Pero no se trata solo de una cuestión temática o estética: Possessor permite reconocer ciertas obsesiones que signan el cine paterno, brotando con la misma potencia en el trabajo del hijo. Incluso es posible jugar el juego.—gratísimo, por cierto— de recorrer la lista de las películas de David, para ver con cuál de ellas estas conexiones son más fuertes y específicas. Subjetividades alteradas; tecnología intrusiva; la identidad puesta en cuestión; duplicidades y la certeza de que el cuerpo es el más endeble de los refugios son algunos elementos que subyacen en la historia que Cronenberg Jr. cuenta en la superficie, donde lo siniestro aflora con fuerza.
También debe decirse, nobleza obliga, que comenzar un texto sobre Possessor hablando del vínculo que existe entre la obra de ambos cineastas es tan inevitable y pertinente como injusto. La película posee méritos de sobra como para ser abordada prescindiendo de ese trabajo de enlace. Sin embargo, cualquiera que guste realizar el ejercicio de pensar el cine, ya sea de forma profesional o sentado a la mesa de un café al final de una proyección, solo por el placer de hacerlo, sabe que siempre es rica la tarea de trazar el árbol genealógico de una película, en busca de reconocer a qué tribu cinematográfica pertenece.
Tasya trabaja para una empresa dedicada a matar por encargo con un método particular. A través de un procedimiento neuroquirúrgico una máquina implanta, de forma temporal, la conciencia del sicario dentro del cuerpo de otra persona, para que el hecho sea cometido materialmente por alguien sin conexión ni con la empresa ni con quien los contrata. Para que el crimen sea perfecto, las personas elegidas para ser “poseídas” tienen algún grado de cercanía con la víctima, asegurando el acceso directo y un móvil plausible que deje al crimen resuelto y evite la investigación. Cronenberg maneja con soltura los elementos que componen la estructura de su relato. Por un lado construye un clima opresivo, al que va dándole forma a partir de la alternancia de momentos de una pesada introspección, con otros en los que la violencia se desborda de las formas más gráficas.
Pero salir del cuerpo tomado no es tan fácil: el “poseedor” debe hacer que su receptor se suicide. El problema es que Tasya comienza a volverse cada vez más sensible al hecho de enfrentar una y otra vez la instancia de tener que pegarse un tiro, porque no deja de ser su conciencia la que lo recibe. Ante ese panorama, el uso del gore nunca es gratuito: esas imágenes de pesadilla son también las que van minando la seguridad de la protagonista, hasta volverla vulnerable. Un instrumental de diseño tan refinado como ominoso marca un trabajo de arte no menos notable y remite a los gadgets usados por su padre en películas como Pacto de amor (1988) o eXistenZ (1999, película con la que también comparte la presencia de Jennifer Jason Leigh en el reparto). La combinación de esos elementos consigue darle forma a un efecto dual que muchos espectadores agradecerán: el impulso de apartar la vista de la pantalla, junto al deseo irrefrenable de seguir mirando. Más Cronenberg que eso no se consigue.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario