Afirmar que el dolor es una de las primeras musas de la literatura es mucho más que apenas un lugar común. Es la confirmación de que existen momentos en que los desbordes emotivos acaban convertidos en portales entre la realidad de un día cualquiera y estados de percepción mucho más sensibles, que nacen de lo extraordinario. Entre esos momentos posibles, los que involucran a la muerte son algunos de los más visitados. El libro de crónicas Algunas madres también se mueren, de Inés Ulanovsky, es un recorrido posible a propósito de eso.
Compuesto por narraciones construidas en torno a los avatares de la propia memoria tras la muerte de su madre (la periodista y escritora Marta Merkin), el libro de Ulanovsky podría haberse llamado Yo y mi mamá, título que a partir de una sencilla inversión del orden habitual de los términos sintácticos hubiera puesto en primer plano al sujeto narrador de estas crónicas, subordinando en la misma operación al objeto narrado. En este caso, una madre; o tal vez sea mejor decir “la muerte de una madre”. El libro está recorrido por esa “duda existencial: ¿quién soy yo a partir de que mi mamá no existe más? Y quién puedo ser”, según lo expresa la propia autora. Sin dudas, la muerte (y los rastros de la ausencia que la memoria desatada comienza a plantar a partir de ella) es el sedal que enhebra y liga entre sí a cada uno de los textos que componen el primer libro de Ulanovsky como escritora. Pero, como en la vida misma, la muerte no se agota en un único intento: “Pude empezar a tomar distancia con mis textos a partir de lo que pasó con la gente que los leyó: empecé a encontrarles cierta cosa universal”, completa Ulanovsky.
Ya desde el título del relato inicial queda claro que Marta Merkin, esa madre que integra el grupo de las que “también se mueren”, es (o fue) una mujer extraordinaria; sin embargo, sólo su muerte fue capaz de empujar a su hija a parir esos textos que tienen como protagonistas a la madre, a la muerte; pero sobre todo a la hija. “Empecé a escribir, porque en ese momento sentí que si no lo hacía me iba a pasar algo: me iba a enfermar, o a morir, o no sé qué, pero algo iba a quedar encapsulado. Era una sensación física”, define Ulanovsky. El resultado de esa red de relaciones es un libro paradójico, porque escribiendo sobre la muerte (de su madre), la autora no hace otra cosa que hablar de sí misma, urdiendo una suerte de memorias parceladas en el compartimiento estanco de su vida como hija, como si no hubiera habido, hasta ese momento, ninguna otra cosa.
Justamente, en “Extraordinaria”, ese primer relato mencionado, Ulanovsky encadena dos frases dispersas que son las primeras cuentas de un rosario que hablará siempre de lo mismo, y que a la vez permiten entrever el carácter de balance personal que el libro representa para ella. “Esa fue la última vez que la vi. En realidad, esa fue la última vez que ella me vio a mí”, escribe para hablar del día de la muerte de su madre. Una página después cierra el texto diciendo que “fue el fin de una era. La de ser hija de mi mamá.” A partir de la primera cita la autora confirma que su idea de realidad encuentra raíz en el viejo concepto que afirma que “ser es ser percibido”, en el que la propia existencia depende de la mirada de los otros.
Es desde allí que se entiende que el papel de hija se vació de sentido en el mismo momento en que su madre la vio por última vez. “Las experiencias de pérdida abren necesariamente puertas: si no te preguntás un montón de cosas cuando una persona tan cercana se muere sos un pelotudo. No creo que haya sido oportunista la publicación del libro, pero si ella no se hubiera muerto no hubiera pasado todo esto que pasó”, afirma la autora. Si alguna vez esa madre parió una hija, al morir alumbró a una mujer, delineando una nueva realidad.Así, Algunas madres también se mueren son las crónicas de una escritora que ya adulta se ve obligada a abandonar una niñez prolongada, para convertirse definitivamente en mujer. Es desde allí que el libro de Ulanovsky parece querer invertir ese orden lógico que supondría hablar de “mi Mamá y yo” (en el que “yo” no existe si no es a través de los ojos de Mamá), para insistir una y otra vez con lo de “Yo y mi mamá”, proponiendo un cambio de paradigma en que, liberado de la madre-escudo que media entre sí mismo y el mundo, ese “Yo” es capaz de forjar una existencia nueva a partir de su propia mirada demiúrgica. Tal vez por eso, Ulanovsky está “contenta de haber publicado Algunas madres también se mueren, porque completa todo el proceso y es el punto que marca el cierre de una etapa”.
Por eso, la tapa del libro tampoco es inocente. Cuando el cazador mata a su madre, o cuando Scar asesina a su hermano Mufasa, el cervatillo y Simba ya no tienen excusas. A partir de allí son libres de convertirse en Bambi y El Rey León. Del mismo modo en que el cáncer de Marta le arrancó a Inés su máscara de hija para empujarla a ser al fin mujer. Pero también madre y escritora.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.