Hay una pregunta que, sin existir un relevamiento formal, se repite a la hora de considerar algunas películas. Qué pasa cuando una idea con potencial cinematográfico cuenta con el apoyo de un productor cuyo nombre es garantía de negocio, que consigue un gran presupuesto para poner a disposición del proyecto y así asegurar un rodaje en escenarios majestuosos (naturales o digitales), un arsenal técnico irreprochable y algunos actores eficientes, y a pesar de todo, eso no alcanza. ¿Eh, qué pasa? La respuesta es una sola y sencilla: cuando no alcanza, no alcanza. Eso resume el problema de Sanctum 3D, segunda película del australiano Alister Grierson, producida (auspiciada) por el moderno Midas, James Cameron. No alcanza la historia, no alcanzan ni la notable fotografía ni los asombrosos escenarios, no alcanza el 3D y no hay Cameron que valga cuando lo que se cuenta nunca consigue generar ni empatía ni simpatía, sino apenas un deslumbramiento sin disfrute sensual ni emoción física. Exactamente la misma diferencia que media entre una mujer hermosa y un maniquí perfecto: Sanctum luce bien, pero no respira.
Porque es cierto que a priori la historia podría ser interesante, pues reúne a una cantidad de personajes de calaña moral diversa, en una situación extrema que requiere de la capacidad y buena voluntad de todos para ser resuelta favorablemente. Está la ambición, representada por Carl, un millonario norteamericano que invierte su fortuna en financiar la investigación de una cueva tamaño XXXL en Nueva Guinea, por la que corre un río subterráneo, sólo para llegar donde ningún hombre ha llegado. Está la pasión, encarnada en Frank, un reputado espeleólogo para quien esas aventuras en pos del conocimiento son la razón de su vida. Está el conflicto shakespeareano en la figura de Josh, el hijo de Frank, que constantemente desafía y pone en duda los valores y decisiones de su padre. Y está el factor femenino en la piel de Victoria, la nueva novia del millonario, montañista para más datos, que está allí porque Carl intenta deslumbrarla con sus caprichos de ricachón. El problema es que ese grupo -más algunos secundarios, de quienes es imposible ocultar su destino fatal- se encuentra a kilómetros de túneles de distancia de la superficie, cuando arriba se desata una tempestad que comienza a inundar la gran cueva. Impedidos de volver por donde llegaron, deberán encontrar en un par de horas una salida alternativa, objetivo por el que llevan millones de dólares y meses invertidos sin resultados favorables. A las dificultades naturales se sumarán las de la lucha por el poder y para saber más alcanza con chequear La aventura del Poseidón, en cualquiera de sus dos versiones. Como se ve, nada nuevo.
Sanctum 3D es un producto típico de los tiempos modernos, convencido de que la próxima guerra del cine se ganará con anteojitos tornasolados y 3D. En el camino olvida que el objetivo del cine (del arte) siempre fue sorprender, atraer la atención del público. La luz proyectada es apenas una herramienta, otro truco de magia para hacer lo que el hombre viene haciendo desde que tiene uso de conciencia: contar historias que le hablen al oído del alma. Con menos nunca alcanza, aunque parezca más.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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