Ambientada justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en La excavación no hay superhéroes evitando el enésimo fin del mundo, ni autos deportivos persiguiéndose por las calles de ciudades siempre bien iluminadas, ni un grupo de rebeldes haciéndole frente a un imperio maligno en una galaxia muy, muy lejana. Por el contrario, el mayor mérito del segundo trabajo del director Simon Stone es justamente el de haberse mantenido siempre dentro de la escala humana. Incluso cuando su historia le hubiera permitido ceder a la tentación del exceso. Después de todo su argumento está basado en notables hechos reales: los del descubrimiento del llamado “Tesoro de Sutton Hoo”, que aún sigue siendo el hallazgo arqueológico más importante realizado en territorio británico.
Aunque comparte la época, el oficio e incluso el modelo de sobrero con Indiana Jones, el más célebre de los arqueólogos de la ficción cinematográfica, el carácter de Basil Brown no puede ser más distinto que el de su célebre colega. Lejos del arrebato aventurero y de la impronta canchera del personaje creado por Steven Spielberg, Brown trabaja apenas por un par de libras al día y no cuenta con el respeto de sus pares, quienes lo menosprecian debido a su falta de formación académica. Pero si hay algo que lo identifica con Indiana es esa apasionada naturaleza romántica que lo empuja a persistir en una causa, aun cuando esta parezca imposible, ridícula e incluso perdida.
Narrada con una calidez que contrasta con el clima húmedo y neblinoso de Suffolk, La excavación se apropia de ese espíritu romántico y lo amplía sobre una serie de subtramas. Con ellas teje una red de historias que corren como colectoras de la anécdota central, aportándole nuevos elementos que son útiles para ir variando el tono y darle grosor dramático (aunque a veces se exceda con la intencionalidad de la banda sonora y se engolosine con el preciosismo fotográfico). Pero el núcleo del asunto se alimenta de la relación entre Pretty y Brown, que de a poco comienza a exceder el marco de la búsqueda del tesoro. El guión de Moira Buffini, basado en el libro de John Preston que le dio a la historia real un tono literario, trabaja de forma sutil ese vínculo, para pasear al espectador por las diferentes posibilidades que van surgiendo de él.
El trabajo de los protagonistas resulta clave para hacer que cada una de las etapas por las que pasan sus personajes resulte verosímil, atrayendo sobre sí todos los elementos dramáticos que orbitan en torno a ellos. Mulligan, que ya no es la jovencita que sorprendió hace 12 años en Una educación (Lone Scherfig, 2009), ofrece una interpretación precisa, sin desbordes, y cautiva con un tono de voz que parece el de una diva del Hollywood dorado. Y Finnes vuelve a demostrar que es uno de los grandes actores de su generación, tan capaz de ser el demonio en persona, como en la saga Harry Potter o La lista de Schindler (también Spielberg, 1997), como de mostrarse vulnerable y tenaz para animar al amable Basil Brown.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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