía que incluye el dolor de amigos desaparecidos, exilio, viajes a la India, delirios místicos, nomadismo forzado y una pasión constante por los misterios del cine. Y si el cine puede ser entendido de manera esencial como juegos con la luz, Hachazos abunda en refracciones y reflexiones, en claroscuros y sobre exposiciones que van más allá de lo meramente fotográfico. La fascinación de Di Tella con Caldini bien podría no ser otra cosa que la búsqueda de un reflejo, un intento de encontrar las sombras y destellos que, por ángulo o por encuadre, escapan al retrato que puede construirse de sí mismo.
Para Di Tella, Caldini no es solamente admirable por esa obra milagrosa que de manera parcial presenta en su película; en él también se condensan fragmentos de un universo común, que recolecta con avidez. Sí en Fotografías, Di Tella desandaba un camino hacia la India en busca del tronco de su propia genealogía, en Hachazos el cine se convierte en el metal conductor para desplegar una mirada mística que busca desafiar la percepción, pero siempre dentro de las posibilidades estéticas de su propio cine, sin el desborde que caracteriza la obra de Caldini.
Porque si algo tiene en claro Di Tella son las fronteras que los separan. “Se trataba de dos cineastas muy diferentes, que encarnaban concepciones casi antagónicas del cine”, escribe Di Tella en el último capítulo del libro. “La narración y la contemplación. El testimonio y la imagen. La figura y la abstracción. Ahí estaba el conflicto”. Como si de psicoanálisis se tratara, es la transferencia lo que parece unir al director con su personaje, círculo virtuoso cuyo resultado son estos dos certeros Hachazos que también interpelan al lector-espectador.
Hachazos se proyecta todos los domingos de Agosto y Septiembre a las 18, en el espacio Malba.Cine, Av. Figueroa Alcorta 3415.
Artículo Publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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