viernes, 18 de marzo de 2011

CINE - Invernadero, de Gonzalo Castro: La belleza de lo ausente

Si alguien ha experimentado, en más de un sentido, los efectos del siempre atractivo cruce entre cine y literatura, esa persona es Gonzalo Castro. Reconocido casi al mismo tiempo como director y escritor, él conduce con notable buena mano los caminos paralelos de sus dos carreras. En ambas es hombre orquesta: además de dirigirlas, él se encarga del guión, la fotografía y el montaje de casi todas sus películas; y no solo escribe (ha publicado las novelas Hidrografía doméstica y Hélice), también es el responsable de la prestigiosa editorial Entropía, de la cual es fundador. Luego de dos películas, no es extraño que Castro se haya deslumbrado con la figura del escritor mexicano Mario Bellatin, al punto de hacerlo protagonista casi omnipresente de su tercer largometraje, Invernadero.
Histriónico casi hasta la histeria (o el narcisismo, como le dice en la cara su amiga Margo Glantz), Bellatin utiliza todo para hablar siempre de él. Sus libros; el discurso que deberá dar en un congreso; un rosario musulmán que su hija le compró, pero que aun no se decide a regalarle. El gancho que ocupa el lugar de su brazo derecho al cual, lejos de ocultarlo, le crea una mitología propia. La cámara no sigue a Bellatin: simplemente se queda allí como sin estar, en el lugar preciso donde las cosas ocurren. De vocación casi pictórica, Invernadero está compuesta de cuadros fijos en donde la acción parece predeterminada por los espacios retratados. Fantasmas entre los espacios abiertos a través de las tupidas plantas de un jardín; la luz colándose por debajo de una persiana que se va alzando de a poco hasta penetrarlo todo, sensualmente, en una habitación despojada; tres perros echados junto a una curiosa fuente vacía al ras del suelo; o tres mujeres que se vuelven de mármol en el claroscuro de un atardecer sobre el río. Solo ejemplos de una galería de cuadros vivos que amalgaman a personajes y escenarios, hasta volverlos parte de un paisaje literario. Paisaje a la vez ominoso y plácido, tales extremos es capaz de encontrar Castro en Bellatin.
La imagen final de su mano izquierda escribiendo sonoramente sobre un papel áspero que sujeta con su brazo metálico, mientras recibe un cálido abrazo de su hija, es una convincente carta de intención entregada a contratiempo. Invernadero habla de ausencias, de fatalidad; de la belleza que crece potente y forzada, como plantas de invernadero, para esconder el dolor.
Invernadero se proyecta todos los sábados y domingos a las 18:30 en el espacio Cine.Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. Tras la función de mañana, el propio Mario Bellatin dialogará con el público.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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