viernes, 27 de marzo de 2009
CINE - Noches de tormenta (Nights in Rodanthe), de George C. Wolfe: Poco que decir acerca del amor.
Imaginen un mago que en el momento de mayor tensión de su acto revela por accidente o impericia los hilos que sostienen su levitación, frustrando así el deseo del público de creer en esa fantasía que se proponía como real: la presencia física de esos hilos deshace el pacto entre espectador y artista, en el que de manera tácita acuerdan otorgarle valor de realidad a una ilusión, abriendo una brecha entre ambas partes por la que se cuela la patética certeza de la farsa. Algo de esta suerte de anticlímax ocurre en Noches de tormenta, película que significa el debut de George C. Wolfe y en la que los andamios que deberían sostener el drama desde las sombras acaban en algún momento delante de la acción, revelando una forma narrativa artificiosa que busca manipular al público antes que guiarlo y condicionar sus reacciones antes que estimularlas.
Adrienne es una mujer todavía joven con una hija adolescente y un niño algo más chico, recién divorciada de un marido infiel que, cuando viene a buscar a los chicos para llevarlos una semana de paseo a Orlando, le dice que quiere que lo perdonen y volver a casa para seguir con el asunto de la felicidad en el punto en que lo dejaron. Sorprendida pero poco seducida por la idea, Adrienne le sugiere dejar la charla para cuando vuelva de las vacaciones. Ella aprovechará esa semana para atender la hostería de una amiga que, lista también para salir de viaje, recibirá un huésped inesperado y buen pagador. El, algo mayor que ella, es Paul Flanner, médico, también divorciado y con un hijo que ha elegido seguir su carrera, pero con quien tiene poco vínculo; de hecho, se encuentra en Ecuador, trabajando como voluntario. Solos en esa posada a orillas del mar, que oportunamente será azotada por una tormenta terrible (y romántica), Adrienne y Paul se conocerán rápidamente en sus virtudes y miserias.
Noches de tormenta comienza como comedia romántica, caerá en un pequeño drama que será transitado por los protagonistas como un camino de redención, para regresar enseguida al tono original, proponiéndose como un juego de claroscuros que intenta hacerse fuerte justamente al aferrarse a esa estructura clásica. Sin embargo, esta historia de amores rehabilitados no pasa de ser un conjunto de recortes encadenados, cada uno pensado para empujar al espectador a través de las distintas paradas de una montaña rusa emocional. La caída en picada del final –los hilos del mago– no hace más que corroborarlo, entregando uno de los desenlaces más truculentos y manipuladores desde la famosa Love Story. Como en aquella, no dejarán de moquear quienes tengan inclinación al llanto fácil, y los más duros tal vez también, aunque no sin ponderar a la madre y hermana de los guionistas y directores adictos a maquinarias divinas que lo resuelven todo sin esfuerzo y siempre a favor del propio bolsillo. Lo mejor de la película: la química de la pareja que hacen Diane Lane y Richard Gere, dos actores eficientes que saben sostener con oficio esta historia débil.
Artículo publicado originalmente en el diario Página 12.
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