Proyecto Parque Patagonia comienza como un típico documental ecologista, que a través de los científicos y empleados que forman parte de la iniciativa en territorio argentino dan cuenta del gran valor ambiental del trabajo que se está realizando. Se menciona de qué forma se intenta recuperar un hábitat que fue modificado por la explotación ovina, que desde hace más de 100 años es uno de los principales recursos de la región, y cómo la implementación del parque impactaría en la economía de la zona, pasando de un modelo extractivista a otro de servicios vinculado al turismo.
De seguir por ese camino, el documental estaría más cerca de ser una pieza de propaganda institucional que una obra de cine. Sin embargo, a medida que la película avanza va ganando espacio la otra campana del asunto. Así como un coro de voces defiende la idea del parque binacional, también se empiezan a escuchar las de algunos pobladores, que no son solo los estancieros, sino también pequeños chacareros, funcionarios municipales y políticos, narrando su experiencia. Ellos exponen de qué forma la fundación que promueve la instalación del parque muchas veces recurre a medios agresivos para conseguir que los propietarios de las tierras que se pretende “renaturalizar” las vendan de forma incondicional.
A partir de ahí la película da un vuelco, pero siempre atada a una estructura cinematográfica muy simple, que intercala testimonios y paisajes. Así como había comenzando exaltando el carácter filantrópico y ecológico del proyecto, de a poco las expresiones de rechazo van ganando espacio y muchos de sus argumentos suenan lógicos y perfectamente atendibles. Como un opuesto de aquel inicio, el final de la película se pone del lado de estos otros. Pero aunque se trata de un gesto que conlleva una clara toma de posición, ese viraje no convierte a Proyecto Parque Patagonia en una película tendenciosa. Los argumentos de ambas partes son registrados con respeto y se les dedica un espacio similar, aunque es cierto que las voces opositoras son registradas a través de un dispositivo emotivo para nada inocente. Con prudencia, Dickinson delega en el espectador la responsabilidad de sacar conclusiones.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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