lunes, 28 de septiembre de 2020

CINE - "Un papá sospechoso" (Come to Daddy), de Ant Tmpson: La habitación del padre

Las relaciones entre padres e hijos ocupan buena parte de las páginas que las distintas narrativas vienen acumulando desde el día en que a Adán y a Eva se les ocurrió hacer compota. De ahí para adelante, ese vínculo de vínculos se ha convertido en la fuente en la que han abrevado los dramas más variados. La historia que cuenta Un papá sospechoso –sobreabundante título latinoamericano de Come to Daddy, que puede traducirse como “Venga con papi”— es una más de las que se nutren de esa tradición. Si bien eso permite suponer que muchos de los elementos que le van dando forma a su trama ya han sido recorridos previamente (lo cual es cierto), la película se las arregla para encontrar dos o tres giros que ayudan a sostener el interés por la desbocada cadena de acontecimientos que la misma pone en escena.

Norval es un tipo de mediana edad pero aspecto juvenil, que llega hasta una casa en una playa solitaria para conocer a su padre, quien lo abandonó cuando era apenas un nene. El origen de la visita se encuentra en una carta que el padre le escribió al hijo, manifestando su deseo de reparar la relación trunca. Lejos de ese tono de buena voluntad, el protagonista se encuentra con un tipo de conducta errática, provocador e intimidante. A pesar de que esos indicadores son claros, Norval parece fascinado con la posibilidad de recuperar a su padre e intenta mostrarse seguro y exitoso, pero choca contra un rechazo cada vez más notorio.

Construida a partir de una combinación de drama y suspenso enriquecida por abundantes recursos tomados de distintos subgéneros del terror, Un papá sospechoso tiene su principal ingrediente, sin embargo, en el humor. Un humor que, como el título de la novela de Stendhal, se mueve entre el negro y el rojo, y al que no debe darse por sentado, sino al que hay que ir encontrando en los intersticios que el absurdo va abriendo en la trama. La película juega a crear situaciones incómodas que van enrareciendo la atmósfera hasta dejar a Norval parado sobre el filo que separa la realidad del delirio. 

El guión se las ingenia para encontrar un giro radical cada 30 minutos y en sus primeros dos tercios tiene algo del clima de aquellas historias de sectas que fueron populares en los primeros ’70, con El bebé de Rosemary como modelo. Aunque acá los elementos están esfumados por el minimalismo, los pocos personajes que aparecen cimentan esa sensación de comunidad extraña y de peligro latente. El último tercio de Un papá sospechoso es un festín de sangre en el que el humor físico y el slapstick, en versiones desencajadas, son los recursos centrales. Todo eso queda un poco empañado por cierta artificialidad, que revela las costuras que va dejando esa permanente búsqueda de la sorpresa a toda costa. 

 Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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