jueves, 28 de enero de 2021

CINE - "Justicia brutal" (Dragged Across Concrete), de S. Craig Zahler: Ética de la destrucción

Con apenas tres títulos en su filmografía, el estadounidense S. Craig Zahler logró convertirse en uno de esos directores cuyas nuevas películas son aguardadas con ansias por no pocos cinéfilos. Es que desde que en 2015 sorprendió con su ópera prima Frontera caníbal (Bone Tomahawk), un gran western disfrazado de película de terror (y/o viceversa), Zahler ha ido poniéndose la vara cada vez más alta, consiguiendo siempre estar a la altura del desafío. Sin embargo, ni aquella ni su trabajo siguiente, Brawl in Cell Block 99 (2017), tuvieron un estreno comercial en la Argentina. Y si hoy este espacio se ocupa de abordar su último film, Justicia brutal (2018), limitado título latinoamericano para el mucho más potente Dragged Across Concrete (Arrastrado contra el cemento), es solo gracias a la categoría de estrenos online que impuso la nueva normalidad pandémica. Porque a pesar de su calidad y de los nombres destacados que encabezan su elenco, esta película tampoco encontró un lugar en la cartelera local durante el año y medio que pasó entre su estreno internacional y el advenimiento de la covid-19. 

Con el policial sucio como modelo, Dragged Across Concrete sigue dos líneas que corren paralelas y entre las que el director alterna su atención. Por un lado está Henry, un joven que vuelve a su casa después de pasar una temporada en la cárcel. Él vive en un barrio pobre junto a su familia y, a pesar de ser un tipo inteligente, parece condenado a recaer en el crimen por una realidad en la que las oportunidades no son lo que sobra. Del otro lado están Ridgeman y Lurasetti (Mel Gibson y Vince Vaughn en estado de gracia), una pareja de policías que son suspendidos cuando se hace público un video en el que durante un procedimiento se los ve maltratar a un sospechoso de traficar drogas en escuelas. La realidad de ambos tampoco es un remanso. Sobre todo la de Ridgeman, el más viejo de los dos, que después de casi 40 años de servicio no puede pagarse un alquiler en un barrio en el que su hija adolescente pueda volver de la escuela sin ser atacada por los otros chicos que viven en el lugar.

Los personajes de Dragged Across Concrete se encuentran ante un dilema en el que no existe la elección fácil. De una forma u otra, todos se sienten obligados hacer lo que tienen que hacer, aunque eso vaya incluso contra sus convicciones éticas y morales. Así, Henry acepta participar de un plan delictivo (que la película mantiene como un misterio durante un rato largo y que no conviene adelantar acá) para poder mantener a su madre y a su hermano inválido. Mientras que Ridgeman y Lurasetti deciden usar su primera noche de suspensión para salir a robarle a algún traficante. Los tres buscan dar por las malas el salto social que el sistema les niega por las buenas y en ese trance el destino los terminará cruzando.

Zahler presenta un mundo que es casi una prisión y sabe que el policial no solo es el género ideal para conseguirlo, sino también el mejor medio para traficar una sólida y pertinente crítica social sin volverse panfletario. No es menor que los personajes comparten una realidad de departamentos en los que casi no entra la luz del sol, trasladándole al espectador la sensación de asfixia que produce una vida sin horizontes a la vista. Igual que en sus trabajos anteriores, en Dragged Across Concrete el director vuelve a elegir la estética del realismo sucio para presentar un universo siniestro, en el que algunos de sus elementos están ligeramente desenfocados, apenas corridos de lugar. 

Pero este corrimiento no se da en el núcleo del relato, sino que se filtra por los márgenes y desde ahí lo va contaminando, forzando los acontecimientos hasta que acaba por reventar. Un recurso que se acelera a medida las películas avanzan y que en los tres casos cierra con una explosión de violencia de tal magnitud, que ninguno de los personajes será capaz de atravesar esa instancia sin recibir un daño irreversible. Zahler lleva las cosas tan al extremo, que el final de sus tres películas parece menos una decisión suya, que la imposibilidad de seguir narrando. Así de roto queda todo.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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